miércoles, junio 10, 2020

David Greenslade / Dos poemas




















Éste es un país 

Éste es un país
tan pequeño
tan cerca
que podemos
hundir nuestros dedos en él
y hacerlo que chille
nunca nadie lo sabría
ni siquiera
el cuerpo mismo
ajustándose por palabra
y rédito
al calado de
nuestros caminos
nuestro derecho a voto
nuestros periódicos
sustituyendo sus pensamientos
con nuestra legislación
su obediencia con
nuestras demandas
su futuro con
nuestra memoria
su complacencia
con nuestra lujuria
este es un país
tan circunspecto
como un niño atrevido
lo podemos reducir a la
degradación de un bebé
pornográfico
trayéndole noticias
de nuestras conquistas
de la indulgencia de nuestro rey
otorgándole
privilegios y
el respiro apenas
de los subsidios escolares
y los acontecimientos especiales
éste es un país
tan cerca tan pequeño
que puede vivir
con todo lo que atiborremos en él
hasta que explote
como una hemorragia
y entonces con un trapo
lo borramos de la pared.


Camaleón

Hijo de camaleón, camaleoncito,
es lo que decimos entre camaleones. Mezclarse
está muy bien, pero al final todo viejo camaleón
es lo que cada camaleón joven hace.
No es sólo inseguridad lo que me vuelve
indistinguible del papel tapiz.
Me gusta poner nerviosos a los demás,
mientras a tropezones voy cambiándome.
Pero mira a esa insolente mosca del plátano,
ni siquiera sabe que estoy aquí. ¡Ey!
Qué falta de respeto. No baja la voz,
y ni siquiera se quita, bueno,
no voy a parpadear ni a toser ni a moverme, ni me voy a ir.
No puedo rugir, ni volar ni me van a crecer cuernos
pero, en código de color y con toda la sangre fría
que puede tener un reptil, me siento lo máximo:
un asesino impasible e inexpresivo.
Mi lengua es una bala más rápida que un halcón
que cae del cielo, tan rápido como los ojos
binoculares de los humanos, los ojos compuestos de las moscas,
y ni los insomnes guardias en las torretas de mis errabundos,
independientemente reticulados globos oculares, pueden ver
su lanzamiento y recogida. Adoro eso. Supongo que soy
un tipo de vitral dedicado sólo a mí mismo,
cambiando de color a partir de quién soy presa,
tragándome el orgullo de mis mínimas armas 
cada vez que un soberbio, disuasivo nuclear, 
inmenso tucán se cruza en mi camino.

David Greenslade (Cefn Cribbwr, Gales, Reino Unido, 1952), Poesía galesa contemporánea, traducción y prólogo de Jorge Fondebrider, Pedro Serrano y Verónica Zondek. Con con Luciana Cordo Russo y Rhiannon Gwyn, inédito
Versiones de Pedro Serrano

Otra Iglesia Es Imposible - David Greenslade/Facebook - Periódico de Poesía/UNAMPoetry Book SocietyyLolfaBBC - Literature Across Frontiers - Words & - Your Chicken Enemy

Foto: David Greenslade/Facebook


Here’s a country

Here’s a country
small enough
near enough
we can
shove our fingers in
and make it squeal
no one will ever know
not even
the body itself
conforming by word
and yield
to the probing
of our roads
our franchises
our newspapers
replacing its thoughts
with our legislation
its obedience with
our demands
its future with
our memory
its compliance 
with our lust
here’s a country
as dignified
as a fearless child
we can reduce it to the
degradation of a pornographic
baby
bringing it news
of our conquests
the indulgences of our King
rewarding it
with grants and
the breathing space
of schools subsidies
and special events
here is a country
close enough small enough
it can live 
with all we cram into it
until it bursts
like a haemorrhage
and then we mop it
from the walls. 


Chameleon

Once a chameleon always a chameleon,
that’s what we chameleons say. Blending
in feels great, but in the end every old 
chameleon is as each young chameleon does.
It’s not just insecurity that makes me
indistinguishable from wallpaper.
I’d like to make others nervous too,
as I go through my stop-start changes.
But look at that insolent banana fly,
doesn't even know I’m here. Hey!
No respect, won’t lower its voice,
won’t even move out of the way, well
I won’t blink, budge, cough or back off.
I can’t roar, can’t fly, can’t grow a horn
but, colour coded and, as cold-blooded
inquisitive reptiles go, I’m full of myself —
an emotionless, expressionless killer.
My tongue is a rocket faster than a falcon
falling from the sky, so fast the binocular
eyes of humans, the compound eyes of flies,
even sleepless guards in the turrets of my own
independently reticulated, roving eyeballs can’t see 
its launch and recoil. I adore it. I suppose I’m a kind
of stained glass window devoted only to myself,
changing colour according to how I’m prey,
swallowing my small arms pride whenever a fully
primed, nuclear deterrent, massive hornbill walks my way.

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