viernes, agosto 31, 2018

William Shakespeare / Cuanto más parpadeo...





















Cuanto más parpadeo, mis ojos ven mejor:
durante todo el día ven cosas sin sustancia,
pero cuando duermo, ellos te miran en los sueños
brillando oscuramente, en lo oscuro dirigidos.

Entonces tú, cuya sombra hace brillantes las sombras,
¡cómo podría esa forma de tus sombras formar una visión
feliz, con luz mucho más clara durante el día claro,
si para estos ojos que no ven tu sombra brilla tanto!

¡Cómo podrían, digo, mis ojos ser benditos
mirándote en el día vivo, si por la muerta
noche, tu hermosa sombra imperfecta permanece
en mis ojos ciegos a lo largo del pesado sueño!

Todos los días son noches hasta que te veo,
y las noches, días brillantes, no bien te muestra el sueño.

William Shakespeare (Stratford-upon-Avon, Inglaterra, 1564-1616), Treinta sonetos, traducción y versiones de Javier Adúriz y Agustín Adúriz Bravo, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2000

Shakespeare On Line - William Shakespeare Sonnets - Interesting Literature - Jaime Gatica

Imagen: Probablemente William Shakespeare. Pinura de Nicholas Hilliard circa 1588, bajo el título "Retrato de un hombre joven"


When most I wink
(XLIII)

When most I wink, then do mine eyes best see,
For all the day they view things unrespected;
But when I sleep, in dreams they look on thee,
And darkly bright, are bright in dark directed.

Then thou, whose shadow shadows doth make bright,
How would thy shadow's form form happy show
To the clear day with thy much clearer light,
When to unseeing eyes thy shade shines so! 

How would, I say, mine eyes be blessed made
By looking on thee in the living day,
When in dead night thy fair imperfect shade
Through heavy sleep on sightless eyes doth stay!

   All days are nights to see till I see thee,
   And nights bright days when dreams do show thee me.

jueves, agosto 30, 2018

Charles Baudelaire / El gato / Los gatos






















El gato

Ven, mi bello gato, a mi corazón amoroso;
Guarda las uñas de tus patas,
Y déjame hundirme en tus bellos ojos,
Fundidos en metal y en ágata.

Cuando mis dedos acarician ociosos
Tu cabeza y tu elástico dorso,
Y se llena de placer mi mano
De palpar tu cuerpo eléctrico,

Veo el espíritu de mi amante. Su mirada,
Como la tuya, amable bestia,
Honda y fría, hiende y corta como un dardo,

Y de los pies a la cabeza,
Un aire sutil, un perfume peligroso,
Nada en torno de su cuerpo bruno.


Los gatos

Los amantes fervientes y los sabios austeros
Aman de la misma forma, en su edad ya madura,
Los gatos fuertes, dulces, orgullo de la casa,
Friolentos como ellos, y como ellos, sedentarios.

Amigos de la ciencia y la voluptuosidad,
Auscultan el silencio y el horror de lo oscuro;
El Erebo haría de ellos sus fúnebres heraldos,
Si pudiera en servicia trocar su dignidad.

Adoptan cuando piensan las nobles actitudes
De las grandes esfinges en hondas soledades
Que parecen dormir un sueño sin condena;

Hay en sus flancos feraces mágicos reflejos,
Y rastros dorados, como de una fina arena,
Estrellas vagas prenden en sus místicos ojos.

Charles Baudelaire (París, 1821-1867), Les fleurs du mal, 1857, 1861
Versiones de J.A.

Foto: Charles Baudelaire por Nadar, 1855, Wikimedia Commons

Le chat

Viens, mon beau chat, sur mon coeur amoureux;
Retiens les griffes de ta patte,
Et laisse moi plonger dans tes beaux yeux,
Mêlés de métal et d’agate.

Lorsque mes doigts caressent à loisir
Ta tête et ton dos élastique,
Et que ma main s’enivre du plaisir
De palper ton corps électrique,

Je vois ma femme en esprit. Son regard,
Comme le tien, aimable bête,
Profond et froid, coupe et fend comme un dard,

Et, des pieds jusques à la tête,
Un air subtil, un dangereux parfum,
Nagent autour de son corps brun.


Les Chats

Les amoureux fervents et les savants austères
Aiment également, dans leur mûre saison,
Les chats puissants et doux, orgueil de la maison,
Qui comme eux sont frileux et comme eux sédentaires.

Amis de la science et de la volupté
Ils cherchent le silence et l'horreur des ténèbres;
L'Erèbe les eût pris pour ses coursiers funèbres,
S'ils pouvaient au servage incliner leur fierté.

Ils prennent en songeant les nobles attitudes
Des grands sphinx allongés au fond des solitudes,
Qui semblent s'endormir dans un rêve sans fin;

Leurs reins féconds sont pleins d'étincelles magiques,
Et des parcelles d'or, ainsi qu'un sable fin,
Etoilent vaguement leurs prunelles mystiques.

https://fleursdumal.org/

Julia Hartwig / Así será















Eso volverá
No será en forma de rescoldos ni de ruinas
todo estará como antes del exterminio
a la luz y en flor
Amistades no desavenidas
pozos no envenenados
batallas rebosantes aún de esperanza en la victoria
Estrellas incontables
Una luna no reconocida
Nosotros ignorantes todavía
de lo que puede cumplirse
y de lo que para siempre
nos será arrebatado

Julia Hartwig (Lublin, Polonia, 1921-Gouldsboro, Estados Unidos, 2017) Dualidad. Antología poética, Vaso Roto, Madrid, 2014
Traducción de Antonio Benítez Burraco y Anna Sobieska
Envío de Jonio González

Ref.:
#Poland
El País
Luvina
Emma Gunst

Foto: #Poland

miércoles, agosto 29, 2018

Freddy Yezzed / De "El diario inédito del filósofo vienés Ludwing Wittgenstein"














4           Señor, si existes, sálvame. & si no existes, invéntate & vuélveme a inventar.

4.001    Solo un fruto puesto sobre la mesa de madera. Es la única nota de color en esta
             alcoba altamente vacía, donde Dios duda, desde la ventana, si entrar o no.

4.002     Como un ciego que busca a Dios entre las sombras, creo ver un día luminoso, la
              luz en la piel de una manzana, mi rostro en una pared blanca.

4.003     Camino en dirección contraria a la del otoño & le doy la cara a cada doloroso
              rayo del verano; de esa forma, con el rostro herido, es más fácil enfrentar
              a Dios.

4.0031   Un W. adentro & otro W. afuera. Uno que pronuncia la palabra campo & otro que
              aspira la palabra abismo. Uno que siente la ternura de un niño & otro que
              piensa en las flaquezas de una mujer sola.
              Como la flor que resiste el peso del cielo, uno & otro arquean sus tallos...
              para no dejar caer a Dios.

4.01      Un W busca con afán la salida de la casa mientras otro W., con parsimonia,
             busca la dirección de la misma casa. Cuando, por fin, los dos W. se encuentran
             en el jardín, en la estación del tren o haciendo fila en un banco,
             indescriptiblemente han de hallar a un tercer W. que camina hermosamente hacia
             el interior de los dos.

Freddy Yezzed (Bogotá, 1979), El diario inédito del filósofo vienés Ludwing Wittgenstein, Ministerio de Cultura de Bogotá y Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2016

Ref.:
Vallejo & Co.
Revista Conexos
La Primera Piedra
Claroscuro

Foto: Sofía Macarena Castillón/Claroscuro

martes, agosto 28, 2018

Carolina Doartero / De "Sibila"
















En la casa de mis padres
hay muebles longevos
discretos testigos
        de tanta vida

laten a la siesta
crujen de madrugada

como árboles que entregan sus frutos
emanan escenas
       enteras

guardamos los carozos
para aprender
       del pasado

son seres
        no cosas

viven
entre la materia
y el espíritu

Carolina Doartero (Laprida, Argentina, 1965)

Sibila,
Ediciones en Danza,
Buenos Aires, 2018









Ediciones en Danza - Carolina Doartero - Lapridenses - Internatural

Foto: FB

lunes, agosto 27, 2018

Rafael Gabino Britez / La sonrisa de Yuri Gagarin


                                                         
             











 “Un piloto no debe cesar de volar”                                                                                                                                                  Y. G.

Somos sobrevivientes del linaje de Ulises,  
nadadores de aguas profundas, 
exploradores del océano cósmico, 
impulsores de una épica
recitada al pie de las naves
como un mantra salvador.”
                            Leonel César Jovellanos,
                            La mística del aventurero


Hay quienes aman viajar, se van lejos de casa
viven un tiempo abrazados al peligro
luego extrañan
emprenden la vuelta
bajo el amparo de sus dioses

otros aman la aventura constante
con cada regreso se motivan
para una nueva partida.

Cuando volvió de orbitar la Tierra
Yuri Gagarin ya no fue el mismo
aquí, sobre el suelo, se sentía pesado
salía a la calle vestido de astronauta
los vecinos aplaudían a su paso.

El héroe de la carrera espacial
sonreía, las chicas lo abrazaban
sólo querían un beso con aliento a estrellas,

su amada esposa recorría la ciudad
hasta encontrarlo, lo arropaba de modo decente
lo cuidaba hasta la próxima aventura,

su obsesión era volver al espacio
en cambio el Partido lo enviaba
como propagandista de la hazaña
lo recibían los líderes del mundo.

Es improbable, nadie quiere acordarse
de la presencia del tango en la Unión Soviética
durante aquellos años de la guerra fría,
parece inverosímil que los astronautas
escucharan a Gardel para relajarse
durante los descansos.

Un documentalista está buscando
testimonios que lo corroboren,
se interna en la espesura de la taiga
acumula entrevistas en aldeas perdidas
en medio de la estepa,
en una esquina de la Plaza Roja
algunos se lanzan a declarar sobre el asunto
entre un fundido y otro.

La leyenda dice
la sonrisa de Yuri
fue determinante para que Jruschov 
le confiara el primer vuelo
alrededor del planeta.

La sonrisa de Yuri
se parecía a la de Gardel,
tenía un aire, digamos
esa intensidad cautivadora

uno primero, otro después
ambos murieron en accidentes de avión
ahora son mitos amados por el pueblo.

Los soviéticos se rezagaron
y ya sabemos quiénes dicen
que llegaron a la luna un poco después
de que el MiG de Yuri se estrellara
una trágica mañana de marzo.

En algún lugar están ocultos
los registros grabados
los últimos instantes del vuelo,
un balbuceo confuso
la inminencia de la muerte
guardada en caja negra.

Decir que el destino se articula de manera lógica
parece aventurado,
huye de las certezas a menudo
cruza coordenadas insólitas
con datos en apariencia inconexos
para acomodar la suerte de los hombres.

Un campesino dice que vio un resplandor
estira un brazo frente a la cámara
para señalar un punto en el cielo
sobre el bosque donde el MiG de Yuri
se precipitó como un relámpago,

en la teve de Moscú nadie da crédito al relato
editado con fondo de bandoneón
y un horizonte de estepa
mientras corren los títulos.

Rafael Gabino Britez (Almirante Brown, Argentina), Variaciones de una demora, inédito

Ref.:
Otra Iglesia Es Imposible
El Silencio y sus Máscaras
La Ficción del Olvido
Un Caos Lúcido

Foto: FB

domingo, agosto 26, 2018

Manuel Bandeira / Dos poemas















La realidad y la imagen

El rascacielos sube en el aire puro lavado por la lluvia
y baja reflejado en el charco barroso del patio.
Entre la realidad y la imagen, en la tierra seca que las separa,
cuatro palomas pasan.


Excusa

Eurico Alves, poeta bahiano,
salpicado de rocío, leche cruda y tierna mierda de cabrito,
lo siento mucho, pero no puedo ir a la Feria de Santa Ana.

Soy poeta de la ciudad
Mis pulmones se volvieron máquinas inhumanas
y aprendieron a respirar el gas carbónico de las salas de cine.
Como el pan que el diablo amasó.
Bebo leche de lata.
Hablo con A., que es ladrón.
Estrecho la mano de B., que es asesino.
Hace años que no veo salir el sol, que no lavo los ojos en
los colores de la madrugada.

Eurico Alves, poeta bahiano,
no soy digno de respirar el aire puro de los corrales del campo.

Manuel Bandeira (Recife, Brasil, 1886 -Río de Janeiro, Brasil, 1968), Antología, Arquitrave Editores, Colombia, edición digital sin fecha
Traducción de Umberto Cobo
Envío de Jonio González

Ref.:
Poemas del Alma
El Poder de la Palabra
Toda Matéria
Eldígoras
Crear en Salamanca
Bula Revista

sábado, agosto 25, 2018

Julieta Desmarás / De "La voz mayor"
















Sun

Miramos lo que se rompe
nada mueve las rocas
subsistimos de resortes vencidos
y un sol que no sabe por dónde
seguir siendo sol
guarda o borra 
(como si su luz fuera responsable)
Bola amarilla   nunca    chupaste frío.


Quién vive 

Dormido tu cara no te pertenece.
La boca es una fosa de muertos,
un pequeño círculo de espanto.
Tus manos tocan un piano al vacío,
privan las mías liberar sus extraños.
¿Quién las pregunta?
¿Qué pez podrido acampa al lado del sueño?
Mortal es herirse por no tener a dónde ir.

Julieta Desmarás (Buenos Aires, 1982)

La voz mayor,
Alción Editora,
Córdoba, Argentina, 2018









Malón Malón - Círculo de Poesía - Seshat - Entre Vidas - Música Rara

Foto: FB

viernes, agosto 24, 2018

Yannis Ritsos / La ventana
















En una pieza, dos hombres están sentados junto a la ventana que da al mar. Parecen dos viejos amigos que no se encuentran desde hace mucho tiempo. Uno de ellos tiene el aspecto de un marino, no así el otro, el que habla. La tarde cae dulcemente. Es un crepúsculo de primavera, calmo, violeta y púrpura. La mar de enfrente, toda unida, ilumina con franjas ondulantes y encostilladas los flancos de los buques, los cordajes y los mástiles, las casas. Empieza, simplemente, y con un aire fatigado:


Me siento junto a la ventana; miro a los transeúntes,
y me miro en sus ojos. Creo ser
una fotografía silenciosa, en su marco envejecido,
suspendida fuera de la casa, en la pared de enfrente-
yo y mi ventana.
Yo mismo, algunas veces, miro
esta fotografía de ojos amorosos y cansados-
una sombra esconde la boca; por momentos, el destello igual del vidrio,
al recogimiento del sol o a la iluminación de la luna,
esconde todo el rostro, y yo resulto escondido
tras una luz estática, palidecida rosa o argentina,
y puedo mirar el mundo libremente sin que nadie me vea- libremente, qué quiere decir?

No puedo ya moverme. Contrapuesta a mi espalda
la pared húmeda o ardiente; sobre mi pecho el frío
vidrio. Las venillas de mis ojos
se ramifican en el vidrio. De este modo, comprimido
entre la pared y el vidrio, no oso mover ninguna de las manos;
llevar la palma a las cejas cuando el sol resplandece
en una gloria implacable; y estoy así obligado
a ver, a querer, y a no moverme. Si intento
tocar algo, mi codo
quebrará quizás, el vidrio, y quedaría un agujero
en mi costado, abierto a las miradas y las lluvias.
Si intento hablar, el aliento de mi voz
empaña el vidrio (como en este momento)
y no veo más aquello de que quería hablar.
Silencio, dices, e inmovilidad. Puedes, aún, decir ocultación,
porque acaso conoces cuántas voces clavadas,
cuántos gestos doblados,
detrás de este esplendor vertical y cristalino tienen casa?
Sobre todo cuando cae la tarde como ahora, bajo la primavera, y el puerto
es un fuego lejano, rojo y amarillo,
en la floresta oscura de los mástiles, y sientes
los peces que el agua oprime, subir
a la superficie, con sus bocas abiertas, abriéndose parecidas a triángulos pequeños,
para hacer una profunda aspiración- lo viste?
es entonces rajado el viso denso de las aguas
por millones de bocas de pececillos, abiertas. Nadie puede
resistir indefinidamente, bajo la masa del agua, en esas florestas fabulosas del mar,
en esa transparencia de asfixia, a una tal perspectiva de inmensidad y de peligro.

Así, creo yo que las fotografías tampoco pueden resistir tras de su vidrio
en cualquier pose-actitud, aun muy bella, en cualquier momento de su vida,
en una edad fijada, en un momento de pureza desdeñosa
con la exquisita mano juvenil abandonada sobre la mesa elegante del estudio fotográfico,
o sobre su rodilla, con una siempreviva (naturalmente) en el ojal,
con una sonrisa imperceptible y vencedora, por sus labios,
no muy pronunciada, traicionando su arrogancia,
pero tampoco invisible, enteramente, al traicionar su dependencia del destino.
Entretanto, inflexible, el tiempo les acecha, antes y después de su instante perfecto,
y ellos desean su tiempo, inflexible del todo, aun cuando por eso,
hubieran de perder
esa dignidad petrificada, esa
pose resplandeciente, premeditada o no —poco interesa—
aun si su leyenda, muy erguida, debiera de fundirse como un cirio
blanco, bajo la llama de sus ojos,
aun si su juventud debiera, saliendo del cristal, ser desmentida.

Sin embargo, al parecer, el miedo excede su deseo,
o quizás se le iguala; y entonces su sonrisa
semeja un pez plateado, alargado asimismo y detenido
entre dos peñascos, en las profundidades... semeja
un pájaro gris de alas inmóviles, meciéndose en el aire,
inmóvil en su propio movimiento. Y las fotografías permanecen
encerradas allí con todo su pesar o sus remordimientos y su ojeriza, aun
sin librarse del cuadro, de su deseo y de su miedo,
frente al cielo exigente y al mar innumerable.
Es por lo que elegimos, comúnmente, un espacio reducido que nos proteja
de nuestra inmensidad. Y es por lo que. tal vez,
yo me siente junto a esta ventana, aquí, mirando
las húmedas señales que dejaran los desnudos pies del batelero
sobre las baldosas del muelle, poco a poco extinguirse,
lo mismo que una hilera de lunitas oblongas, en un cuento de hadas.
Y no puedo ya nada comprender ni me esfuerzo por ello.
Una mujer inclina, sobre el balcón de al lado, sus cabellos en limpio
y dulcemente canta
para secarlos con su canto. Un marinero
permanece azorado, las piernas apartadas,
ante su sombra inmensa, en el atardecer, y es igual que si estuviera
de pie, sobre la proa de un navío, en un puerto extranjero
donde las aguas ignorase y donde, a la vez, le fuera preciso
echar el ancla.
Luego, cuando el anochecer se abate, lentamente, y de los muros
y los cercos
desaparece la palpitación silenciosa y violeta del poniente, antes
de que los reverberos se enciendan,
se produce un súbito calor, y entonces
los rostros se adivinan más bien que se perciben.
Tú ves la sombra penetrar bajo las axilas en sudor;
el sonido de un vestido abanica, al pasar, el follaje de un árbol;
las camisas blancas de los jóvenes toman un color azul lejano, y
exhalan como un vaho,
y toda cosa es tan desprotegida, hechizada e inasible, que
quizás por eso
todas las luces se encienden a la vez, positivas para disipar
lo que es su precisión.

En las casas, los paños se parecen a banderas que caen
en un recalmón inexplicable del mar, cuando todo el mundo deja el barco,
y las banderas no tienen ya por quien flotar; penden así al atardecer,
enardecidas por el sol, lánguidas, olvidadas,
como pieles de grandes bestias, desolladas, de bestias degolladas
para un día de fiesta popular, de desfiles, de músicas, de
danzas y banquetes.
La fiesta pasó. Nadie en las calles. Sobre las aceras
papeles aceitados, escarapelas pisoteadas, cortezas, huesos...
ninguno, sin embargo, ha regresado a su casa, como si arrepentidos
estuvieran y hubiesen asumido una prolongación innecesaria.

Los cuartos quedan sin apetito, y oscuros, mirados solamente
por las luces multicolores de la calle y los navíos, o por unas
estrellas distraídas
o por el repentino proyector de un camión de transporte que pasa,
cargados de soldados ebrios, de gritos y canciones,
y el proyector fija la sombra de la ventana de la casa,
sorda, discretamente, al igual que si fuese un gran cofre de madera
que dos marinos de sombra transportaran sobre una orilla sin nadie.
Y a uno le vienen, entonces, ideas raras —es que ello no te sucede
a ti también?—
que cada uno de nosotros es —supuesto— dos hombres
con rostros encubiertos, rencorosos los dos,
que no pueden entenderse entre sí y que se acuerdan sólo en el momento
de trasladar el cofre, de cavar con las uñas
para enterrarlo, un poco más allá de la orilla.

Y tan bien como ellos, a pesar de todo su misterio, tú sabes
que en ese cofre yace un cuerpo dividido,
un cuerpo juvenil, querido; y ese único cuerpo es su cuerpo
que ellos mismos ataran y enterraran,
como dos extranjeros.
Ese cofre semeja
con su forma perfecta, regular, decidida,
una puerta cerrada,
esas fotografías en su marco, de que hablamos,
semeja esta ventana por la que miramos el vaivén primaveral y
grato de la calle.

A menudo hallé ese cuerpo, ese rostro,
en las noches de luna clara, sobre todo, paseándome
— un poco pálido, pero siempre juvenil— por el muelle,
o por la calle de arriba, con los ribetes sucios,
las mujeres pintadas, los perros hambrientos, los hierros herrumbrados,
con los mal rasurados marineros, los frutos corrompidos, los reniegos,
las huecas mitades de limones,
los lavabos verdes, las cubetas, las candelas, los mecheros de gas.

Y alguna vez, todavía, yo he visto venderse una mujer,
pero ésta no quería aceptar porque él le daba demasiado. "No
no", decía
"Eso no se hace. No", con una voz ronca, y su mano
de uñas encarnadas, tiritaba un poco. Tenía miedo
de ser mezclada en robos, estafas, llaves falsas,
hasta las grandes puertas de hierro parecidas a esas que predicen
las echadoras de cartas,
y que jamás, es cierto, faltan. Por qué mezclarse en tales cosas?

Era precio fijo — nada menos, seguramente, pero tampoco nada más.
Incomprensible, ese hombre con sus ojos
inmensos y como inhabitados en su semblante pálido,
iguales a carbones ardiendo. Hubieran podido ellos quemarla, tal vez.
Aun sus horquillas fundiesen,
y el hierro ardiente, fundido, corriera por los surcos de la cabellera,
hasta en sus ojos.
El continuaba, al parecer, atristado —q uizás a causa de su fuerza
que no pudiera matar nunca. Una bella aflicción,
evocadora de la melancolía, larga, del atardecer primaveral. Y le
sentaba,
le era casi necesaria. El no fuera jamás
decidido, según hemos podido presumirlo. Abría, tranquilo,
el cofre aquél,
como si abriese una puerta, y saliera, íntegro, a la luna,
y las venas de sus manos intensamente se trazaban,
rojas, tan rojas — extrañas para una tal aparición de luna,
bajo su piel cérea de cristiano.

En verdad, suelo pensar que la división, únicamente,
puede ahorrarnos enteros, siempre que lo sepamos.
Y cómo no saberlo desde que son nuestros conocimientos
los que nos dividen y nos unen de nuevo por eso mismo que nosotros
hemos desechado.

Más alto, en la calle de la cual yo te hablaba, es muy lindo...
los más extraordinarios almacenes del mundo... baratilleros,
carboneros, abaceros
peluquerías con grabados antiguos y sillones conspiradores y pesados,
carnicerías con espejos enormes que multiplicándolos repiten,
a una roja teoría, los corderos degollados y las vacas,
puestos de fruteros y vendedores de pescados donde se unen los
efluvios de la pesca y de la cosecha...
un ruido taciturno y ambiguo delante de las puertas,
una iluminación nunca parecida a la reverberación de la hojalata
o de grandes tablas acepilladas, amarillas,
puestas verticalmente sobre la fachada de la carpintería. Allá arriba
se ve en baturrillo
impermeables, botellas, peines, volaterías,
cajas, en hierro, de bizcochos, ataúdes baratos, jabones perfumados,
literas oxidadas de buques naufragados a las que pusiera
en subasta
y que se retirase pieza a pieza,
sederías que furtivamente se han traído de países diferentes, con
toda suerte de dibujos y colores,
servicios de té japonés, de manteles y de haschich,
y también ciertas cajas extrañas, abovedadas, semejantes a iglesias
sin concluir
en las cuales, pájaros desconocidos, rosas y dorados, miran
el movimiento de la calle con ojos impenetrables y extranjeros,
iguales a dos pedrerías, amarillas y negras, robadas por la noche
de los dedos de muerto.
Niños descalzos juegan en el justo medio de la calle, a los cacos,
mujeres se acuestan con marineros en piezas de techo bajo y de
ventanas abiertas,
tenderillos ambulantes, tostados, orinan en fila delante del cercado;
en las canastas rutilan, de cuando en cuando, los pescados, similares
a grandes cuchillos ensangrentados,
y alguna vez, una abeja extraviada,
vagabundea ahí perpleja, bordoneando,
y dejando en el aire las espirales, en alambre dorado, de sus vértigos,
parecidos a pequeños resortes de un juguete de niño desmontado.

La polvareda en nubes se mueve lentamente, entre los rostros,
al crepúsculo,
como un secreto rojo oscuro hecho de sudores y de hálitos, y de
combinaciones y de crímenes,
secreto profundo de un hambre inagotable, apresuradamente nutrida,
un vaivén sin fin, un regateo sin fin, un gastadero sin fin,
que mantiene el comercio, las ambiciones, y como es natural,
también la vida,
te suele ocurrir ver a una moza con un vestido florecido, muy limpio,
detenida en la calle llena de polvareda carbonosa, al lado de los
sacos y de la carreta del vendedor de alfóncigos,
toda iluminada por el mar,
sonreír con dos filas de castísimos dientes al silbido
de un barquillo.

A su alrededor los medio limones descompuestos brillan
soles pequeñitos;
en una ventana baja, una cortinilla de indiana, corrida oblicuamente,
es igual a la página, doblada en la extremidad, de un libro amado,
para que pienses en ella, en un cierto momento, y vuelvas a leerla.
No hay, pues, ninguna humillación ahí donde la vida demanda ser
vivida,
allí donde los perros, con gestos nobles, buscan el montón de
suciedades,
y las jovencitas mantienen levantada, bajo el peso de sus fuertes
cabellos, una frente pulida,
como si sostuvieran una negra colmena con un agua de silencio,
y temiesen que se les caiga. Vi a muchas jovencitas
en esta actitud, en aquella calle, sí,
y jóvenes morenos, de carnudos labios, y velludos,
siempre en irritación (al igual que los muy tristes)
que no lograron devenir tan vulgares como ellos querían.

Es por eso que lanzan, cada vez más, blasfemias,
con una voz, cada vez más pesada. Si prestas atención
comprenderías. Su voz es
una ancha palma que acaricia el gato negro del batel,
sentado sobre sus rodillas, cuerdamente... cuando se hace la noche,
desde luego,
y ni su mano ni el gato son visibles, Sólo los ojos de éste
brillan fosforescentes,
a manera de dos luces de costado, sobre un barquilluelo que costea
una isla florecida.

Si tú excedes dicha calle y hasta la colina de San Basilio, subes,
ves, ante tus ojos, extenderse todo el puerto,
ves, sobre el agua oscura, en la orilla del mar inmenso, relucir
las grandes tachas verdes y doradas, irisadas, de petróleo o de aceite;
tachas brillantes e inmaculadas, se diría, lo mismo que pequeñas
islas movedizas, de una calma indiferente,
entre los perros reventados, y las patatas corrompidas, y las briznas
de paja, y las piñas, y los barcos.

Tú puedes, por esta ventana, mirar, pues, sin vacilar,
o salir a la calle, también — una silenciosa santidad
bajo los actos humanos, queda siempre. Una sombra violeta
calla en el hombro izquierdo de una mujer, derrengada por el amor,
que se ha vuelto del otro lado, y se ha dormido sola. Te es posible mirar
los calzoncillos groseros, en el patio vecino, ensuciados por las
nocturnas poluciones,
o los preservativos desplegados bajo los bancos del paseo,
o los botones del corpiño de las mujeres, caídos sobre el césped,
como florecillas de nácar, algo tristes
por no tener ya qué ofrecer —perfume, polen, simiente. Nada.

He pensado yo mismo ir a esa calle una vez
para vender esta ventana y al mismo tiempo este gran cofre,
sin otro fin que no sea el de escapar de su cuidado
y también mezclarme al tráfico,
escuchar a mi voz hablar una lengua extranjera. En seguida sentí
que no tenía nada que vender. Era sólo un pensamiento inconfesable,
la rebusca de una inédita prueba
que habría acechado, de nuevo, desde la ventana, aun sin vidrios.

No he logrado jamás, éxito en el comercio. Por otra parte, no tengo
nada que pueda ser pagado, nada
que yo pueda pagar. Y esas fotografías, viejas, y
carentes de valor para los otros, bien que sus marcos, a lo menos,
sean de oro macizo. Mas para mí son necesarias,
y no están muertas, no. Cuando cae la tarde
y las sillas, fuera de los cafés, están calientes todavía,
y todos (inclusive acaso yo) piden nido en el otro,
ellas descienden silenciosamente de sus marcos, al igual que si lo
hicieran por una humilde escala de madera, van a la cocina,
encienden la lámpara, ponen la mesa, se oye
el sonido amusical de un tenedor al chocar con un plato,
arreglan mis pocos libros y aun mis pensamientos
por medio de comparaciones y de imágenes (viejas y nuevas)
de modestos argumentos,
y, alguna vez, de antiguas pruebas, inquebrantables: vividas.
De ahí que guarde yo con reconocimiento esta ventana.
No me impide ella ver, existir aun al contrario, todavía...

En cuanto a lo que te decía: "apretado entre el vidrio y la pared"
era una exageración de primavera, un exceso
debido a la abundancia, carnal y verde, de las hojas. La ventana
es una serenidad, una transparencia servicial y leal.

Cuando los muros se nublan al atardecer, esta ventana
luce por sí misma; ella mantiene y ella extiende
los estertores del poniente,
ella lanza su reflejo sobre la sombra de la calle,
ella ilumina los rostros de los transeúntes como asiéndolos en
flagrante delito,
en su momento más suyo; ella ilumina rayos de bicicleta,
o la cadena dorada que se hunde en un seno de mujer,
o el nombre extranjero de un navío que está anclado en el puerto.

Contra sus vidrios, en invierno, el viento da con las rodillas,
y le veo partir, disgustado y ancho, volviendo las espaldas.
En los crepúsculos de primavera —como éste— otras veces, oigo desde aquí,
las charlas de los marineros, bajel a bajel,
y es como si ellos desnudaran la relación de las estrellas, como si
ellas me explicasen
esos nombres incomprensibles de los flancos de los barcos. De improviso
oigo el ruido de un ancla que penetra en el agua,
a la manera de algo que se me ofrece a mí, exclusivamente,
a indicarlo,
a la manera de algo que me invita.

Cómo podría, entonces, de esta ventana lamentarme?
Puedes entreabrirla, si quieres, sin mirar del todo afuera,
seguir invisible en los vidrios
las escenas verdaderas de la calle, en un espacio más profundo, y
más durable,
con la dulce iluminación, de una distancia grande,
mientras todo, bajo tus ojos, pasa a un metro más lejos.
Si lo deseas, asimismo, puedes abrirla entera, y mirarte en el cristal,
al modo que en un espejo mágico y lejano, y peinar tus cabellos que
comienzan a volverse más ralos,
o arreglar un poco tu sonrisa. En este vidrio
todo es más neto, al parecer... más silencioso, más inmóvil,
e indispensable así también e incorruptible.
Es que jamás
se te ha ocurrido mirar
a través de un vidrio el mar? Bajo la agitada superficie
el fondo de su inmensidad parece espléndido
en un orden cristalino, imperturbable y frágil a la vez,
en una santidad muda — según ya lo hemos dicho. Sólo que si te quedas
unos minutos más así, el aliento te falta,
y levantas la cabeza, consecuentemente, al aire,
o esta ventana abres o sales por la puerta.
No hay ya nada que haga inclinarse a tu vida y a tus ojos,
no hay ya nada que tú no puedas orgullosamente mostrar y hacerlo
canto,
nada cuya figura no puedas tú volverla al sol.

Cerraron ellos la ventana y salieron a la calle. Las luces de los navíos se habían encendido. Fueron hasta la punta de la escollera. Se detuvieron, miraron el mar, oyeron el salto entrecortado de un pez en el agua baja y, sin razón, se apretaron sus manos, palma sobre palma. Luego silenciosos, tomaron asiento sobre un ruedo de húmedos cordajes, encendieron un cigarrillo y se miraron a la llama del fósforo. Parecían extraña y absurdamente dichosos, con esa dicha inexplicable que posee siempre la vida en la primavera, cuando todo a su alrededor huele al agua salada, a la fritura, a la lechuga picada y al vinagre. Irían a cenar, pronto, a la taberna vecina. Tenían hambre ya y el sonido del gramófono acentuaba sanamente la sensación de su apetito. A su lado pasó la guardia del puerto con su paso regular. Los uniformes de verano eran enteramente blancos en el anochecer. Los dos amigos se levantaron de los cordajes y avanzaron.

El Pireo, Abril de 1959

Yannis Ritsos (Monemvasía, Grecia, 1909-Atenas, 1990), La ventana, El Lagrimal Trifurca, Rosario, 1973
Versión de Juan L. Ortiz

Ref.: El bar El Cairo y los poemas de Yannis Ritsos, por Jorge Isaías, Rosario 12

Foto: Yannis Ritsos, sitio oficial

jueves, agosto 23, 2018

Yannis Ritsos / Grecite














Estos árboles no pueden saciarse a menos que de cielo,
Estas piedras no pueden saciarse bajo el paso extranjero,
Y esos hombres no pueden saciarse sino bajo el sol,
Y esos corazones no pueden saciarse sino de justicia.

Este país es tan duro como el silencio,
Aprieta en su seno lozas abrazadas,
Aprieta dentro de la luz sus viñas y sus olivos huérfanos,
Aprieta sus dientes. No hay agua. Solamente luz.

El camino se pierde en la luz.
Metálica es la sombra del vallado.
Estos árboles se han vuelto piedra y los ríos y los
            gritos en la cal del sol.

La raíz choca con el mármol.
Robles polvorientos.
Este mulo. Esta roca. Anhelantes. No hay agua.
Todos tienen sed, desde hace años.
Todos muerden un bocado de cielo sobre su amargura.
Sus ojos son rojos por la vigilia.
Una arruga profunda se alberga entre sus cejas.
Como entre dos colinas, al crepúsculo, un fino ciprés.

Su mano está clavada sobre un fusil.
Su fusil prolonga su mano
Su mano prolonga su alma.
Sobre su labio habita la cólera.
Y la tristeza resplandece en el fondo de sus ojos
Como una estrella en el fondo de una caverna de sal.

Cuando ellos aprietan los puños,
El sol es seguro para el mundo
Cuando ellos sonríen,
Una pequeña golondrina escapa del matorral de su barba,
Cuando ellos duermen,
Doce estrellas caen de sus bolsillos vacíos
Y cuando se los mata,
La vida trepa la pendiente con tambores y banderas.
Desde hace tantos años, todos tienen sed, todos tienen hambre,
                                       todos están muertos.

Sitiados por tierra y por mar
El calor ha devorado sus campos
La sal impregna sus casas
El viento ha echado abajo sus puertas y las tristes lilas de la plaza
La muerte entra y sale por los agujeros de sus uniformes
La lengua tiene la rugosidad de una piña
Sus perros están muertos con sus sombra por mortaja
La lluvia da latigazos a las osamentas.

Petrificados en la espera fuman la bosta y la noche
Escrutando el gran desencadenamiento
Donde se sepulta el mástil quebrado de la luna.

El pan se ha ido, las balas se han ido.
No tienen más que su corazón
Para cargar sus fusiles.
Tantos años asediados por tierra y por mar,
Todos tienen hambre, todos sucumben
Pero algunos de ellos no mueren,
Sus ojos brillan mientras velan
Y brilla una gran bandera
Y brilla un gran fuego rojo,
En cada alborada miles de torcazas vuelan de sus manos hacia
        las cuatro puertas del horizonte.

[1966]

Yannis Ritsos (Monemvasía, Grecia, 1909-Atenas, 1990), La Cachimba, n° 10, Rosario, Argentina, 1974
Traducción: Alejandro Pidello, sobre la versión francesa de J. Lacarriere

Nota del Administrador: El poema cuya primera parte se publica aquí alude a la ocupación alemana de Grecia durante la Segunda Guerra Mundial. En el mundo de habla hispana se conoce como "Grecidad" (Ρωμιοσυνη). Pidello lo tituló "Grecite" , más o menos en francés, en una decisión encomiable, pues grecidad suena feo, y no existe, por ahora, en castellano.

Ref.:
A Media Voz
ABC
Drugstore
La Comparecencia Infinita
El Rinoceronte Ilustrado
Trianarts

Foto: Yannis Ritsos sitio oficial

miércoles, agosto 22, 2018

Pablo Seguí / de "Animal de bien"
















Anochece 

En cada colectivo
que pasa hay una sombra
de vos que continúa
viajando, que se aleja,
que no desciende aquí.
Cada quince minutos
me confirmás que no.


Sistema nocturno

Observo, bajo el foco
que ilumina mi cuerpo
y otras cosas, un libro
que mis manos disponen
a modo de escenario
mientras lo leo en voz
alta. De mi mirada
qué podría decir,
salvo que tasa, atenta,
la realidad. El libro
me atrapa y, a la vez,
evalúo los modos
de ese embrujo. Del foco,
que no miro, me gusta
saber que es el umbral
dentro del cual sucede
este sensato análisis.

Pablo Seguí (Córdoba, Argentina, 1973)

Animal de bien,
Barnacle,
Buenos Aires, 2018









El Bakelita - Analecta Literaria - El Poeta Ocasional - Al Pialdelapalabra - Cosas de Mimbre  -  Otra Iglesia Es Imposible

martes, agosto 21, 2018

Margaret Atwood / Los animales de aquel país














En aquel país los animales
tienen rostros de personas:

los gatos
ceremoniales toman las calles

el zorro corre
amable hacia la tierra, los cazadores
lo cercan, siguiendo
el tapiz de sus costumbres

el toro, bordado
en sangre tiene
una muerte elegante, trompetas, su nombre
impreso en la piel, una marca de heráldica
porque

(cuando se revolcó
sobre la arena, espada al corazón, los dientes
en la boca azul eran humanos)

en realidad es un hombre
como los lobos, que tienen
conversaciones sonoras en sus
bosques llenos de leyenda.

                En este país los animales
                tienen rostros de
                animales.

                Una vez sola
                sus ojos brillan frente a los faros del auto
                y desaparecen.

                No hay elegancia en su muerte.

                Tienen los rostros
                de nadie.

Margaret Atwood (Ottawa, Canadá, 1939), Hablar de Poesía n° 37, Buenos Aires, agosto de 2018
Traducción de Eleonora González Capria

Uno - Universidad Complutense de Madrid - El Placard - Letras Libres

Foto: Glimmerglass Festival


The animals in that country// In that country the animals/ have the faces of people:// the ceremonial/ cats possessing the streets// the fox run/ politely to earth, the huntsmen/ standing around him, fixed/ in their tapestry of manners// the bull, embroidered/ with blood and given/ an elegant death, trumpets, his name/ stamped on him, heraldic brand/ because// (when he rolled/ on the sand, sword in his heart, the teeth/ in his blue mouth were human)// he is really a man// even the wolves, holding resonant/ conversations in their/ forests thickened with legend.// In this country the animals/ have the faces of/ animals.// Their eyes/ flash once in car headlights/ and are gone.// Their deaths are not elegant.// They have the faces of/  no-one.

lunes, agosto 20, 2018

John Ciardi / Líneas














Yo no seguí exactamente un rumbo en la vida
pero la abeja me asombraba y la riqueza del viento
era casi creíble. Oyendo la risa de una urraca

al cruzar un pueblo fantasma en Wyoming, diciendo Hola
en Cambridge, comiendo queso junto al espumoso Rin,
asomándome al plexiglás sobre Tokio,

fui incapaz de construir una vida con todas
las existencias que perseguí. La abeja sin embargo
me asombraba, y no me preocupaba pedir

cuentas al viento. Sólo una vez, en Pompeya,
me sumí en un sueño que entendí,
y desperté para descubrir que no había perdido el rumbo.

John Ciardi (Boston, Estados Unidos, 1916-Edison, Estados Unidos, 1986), Person to Person, Rutgers University Press, New Brunswick, Nueva Jersey, 1964
Versión de Jonio González


Foto: Getty Images, "Author John Ciardi as He Appeared in the Atlantic Monthly" (detalle)


LINES

I did not have exactly a way of life 
but the bee amazed me and the wind’s plenty 
was almost believable. Hearing a magpie laugh 

through a ghost town in Wyoming, saying Hello 
in Cambridge, eating cheese by the frothy Rhine, 
leaning from plexiglass over Tokyo, 

I was not able to make one life of all 
the presences I haunted. Still the bee 
amazed me, and I did not care to call 

accounts from the wind. Once only, at Pompeii, 
I fell into a sleep I understood, 
and woke to find I had not lost my way.

domingo, agosto 19, 2018

Gerardo Lewin / Isidoro Cañones contempla las ruinas de Mau Mau















De nada, Cachorra, nos valió creernos
un trazo inmortal en el papel.

Puntual, aquí está el día, el tedio,
la transfiguración de lo que amé
en grácil materia anonadada,
despojo inerte de sacras, magnas francachelas.

Hubo vastos, placenteros océanos,
inexplorados continentes desnudos,
nuestro jolgorio y gloria.

Hubo una guerra y los Cañones
construyeron la patria.

Una vez más, pido la cuenta.
Ya rancia, la manteca cayó.

Lo que tuvo que ser:
dios inclemente
o redentor demonio
me quita
lo bailado.

Gerardo Lewin (Buenos Aires, 1955)

Nombre impropio,
Deacá,
Buenos Aires, 2017









Otra Iglesia Es ImposibleDe-canta-sión - El Placard - Alpialdelapalabra - Op. Cit.

Foto: FB

sábado, agosto 18, 2018

Idea Vilariño / No hay por qué




No hay por qué odiar los tangos
ni el mar
ni las hormigas
no hay por qué abominar de la sonrisa
del sol
de los mandados
de los torpes cuidados de los hombres
no hay por qué estar asqueado de los diarios
de los informativos de la radio
de las concentraciones.
O hay por qué.
Hay.
Si habrá.
Vaya si habrá.
Sí. Pero.
Pero no hay qué.
Supongo.

Idea Vilariño (Montevideo, 1920-2009), Pobre mundo, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1966
Envío de Jonio González

Ref.:
La Nación
El País
ABC
Literal
A Media Voz
HebdoLatino
Eterna Cadencia

Foto: El País

viernes, agosto 17, 2018

Wendell Berry / Cómo ser un poeta (para hacerme acordar)


i

Hacete de un lugar para sentarte.
Sentate. Quedate callado.
Tenés que depender del afecto,
la lectura, el conocimiento, la habilidad,
-más de cada una de lo que
vos tenés- la inspiración,
el trabajo, envejecer, la paciencia,
porque la paciencia une el tiempo
a la eternidad. Cualquiera de los lectores
a los que les gustan tus poemas,
duda de su juicio.


ii

Respirá con un aliento incondicional
el aire no acondicionado.
Rechazá el cableado eléctrico.
Comunicate despacio. Viví
una vida tridimensional;
mantenete lejos de las pantallas.
Mantenete lejos de cualquier cosa
que oscurezca el lugar en el que está.
No hay lugares no sagrados;
Solo existen los lugares sagrados
y los lugares profanados.


iii

Aceptá lo que viene del silencio.
Hacé lo mejor que puedas con eso.
De las palabras chiquitas que vienen
del silencio, como rezos rezados
y devueltos al que los reza,
hacé un poema que no moleste
al silencio del cual vino.

Wendell Berry (Port Royal, Kentucky, Estados Unidos, 1934), Poetry, Chicago, enero 2001
Versión de Noelia Torres

Ref.:
Poetry Foundation
Espacio Luke
The Atlantic

Foto: C Guy Mendes/Counterpoint Press/Boom California


How to Be a Poet
(to remind myself)

i   

Make a place to sit down.   
Sit down. Be quiet.   
You must depend upon   
affection, reading, knowledge,   
skill—more of each   
than you have—inspiration,   
work, growing older, patience,   
for patience joins time   
to eternity. Any readers   
who like your poems,   
doubt their judgment.   

ii   

Breathe with unconditional breath   
the unconditioned air.   
Shun electric wire.   
Communicate slowly. Live   
a three-dimensioned life;   
stay away from screens.   
Stay away from anything   
that obscures the place it is in.   
There are no unsacred places;   
there are only sacred places   
and desecrated places.   

iii   

Accept what comes from silence.   
Make the best you can of it.   
Of the little words that come   
out of the silence, like prayers   
prayed back to the one who prays,   
make a poem that does not disturb   
the silence from which it came.

Poetry, enero 2001

jueves, agosto 16, 2018

Michelle Pérez-Lobo / Babel














Una tras otra
las letras, los sonidos;
la ce que huele a ka,
la vocal de boca abierta,
la ese constelada
y la a de los subsuelos;
todo
se derrumba.
(Todas
nuestras cosas
se derrumban.)

Cada miembro de la torre
se vuelve prescindible:
los objetos
blandos
como infantes no nacidos,
reflejo de nuestras almas
que poco a poco se fortificaban,
ahora se despeñan,
babélicos,
tras el cobarde golpe del no.
Caen los naipes
por la imprudencia del viento;
los espejos amorosos
magnifican el estruendo.

Se desmorona
la recién nacida
guarida de nuestras cosas.
Una por una besan el suelo
antes de romperse:       
crrrrack (bastardilla)
el libro que toca el piso y lo acaricia
antes de morir,
como yo
abierta en tu pecho
esa repentina noche última
-la lengua sobre la tierra,
destrozada-.

Hoy el mundo asiste
a la caída
estrepitosa
de las letras
de tu nombre.

Michelle Pérez-Lobo (Ciudad de México, 1990), Periódico de Poesía, n° 109, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mayo 2018

Tercera Vía - Luvina - Poetas Siglo XXI - Notimex

---
Foto: Tercera Vía /14/01/2018

miércoles, agosto 15, 2018

John Berryman / Dream Song 233. Cantatrice












Malentendido, malentendido, malentendido.
¿Estamos colocados aquí en medio de otra cosa?
A veces me lo pregunto.
Antes del relámpago, esta tarde, vino el trueno:
el mundo natural tiene sentido: los gatos odian el agua
y aman a los peces.

Peces, plancton, el radar de los murciélagos, el sentido de los peces
que se deslizan desde la costa de Sudamérica
y ponen rumbo a Gibraltar.
¿Cómo hacen para saber que está allí? Lo llamamos "instinto",
por el cual soñamos que sabemos lo que es el instinto.
como un malentendido.

Una vez perdí el juicio por una tierna muchacha y nos sonreímos
y nos casamos, tuvimos hijos. Nunca recogimos de verdad
un ala ardiente.
Henry rodaballo. ¿Cuál es el nombre de ese pez?
Mucho mejor organizado que nosotros, oh.
¡Canta ese nombre para mí, hechicero, cántalo!

John Berryman (McAlester, Estados Unidos, 1914-Mineápolis, Estados Unidos, 1972), Selected Poems 1938-1968, Faber and Faber, Boston, 1972
Traducción de Jonio González

Ref.:
Poetry Foundation
The Irish Times
Paris Review
The New Yorker
Buenos Aires Poetry
Poetas Siglo XXI
Arcadia

Foto: The Irish Times


DREAM SONG 233

CANTATRICE

Misunderstanding. Misunderstanding, misunderstanding.
Are we stationed here among another thing?
Sometimes I wonder.
After the lightning, this afternoon, came thunder:
the natural world makes sense: cats hate water
and love fish.

Fish, plankton, bats’ radar, the sense of fish
who glide up the coast of South America
and head for Gibraltar.
How do they know it’s there? We call this instinct
by which we dream we know what instinct is,
like misunderstanding.

I was soft on a green girl once and we smiled across
and married, childed. Never did we truly take in
one burning wing.
Henry flounders. What is the name of that fish?
So better organized than we are oh.
Sing to me that name, enchater, sing!

martes, agosto 14, 2018

Laura Wittner / Dos poemas
















Hacen vibrar la voz a las 6

Incluso en la tormenta
incluso en este amanecer oscuro
los obreros de la construcción vecina
bromean a los gritos.
Hace dos años que son existencias
meramente sonoras. Ahora
el edificio que hicieron surgir
llega hasta mi balcón: a las risas
se les suman los cuerpos.
Ya sospechaba yo
que no podían ser puro sonido
quienes trenzaban semejante materia. 


Interrumpen la charla para hacer algo urgente

En la parte de arriba del mundo
están las amigas emigradas:
heroínas románticas
aventureras con gorro de piel
mujeres físicamente poderosas
que cuando llega navidad
mi cumpleaños, los actos escolares
en lugar de adormecerse de calor
salen a la puerta de sus casas
–el rostro agudo de la decisión
los puños prontos–
nada más y nada menos
que a palear nieve.

Laura Wittner (Buenos Aires, 1967), Periódico de Poesía, n° 109, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mayo 2018

Ref.:
Op. Cit.
La Primera Piedra
Eterna Cadencia
Espacio Murena
Emma Gunst
Página 12

Foto: FB

lunes, agosto 13, 2018

Juan Antonio Masoliver / Dos poemas



















Un niño en el pecho de su madre
le roba el pecho al amante
que lo tuvo en sus ojos, en sus manos
y en su boca. Nada duele tanto
como la ausencia de lo robado.
¿Qué saben los niños
de la magia de la teta?
¿Qué saben del amor?
¡Ah, si supieran quiénes somos
desde el nacimiento!
A nadie robaríamos un seno
que no fue nuestro antes de nacer.


*

La quise un Viernes Santo
que era día de abstinencia
y no me quiso querer.
Pasé la noche a la intemperie
enfermo de lujuria. Al amanecer
del Sábado de Gloria
llamó a mi puerta y me deslumbró
su radiante desnudez,
como dicen que fue radiante
la resurrección del Nazareno.

Juan Antonio Masoliver (Barcelona, España, 1939), Periódico de Poesía, n° 110, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), junio-julio 2018

domingo, agosto 12, 2018

Alejandro Schmidt / Qué será lo que se quema















las ideas de la filosofía
las ideas de la antropología estructural
no son funcionales para la poesía

qué será lo que  se quema

siento que desaparezco

¿puede la vida enseñarnos algo?
qué dice la pureza del corazón

qué dicen los viajes
las pasiones

te mojes o no
el museo nacional de la ausencia
la cooperación general de la soledad
llegan con la lluvia

los sentimientos familiares
las coartadas médicas
resultan

igual a
la tristeza…
igual al honor de una noche…

la muerte esconde
su animal desconocido

único rulo del espacio
la personería jurídica
del existir.

Alejandro Schmidt (Villa María, Argentina, 1955-Córdoba, Argentina, 2021), Romanticismo y Verdad, 27 de febrero de 2018

sábado, agosto 11, 2018

Alberto Cisnero / El movimiento de los remos produce...



el movimiento de los remos produce
temblores en las totoras de la orilla.
adónde se fueron aquellos tiempos,
todos aquellos años, la luz de un candil,
una paz lejana, el consuelo de una estrella,
tan distantes de mí, vengan a mí conjuro,
en leve aureola, todos mis lises lleven
en su fuerza. mientras impactan.
mientras se destruyen, se queman,
se desechan.

Alberto Cisnero (La Matanza, Argentina, 1975), Media hora con el autor, inédito




Op. Cit. - Periódico de Poesía - Jámpster - El Infinito Viajar - Literatura Viva

Foto: Merli Cisnero 

viernes, agosto 10, 2018

Charlotte Mew / Tiraron los árboles




   [Otro ángel clamó a gran voz]
   diciendo: No hagáis daño a la
   tierra, ni al mar, ni a los árboles…
   (Apocalipsis)

Están cortando los enormes árboles donde terminan los jardines.
Durante días hubo un rechinar de sierras, un silbido de ramas al caer,
un desplome de troncos, un crujido de ramas pisoteadas
con los "ay" y los "uy", con la charla ruidosa y las risas ruidosas de
los hombres, por encima de todo.
Recuerdo que una noche de primavera, hace mucho tiempo,
ante una reja, luego de bajarme de un carro, me encontré una gran rata
muerta       en el lodo de la entrada.
Recuerdo haber pensado que una rata, viva o muerta, había sido dejada de
la       mano de Dios,
pero que en mayo, al menos, hasta una rata debería estar viva.
El trabajo de toda la semana casi está listo. Falta aquella rama
  en el tronco amarrado, en esa lluvia delicada y gris,
        verde y alta,
        a solas sobre el cielo.
            (¡Y derribada ahora!)
        Salvo eso,
        de no ser por la rata vieja y muerta
que alguna vez, por un momento, consiguió deshacer la primavera, jamás
habría pensado en ello nuevamente.
La primavera no está deshecha hoy por un momento;
estos solían ser árboles enormes, ella estaba en sus troncos y raíces.
Cuando los hombres, con sus "ay" y "uy", se hayan llevado toda la gracia
susurrante,
para mí, media primavera se habrá ido con ellos.
Ahora se está yendo, y han golpeado mi corazón como los corazones de los
       plátanos;
ha latido mitad de mi vida con ellos, al sol, bajo las lluvias,
       en el viento de marzo, en la brisa de mayo,
en los violentos ventarrones que hasta ellos llegaron sobre los techos de los
       grandes mares.
     Tan sólo hubo una lluvia sutil mientras morían;
debieron escuchar los gorriones en vuelo,
las pequeñas criaturas reptantes en la tierra ahí donde yacían.
        Pero el día entero oí clamar a un ángel:
        "No lastimen los árboles".

[Collected Poems and Prose, 1981]

Charlotte Mew (Londres, 1869-1928), "Dos poemas de Charlotte Mew", Letras Libres, México, 15 de junio de 2018
Versión de Hernán Bravo Varela

Otros poemas en
Poetry FoundationMy Poetic Side

Foto: Charlotte Mew a los 26 años My Poetic Side


The trees are down

   —and he cried with a loud voice: Hurt not
   the earth, neither the sea, nor the trees—
   (Revelation)

They are cutting down the great plane-trees at the end of the gardens.
For days there has been the grate of the saw, the swish of the branches as
they    fall,
The crash of the trunks, the rustle of trodden leaves,
With the ‘Whoops’ and the ‘Whoas,’ the loud common talk, the loud
common laughs of the men, above it all.
I remember one evening of a long past Spring
Turning in at a gate, getting out of a cart, and finding a large dead rat in
the      mud of the drive.
I remember thinking: alive or dead, a rat was a god-forsaken thing,
But at least, in May, that even a rat should be alive.
The week’s work here is as good as done. There is just one bough
   On the roped bole, in the fine grey rain,
             Green and high
             And lonely against the sky.
                   (Down now!—)
             And but for that,   
             If an old dead rat
Did once, for a moment, unmake the Spring, I might never have thought of
him again.
It is not for a moment the Spring is unmade to-day;
These were great trees, it was in them from root to stem:
When the men with the ‘Whoops’ and the ‘Whoas’ have carted the whole of
the whispering loveliness away
Half the Spring, for me, will have gone with them.
It is going now, and my heart has been struck with the hearts of the planes;
Half my life it has beat with these, in the sun, in the rains,   
             In the March wind, the May breeze,
In the great gales that came over to them across the roofs from the great
seas.
             There was only a quiet rain when they were dying;
             They must have heard the sparrows flying,   
And the small creeping creatures in the earth where they were lying—
             But I, all day, I heard an angel crying:
             ‘Hurt not the trees.’

-- Poetry Foundation, Collected Poems and Prose, Manchester, England: Carcanet Press Ltd., 1981