lunes, junio 08, 2020

Pedro Ignacio Vicuña / Fataj
















I

Fataj bajó a lo profundo del silencio
para reinar en su silueta.
El primer día de su silencio astral
conoció el pavor a las hormigas
y su extraño ruido centelleante.
Todo pareció caminar a grandes pasos
incluso su pesado murmullo
que nada lograba decir al vuelo de las aves.
El negro hábito de su sangre
se escurría lentamente por las puertas
y segundo a segundo
formaba la espesura de su aliento,
su viaje desesperado
Fataj a la busca de la sombra
a la busca de un juego antitético
a la espesura del bosque propio.

No importaba la caída del sol
no importaba el temor a la luz
el dolor de la ignorancia lo abatía
y no era más que un silbido planetario
o la quimera de un centauro alado
o bien, nada más que la sombra de su sombra.

Fataj descubrió el brillo de sus ojos en la noche
el silencio, su extraño fantasma
su extraño mundo sin señas ni signos
el silencio y su extraño vagar por las fosas propias
el escozor de sus ojos
y su extraño mirar anciano
su vejez y su ignorancia ensordecedora.
Quiso crear la luz
por eso se cortó las orejas.
Quiso la claridad y su viaje se prolongaba
más allá de la piel,
a lo profundo y estático de la nada.

El silencioso vuelo hacia la conquista de sus manos
revelaba sus continuos amores lunares.
Ah, falaz! Tu silencio se clavó en cada piedra
tu sangre se secó en cada costado de tus ojos
y tu extraño viaje no daba los colores adecuados!

La ceguera lo tumbó de espaldas
en la arena ardiente de su historia.

Adónde vas Fataj,
a qué silencios enclavados en la tierra
a qué juego de tus misteriosos besos?
Quién eres?
Qué marcas has dejado en las arenas,
qué de minutos en un segundo?
Y tus ojos,
qué hay de tus ojos vaciados?
de tus clarividencias inoportunas?
de tus manos sudorosas?
El viento cantó como un pájaro herido
las cerbatanas de la boca
las liras de sus lágrimas
en derredor
en derredor un frío carnicero
en lontananza un esbozo de luz
un silencio aterrador
entre los pasos marcados en el aire.

Una pirueta magistral
las fuentes pueden peinarse
o descubrir la imagen de su quietud
en el palpitar cansado de dos cuerpos amantes
los espejos
los colgados espejos delatores
no hay silencio Fataj!
No hay calma.
Hay algo que danza.
Hay algo de carnavalesco en tu silencio
hay algo que delata que no existes.

Tírenme los espacios anudados en bolsas de papel
muéstrenme los quejidos de la nada parturienta
denme a beber un pedazo del camino.

Fataj tu camino se detiene
a veces tu silueta
a veces tu mirar
quebrantan el silencio del trayecto.

Algo se acerca
un sonido se levanta cerca de ti mismo
una mirada te besa desde lejos
pasos y más pasos
tu cuerpo hundido
manoseado por los hemisferios celestes.
El rocío huía de su costado.
Estaba más solo que al comienzo
estaba más triste y más salado.
No era más que la migaja de su origen.

Pudo haber más silencio en la tierra
pudo haber más nubes en su boca
pudo haber más saliva en sus orejas
mas su sueño terminaba allí
mas su ser no era más que suspiros
no era más que sed de regar el desierto con lágrimas
o de rasgar el himen de su ser.

Las lunas giraban en torno a su cabeza
y en vano trataba de besarlas
en vano quiso ser el amante del cielo nocturno
y el sueño le vencía
el cansancio de su viaje
el pavor de ver la luz le hacían detenerse
contemplar sus propias manos
y su cuerpo desnudo frente al negro abismo
y su pequeñez astral
en los huecos de la tierra.

Tuvo miedo
y tanto intentó gritar
que finalmente se asustó de no ver flores en su aliento.
Sintió las miradas en las ventanas
el paso de los hombres por su cabeza
tuvo vergüenza de verse desnudo
y se tapó la cara con las rodillas.
Quizá el vagar por ciudades desiertas
por encima de sus propias huellas
le salvó del suicidio de sus pies.

II

La respiración agotada de sus pies lo despertó
o lo transportó a otro sol
a un silencio más clarividente
donde cada mirada se convertía en una gota
en un pestañear de dedos
que lo iluminaban sombríamente.

Dónde estás Fataj?
En qué cavidades de la luz
en qué peldaño de tu mitificación?
Llegas a tu tiempo propio
al tiempo que te espera
como una amante dócil
y el beso se deshace en la nada
estás, eres y no eres

pasos gigantes sobre gigantes blancos
azules ventanales, gritos, motores
un teléfono en la cocina
tu viaje
tu cabalgar sombrío en tu silueta
tu reino hecho y deshecho
¡el mundo está creado!
Una bocina o el metro
un silbido
un par de ojos que te rozan
que te tocan anudado
tu caverna tu grito milenario
tu larga silueta de un segundo
te tocas, estás y no lo sabes.

III

Pudo haber viajado hacia los pulmones de la luna
pero no,
la luz comenzaba a cegarle
su extraña caverna se abría
como una tarde de primavera,
el sol comenzaba a roerle la mirada
no había pasos sobre los pasos
un detenimiento de la mirada
una cabeza que subía estelar
hacia lo vacío de la noche.

Las caras comenzaban a rodearle
ya no hay silencio detrás de las piedras
tu silencio en flor
como vagina de doncella
los pasos agotados entre las frialdades ciudadanas
las manos te acarician
estás solo,
te ves.
Tu cuerpo baila de temor lunar
tu caverna tan antigua
tantos pasos en un segundo.

La luz te enceguece
y no entiendes el dolor de tus noches
ni los soles que giran como veleros.

Hay más ojos sobre la tierra
y los pies quieren navegar.

Caminó lunas enteras
como al encuentro del mar
y las miradas le evadían.

Tenía temor de la luz
y no había regreso

lo conducían la sangre y los cabellos
hacia el encuentro infinito
hacia el acoplamiento marino
de la gaviota y la arena.

Temblaba el sudor de su corazón
a medida que el sol
como paloma ausente
se acercaba a la soledad del cenit.

Ensombrecido de luz
avanzaba hacia el encuentro estelar
con sus raíces y su piel.
Había quedado todo atrás
incluso su pelo
que se batía
como lagarto herido
en las caricias del viento.

IV

No queda nada de tu sombra
y sin embargo permaneces.

De tus ansias y temores
sólo queda la violenta caída
y los extraños seres pétreos
que deambulan a tus alrededores.

Las miradas ya no te tocan
los ojos buscados se han esfumado
como tu saliva ancestral.
Los paisajes marinos
no son sino sueños aplastados
por los largos pasos en la arena
por los ásperos cantos del cuervo salvaje.

Tu idioma de revoloteos celestes
se pierde entre las callejas
tu desnudez vuelve a avergonzarte
y no puedes cubrirte con silencios
tu voz se alza más allá de las higueras
tiritas de tristeza
descubres que la piel se corroe
y que no hay manos que te miren
no hay voces que te toquen
no hay ojos que te hablen.

Vagó por las calles
perdía su enormidad en el bullicio
una vez en los bancos de la plaza
otra vez acurrucado a la sombra de los ríos
buscando la compañía inquieta de la noche.
Le dolía su engaño.

¡Cuántos años y fiebres
Para crear el mundo!

Sólo silencios detrás de la piel
las miradas no se abrían como cataratas
tuvo miedo
como tantas otras veces
lloró de bruces en los espejos.

Su cuerpo herido y tan lleno de dudas.
Quiso volver sobre sus pasos
y los arreboles nocturnos
le ataban la piel
a las piedras de su quehacer solar.
Has encontrado el aleteo frío de los hombres
y sólo avanzar a la locura espacial
te llama a abandonar la noche.
Estás, te tocas y lo sabes.
Y la luna revolotea en tus uñas
tu silueta crece,
tu reino deshecho
y tu cuerpo todo sol
crecen en los silencios de la tierra.

La figura se inunda de deseos
y tu viaje brutal hacia los hombres
te estremece el aire
y tu fuego, tu extrañeza del amor
y tu dolor infinito e implacable
te anudan a las carreteras
te enredan entre pies y manos
y no estás solo en tu callar

te estremeces de hombres y cristales
y eres otro más
otro hijo de la tierra engañada
y tu sangre se estremece.

De nuevo a la búsqueda de los arco-iris
de nuevo la mirada avanza
hacia la juntura erótica del cielo y el mar.

Salónica, Hydra, Atenas, 1975

Pedro Ignacio Vicuña (Santiago de Chile, 1956), Bitácora del otro mar. Antología de 40 años de poesía, Editorial Pfeiffer, Chile, 2011

Nota en esta edición: El poema "Fataj" fue publicado en la ciudad de Atenas, Grecia, en mayo de 1979 por las Ediciones Diogenis. Se trató de una edición bilingüe castellano-griego con traducción del propio autor.

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Foto: I Avgi

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