domingo, junio 07, 2020

Anthony Hecht / Naturaleza muerta















Un vapor sonámbulo, como un fantasma de visita, flota
sobre un lago con una calma a lo Tennyson justo antes del amanecer.
Árboles invertidos y pedruscos tiemblan y se diluyen
en una oscuridad pulida. Destellos de plata despuntan
en el líquido follaje, y poco después desaparecen.

Todo está empapado y enjoyado de humedad.
Una telaraña, tejida bien tirante
en el entramado de las puntas del pasto,
se comba como una red de bomberos
con todo el oropel y las riquezas que ha atrapado,
cada gota un pisapapeles de cristal Steuben.

Ningún canto de pájaro aún, ni un grillo ni una trucha estalla
   en los remolinos
en busca de una mosca rasante. Todo está por suceder.
Las cosas están calmas e inmóviles a lo largo
de todo el universo, como antiguos cuencos chinos,
y la naturaleza está magníficamente muda.

¿Por qué me agita tanto todo esto, como un código o un
   sordo presentimiento
de propósitos y sucesos ya preestablecidos?
Me conoce, y yo reconozco su vacilación cautelosa,
ceñida, ese silencio tan afectado y tan intenso.

Como en una superficie de agua contemplo el primer y suave
   decreto color durazno
de la luz, sus pálidas órdenes inaudibles.
Permanezco debajo de un pino en el frío,
justo antes del amanecer, en algún lugar de Alemania,
con un fusil Garand, mojado, helado, en mis manos.

Anthony Hecht (Nueva York, Estados Unidos, 1923-Washington, 2004), Revista Ñ, n° 871, Buenos Aires, 6 de junio de 2020
Versión de Joaquín de Tristero

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Foto: Anthony Hecht, 2000  Jack Mitchell/Getty Images

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