viernes, diciembre 08, 2023

Rosario Castellanos / La nostalgia



Si te digo que fui feliz, no es cierto.

No creas lo que yo creo cuando me engaño.

El recuerdo embellece lo que toca:
te quita la jaqueca que tuviste,
el sopor de la siesta lo transfigura en éxtasis
y, en cuanto a ese zapato que apretaba
tanto que te impidió bailar el primer baile,
no hubo zapato. Mira: estás descalza, danzas
eternamente ingrávida en el círculo
cerrado de un abrazo.

Danzas sin esa doble barbilla de tu gula,
sin esa arruga artera
que está acechando alrededor de tu ojo.

Rosario Castellanos (Ciudad de México, 1925-Tel Aviv, 1974), Poesía no eres tú. Obra poética, Fondo de Cultura Económica, México, 1972
Envío de Jonio González


jueves, diciembre 07, 2023

Jane Hirshfield / Las conversaciones que más recuerdo




Así como un pastel dulce necesita
un poco de sal
o la negrura la proximidad de un poco de gris para ser visible,
o una olla sin usar es ideal para el agua hirviendo,

las conversaciones que más recuerdo
son las que se interrumpieron.

Espera, dices, corriendo tras ellas,
olvidé preguntar-

Lluvia nocturna, responden.
Plata sobre las rojas bayas del espino.

Jane Hirshfield (Nueva York, Estados Unidos, 1953), The Beauty, Alfred A. Knopf, Nueva York, 2015
Versión de Jonio González




THE CONVERSATIONS I REMEMBER MOST

The way a sweet cake wants
a little salt in it,
or blackness a little gray nearby to be seen,
or a pot unused stays good for boiling water,

the conversations I remember most
are the ones that were interrupted.

Wait, you say, running after them,
I forgot to ask—

Night rain, they answer.
Silver on the fire-thorn’s red berries.

miércoles, diciembre 06, 2023

Gastón Baquero / De "Palabras escritas en la arena por un inocente"



I

Yo no sé escribir y soy un inocente.
Nunca he sabido para qué sirve la escritura y soy un inocente.
No sé escribir, mi alma no sabe otra cosa que estar viva.
Va y viene entre los hombres respirando y existiendo.
Voy y vengo entre los hombres y represento seriamente el papel que ellos quieren:
Ignorante, orador, astrónomo, jardinero.

E ignoran que en verdad soy solamente un niño.
Un fragmento de polvo llevado y traído hacia la tierra por el peso de su corazón.
El niño olvidado por su padre en el parque.
De quien ignoran que ríe con todo su corazón, pero jamás con los ojos.
Mis ojos piensan y hablan y andan por su cuenta.
Pero yo represento seriamente mi papel y digo:
Buenos días, doctor, el mundo está a sus órdenes, la medida exacta de la tierra
es hoy de seis pies y una pulgada, ¿no es ésta la medida exacta de su cuerpo?
Pero el doctor me dice:
Yo no me llamo Protágoras, pero me llamo Anselmo.
Y usted es un inocente, un idiota inofensivo y útil.
Un niño que ignora totalmente el arte de escribir.
Vuelva a dormirse.

IX

Estamos en Ceylán a la sombra crujiente de los arrozales.
Hablamos invisiblemente la Emperatriz Faustina,
Juliano el Apóstata y yo.
Niño, dijeron, qué haces tan temprano en Ceylán,
Qué haces en Ceylán si no has muerto todavía.
Y aquí estamos para discutir las palabras del Patriarca Cirilo,
Y hablaremos hebreo, y tú no sabes hebreo?

El emperador Constantino sorbe ensimismado sus refrescos de fresa.
Y oye los vagidos victoriosos del niño occidente.
Desde Alejandría le llegan sueños y entrañas de aves tenebrosas como la herejía.
Pasan Paulino de Tiro y Petrófilo de Shitópolis.
Pasan Narciso de Neronias, Teodoto de Laodicea, el Patriarca Atanasio.
Y el Emperador Constantino acaricia los hombros de un faisán.
Escucha embelesado la ascensión de Occidente.
Y monta un caballo blanquísimo buscando a Arlés.
El primero de Agosto del año trescientos catorce de Cristo.
Sale el Emperador Constantino en busca de Arlés.
Lleva las bendiciones imperiales debajo de su toga,
Y el incienso y el agua en el filo de su espada.
Faustina me prestaba su copa de papel
Y yo bebía del vino que toman los muertos a la hora de dormir.
Pero no conseguían embriagarme
Y de cada palabra que decían sacaba una enseñanza.
El pez vencerá al Arquitecto,
Los hijos son consubstanciales con el padre.
Si descubren un nuevo planeta, habrá conflagraciones, y renunciará a existir el Sínodo de Antioquía.

Y de todo salía una enseñanza.

Estamos en Ceylán a la sombra de los crujientes arrozales.
Mujeres doradas danzan al compás de sus amatistas.
Niños grabados en la flor de amapola danzan briznas de opio.
Y en todo el paraninfo de Ceylán las figuras del sueño testifican:
¿Quién es ese niño que nos escribe en palabra en la arena?
¿Qué sabe él quién lo desata y lanza?

Me prestaba su copa de papel.
El patriarca hablaba desde su estatua de mármol, con su barba natural y voz de adolescente:
Preparáos a morir. La hora está aquí. Vengan.
Continuaba bebiendo el vino de los muertos y fingía dormir.
El patriarca me ponía su manto para cuidarme del sueño.
Y oía su diálogo por debajo del vuelo, la voz enjoyada de Faustina, la voz de la estatua,
el vino de Ceylán, la canción de los pequeños sacrificados en la misa de Ceylán.

¿Quién es ese niño que nos escribe en palabras en la arena?
¿Qué sabe él quien lo desata y lanza?

Una voz contesta desde su garganta de mármol:
Dejadlo dormir, es inocente de todo cuanto hace,
Y sufre su sangre como el martirio de una herejía.
Dormir en la voz helena de Cirilo.
Con las soterradas manos de Faustina.
Dialogando interminablemente Juliano el Apóstata.


X

Echemos algunas gotas de horror sobre la dulzura del mundo.
Mira tu corazón frente a frente, piensa en la terrible belleza y renuncia.
Los ancianos ya tiemblan al soplo de la muerte.
Los ancianos que fueron también la belleza terrible,
Los que turbaron un día las débiles manos de un niño en la arena.
Ellos son los que tiemblan ya ahora al soplo de la muerte.
Piensa en su belleza y piensa en su fealdad.
Aún los seres más bellos conducen un fantasma.
Ellos son los que tiemblan ya ahora al soplo de la muerte.
Escapa, débil niño, a la verdad de tu inocencia.
Y a todos los que se imaginan que no son inocentes
Y adelantándose al proscenio dicen:
Yo sé.

Dejemos vivo para siempre a ese inocente niño.
Porque garabatea insensatamente palabras en la arena.
Y no sabe si sabe o si no sabe.
Y asiste al espectáculo de la belleza como al vivo cuerpo de Dios.
Y dice las palabras que lee sobre los cielos, las palabras que se le ocurren,
a sabiendas de que en Dios tienen sentido.
Y porque asiste al espectáculo de su vida afligidamente.
Porque está en las manos de Dios y no conoce sino el pecado.
Y porque sabe que Dios vendrá a recogerle un día detrás del laberinto.
Buscando al más pequeño de sus hijos perdido olvidado en el parque.
Y porque sabe que Dios es también el horror y el vacío del mundo.
Y la plenitud cristalina del mundo.
Y porque Dios está erguido en el cuerpo luminoso de la verdad como en el cuerpo sombrío de la mentira.
      Dejadlo vivo
      para siempre.

Y el niño de la arena contesta: ¡Gracias!
Y una voz le responde:

      Sea Pablo,
      Sea Cefas,
      sea el mundo,
      sea la vida,
      sea la muerte,
      sea lo presente,
      sea lo por venir,
      todo es vuestro:
      y vosotros de Cristo,
      y Cristo de Dios.

Vuelve a dormirte.

[1941]

Gastón Baquero (Banes, Cuba, 1914 - Madrid, 1997), Poesía completa (1935-1994), Fundación Central Hispano, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Alicante, 2004



Foto: Gastón Baquero, Salamanca, España, 1993 Alfredo Pérez Alencart/Cuba News

martes, diciembre 05, 2023

Martín Adán / Escrito a ciegas



(Carta a Celia Paschero)

¿Quieres tú saber de mi vida?
Yo sólo sé de mi paso,
De mi peso,
De mi tristeza y de mi zapato.
¿Por qué preguntas quién soy,
Adónde voy?... Porque sabes harto
Lo del Poeta, el duro
Y sensible volumen de ser mi humano,
Que es cuerpo y vocación,
Sin embargo.

Si nací, lo recuerda el Año
Aquel de quien no me acuerdo,
Por que vivo, porque me mato.

Mi Ángel no es el de la Guarda.
Mi Ángel es del Hartazgo y Retazo,
Que me lleva sin término,
Tropezando, siempre tropezando,
En esta sombra deslumbrante
Que es la Vida, y su engaño y su encanto.

Cuando lo sepas todo...
Cuando sepas no preguntar...
Sino roerte la uña de mortal.
Entonces te diré mi vida,
Que no es más que una palabra más...
La toda tuya vida es como cada ola:
Saber matar.
Saber morir.
Y no saber retener su caudal,
Y no saber discurrir y volver a su principio,
Y no saber contenerse en su afán...

Si quieres saber de mi vida,
Vete a mirar al Mar.
¿Por qué me la pides, Literata?
¿Ignoras acaso que en el Mundo,
Todo de nadas acumuladas,
De desengrandar infinitudes,
No si no un trasgo
Eterno, sombra apenas de apetito de algo?

La cosa real, si la pretendes,
No es aprehenderla sino imaginarla.
Lo real no se le coge: se le sigue,
Y para eso son el sueño y la palabra.
¡Cuídate de su atajo!
¡Cuídate de su distancia!
¡Cuídate de su despeñadero!
¡Cuídate de su cabaña!

¿Quién soy? Soy mi qué,
Inefable e innumerable
Figura y alma de la ira.
No, eso fue al fin... y era el principio,
Antes de donde el principio principia.
Soy un cuerpo de espíritu de furia
Asentada de aceda ironía.
No, no soy el que busca
El poema, ni siquiera la vida...
Soy un animal acosado por su ser
Que es una verdad y una mentira.

¡Es tan simple mi ser, y tal ahogo,
Con punzada de nervio y carne!...
Yo buscaba otro ser,
Y ése ha sido mi buscarme.
Yo no quería ni quiero ya ser yo,
Sino otro que se salvara o que se salve,
No el del Instinto, que se pierde,
Ni el del Entendimiento, que se retrae.

Mi día es otro día,
Algún no sé dónde estarme,
A dónde no sé ir en mi selva
Entre mis reptiles y mis árboles,
Libros y cementos
Y estrellas de neón,
Mujeres que se me juntan como la pared
 -   y como nadie... o como madre,
Y el recién nacido que sobre mí llora,
Y por la calle
Toda las ruedas
Reales y originales.
Así es mi vida cabal,
Hasta la última tarde.

El Otro, el Prójimo, es un fantasma.
¿Existe el aire,
Donde te asfixias y recreas
Respirando, tu cuerpo inane?
¡No, nada es sino la sorpresa
Eterna de tu mismo reencontrarte
Siempre tú los mismos entre los mismos muros.

De las distancias y de las calles!
¡Y de los cielos estos techos
Que nunca me ultiman porque nunca caen!

Y no alcancé al furor de lo divino,
Ni a la simpatía de lo humano.
Lo soy y no lo siento ni así me siento.

Soy en el Día el Solitario
Y el absoluto en la Zoología si pienso,
O como carnívoro feroz si agarro.
¿Soy la Creatura o el Creador?
¿Soy la Materia o el Milagro?
¡Qué mía y qué ajena tu pregunta!...
¿Quién soy? ¿Lo sé yo acaso?

¡Pero no, el Otro no es!
¡Sólo yo en mi terror o en mi orgasmo!

¡Y con todos mis sueños resoñados,
Y con toda la moneda recogida,
Y con todo mi cuerpo, resurrecto
Tras cada coito, ciego, vano, sin pupila!...

¡Cuando no seas nada más que ser,
Si llegas a la edad de la agonía!...
¡Cuando sepas, verdaderamente,
Que es ayuntamiento de muerte y vida!...
¡Entonces te diré quién soy,
Seguro, sí, que ya sin voz, Amiga!

Que se curan con hierbas eficaces
Los puros animales que te hablan
Allá, entre piedras inmateriales
El mundo real y la ciencia humana,
Donde, con una pelota
Los muchachos aparentes hediondos gozaban.
Sí, la vida es un delirio así, y sin embargo,
En esa vida no estuvo mi nada,
Ninguna, pero real, pero celeste o volcánica.

¡Qué tarde llega el Tiempo
A su punto de olvido o de sensibilidad!
Viene arrastrando, como el aluvión,
De cúmulo, de suelo, de humanidad.

Que se curan con hierbas eficaces
¡Cuán inesperado y desesperado cualquier ya,
Todo yo que cae con el Tiempo
Desde nunca siempre y para siempre jamás!
¡Qué madrugada eterna no dormida
Lo del revolverme en el hacer y en el pensar!

La Soledad es una roca dura
Contra la que arroja el Aire.
Está en cada pared de la Ciudad,
Cómplice, disimulándose.
Me arrojo o me arrojo, sin cesar
Yo soy mi impedimento y mi crearme.

La Poesía es, Amiga,
Inagotable, incorregible, ínsita.
Es el río infinito
Todo de sangre,
Todo de meandro, todo de ruina y
 arrastre de vivido...
¿Qué es la Palabra
Sino vario y vano grito?
¿Qué es la imagen de la Poética
Sino un veloz leño bajo un gato írrito?
Todo es aluvión. Si no lo fuera,
Nada sería lo real, lo mismo.

El Amor no sabía
Sino tragarse su substancia

Y así la Creación se renovaba.
Todo me era de ayer, pero yo vivo;
Y a veces creo, y a la Vez me amamanta.

No soy ninguno que sabe.
Soy el uno que ya no cree
Ni en el hombre,
Ni en la mujer,
Ni en la casa de un solo piso,
Ni en el panqueque con miel.

No soy más que una palabra
Volada de la sien,
Y que procura compadecerse
Y anidar en algún alto tal vez

De la primavera lóbrega
Del Ser
No me preguntes más,
Que ya no sé...

Supe que no era lo que no era, no sé cómo,
   - y toda era
Hasta la cosa de mi nada.
Y fui uno no sé cuándo,
Persiguiendo, por entre numen y maraña
Dentro de ella, yo, nacido y flaco, ya con
 todas las armas,
Yo por todo paso que me hacía,
A ello persiguiendo... a la palabra
A cualquiera,
A la madriguera o a la que salta.

Si mi vida no es esto
¿Qué será la vida?... ¿Adivinanza?...
Que me dé tiempo el Tiempo, a más del suyo,
Y yo me reharé mi eternidad;
Lo que me falta,
Porque la eché... me estuvo un momento demás.
¿Sabes de los puertos encallados,
Del furor y del desembarcar,
Y del cetáceo con mojadísimo uniforme,
Que no nada y cae ya?
¿Sabes de la ciudad tanta,
Que no parece ciudad,
Sino cadáver disgregado,
Innumerable e infinitesimal?

Tú no sabes nada;
Tú no sabes sino preguntar,
Tú no sabes sino sabiduría
Pero sabiduría no.es estar
Sin noción de nada, sino proseguir o seguir
A pie hacia el ya.

[1961]

Martín Adán (Lima, 1908 -1985), Material de Lectura 129, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), selección y nota de Sergio Monsalvo, México, 2012


lunes, diciembre 04, 2023

T. S. Eliot / Preludios




I
La noche de invierno se instala
En los pasillos con olor a filetes.
Las seis en punto.
Las colillas de los días quemados.
Ahora, desde los baldíos,  la lluvia borrascosa arremolina
Restos mugrientos
De hojas mustias
Y papeles de diario alrededor de tus pies;
El chubasco golpea
Las persianas rotas y los remates de las chimeneas,
En la esquina
Un solitario caballo de tiro resopla y patea.
Y entonces se encienden las lámparas.

II
La mañana toma conciencia
Del vago olor a cerveza rancia
Que sube desde el aserrín de la calle,
Amasado por innumerables pies embarrados que se apuran
Hacia los puestos de café.
El tiempo se reanuda
Con las otras mascaradas.
Uno piensa en todas las manos
Que levantan persianas sucias
En mil  habitaciones amuebladas.

III
Apartaste una manta de tu cama,
Esperaste tumbada de espaldas;
Adormecida contemplabas la noche que revelaba
Las mil imágenes sórdidas
De las que esta hecha tu alma;
Centelleaban en el techo.
Y cuando todo el mundo volvía
Y la claridad se colaba entre las persianas
Y oías a los gorriones en las canaletas,
Tuviste una de esas visiones de la calle
Que la calle difícilmente entiende;
Sentada en el borde de la cama,
Donde te rizabas el pelo,
O apretabas las plantas amarillentas de tus pies
Con las sucias palmas de tus manos.

IV
Su alma se extendía a través del cielo
Que se desvanecía una cuadra más adelante,
O era pisoteada por pies insistentes
A las cuatro,a las cinco, a las seis en punto;
Y dedos cortos y cuadrados rellenando pipas,
Y diarios vespertinos, y ojos
Tan seguros de ciertas certezas,
La conciencia de una calle ennegrecida
Ansiosa por asumir el mundo.

Estoy conmovido por fantasías que se enroscan
Y se adhieren a estas imágenes:
La noción de algo infinitamente amable,
Infinitamente enfermo.

Seca tu boca con la mano y sonríe;
Los mundos dan vueltas como ancianas
Que juntan leña en los baldíos.

[c.1910]

T. S. Eliot (Missouri, Estados Unidos, 1888 - Londres, 1965), Prufrock and Other Observations, 1917, Collected Poems, 1909-1962, Faber and Faber, 1963
Versión de Isaías Garde


Foto:T. S. Eliot, 1957 Express/Getty Images


Preludes

I
The winter evening settles down
With smell of steaks in passageways.
Six o’clock.
The burnt-out ends of smoky days.
And now a gusty shower wraps
The grimy scraps
Of withered leaves about your feet
And newspapers from vacant lots;
The showers beat
On broken blinds and chimney-pots,
And at the corner of the street
A lonely cab-horse steams and stamps.

And then the lighting of the lamps.

II
The morning comes to consciousness
Of faint stale smells of beer
From the sawdust-trampled street
With all its muddy feet that press
To early coffee-stands.

With the other masquerades
That time resumes,
One thinks of all the hands
That are raising dingy shades
In a thousand furnished rooms.

III
You tossed a blanket from the bed,
You lay upon your back, and waited;
You dozed, and watched the night revealing
The thousand sordid images
Of which your soul was constituted;
They flickered against the ceiling.
And when all the world came back
And the light crept up between the shutters
And you heard the sparrows in the gutters,
You had such a vision of the street
As the street hardly understands;
Sitting along the bed’s edge, where
You curled the papers from your hair,
Or clasped the yellow soles of feet
In the palms of both soiled hands.

IV
His soul stretched tight across the skies
That fade behind a city block,
Or trampled by insistent feet
At four and five and six o’clock;
And short square fingers stuffing pipes,
And evening newspapers, and eyes
Assured of certain certainties,
The conscience of a blackened street
Impatient to assume the world.

I am moved by fancies that are curled
Around these images, and cling:
The notion of some infinitely gentle
Infinitely suffering thing.

Wipe your hand across your mouth, and laugh;
The worlds revolve like ancient women
Gathering fuel in vacant lots.

domingo, diciembre 03, 2023

Antonio Cisneros / Crónica de Chapi, 1965




                                                           Para Washington Delgado

                                    Lengua sin manos, ¿cómo osas hablar?
                                                                                      Mío Cid

Oronqoy. Aquí es dura la tierra. Nada en ella
se mueve, nada cambia, ni el bicho más pequeño.
Por las dudosas huellas del angana
–media jornada sobre una mula vieja–
                                                             bien recuerdo
a los doscientos muertos estrujados
y sin embargo frescos como un recién nacido.
                                                                      Oronqoy.
La tierra permanece repetida, blanca y repetida
hasta las últimas montañas.
Detrás de ellas
el aire pesa más que un ahogado.
                                                     Y abajo,
entre las ramas barbudas y calientes:
Héctor. Ciro. Daniel, experto en huellas.
Edgardo El Viejo. El Que Dudó Tres Días. 
Samuel, llamado el Burro. Y Mariano. Y Ramiro.
El callado Marcial. Todos los duros. Los de la rabia entera.
(Samuel afloja sus botines.) Fuman. Conversan.
Y abren latas de atún bajo el chillido
                                                         de un pájaro picudo.
“Siempre este bosque
que me recuerda al mar, con sus colinas,
sus inmóviles olas y su luz
diferente a la de todos los soles conocidos.
                                                                     Aún ignoro

las costumbres del viento y de las aguas.
                                                                 Es verdad,
ya nada se parece al país que dejamos y sin embargo
                                                   es todavía el mismo.”
Cenizas casi verdes,
restos de su fogata ardiendo entre la nuestra:
estuvieron muy cerca los soldados.
                                                                           Su capitán,
el de la baba inmensa, el de las púas
–casi a tiro de piedra lo recuerdo– en pocos días ametralló
                                  a los doscientos hombres
                                                                   y eso fue en noviembre
(no indagues, caminante, por las pruebas:
para los siervos muertos no hay túmulo o señal)
                                                                            y esa noche,
en los campos de Chapi,
hasta que el viento arrastró la Cruz del Sur,
se oyeron los chillidos de las viejas,
                                                           ayataki,
el canto de los muertos,
pesado como lluvia
                                sobre las anchas hojas de los plátanos,
duro como tambores.
                                Y el halcón de tierras altas
sombra fue sobre sus cuerpos maduros y perfectos.
(En Chapi, distrito de La Mar, donde en septiembre,
don Gonzalo Carrillo –quien gustaba
moler a sus peones en un trapiche viejo–
fue juzgado y muerto por los muertos.)

“El suelo es desigual, Ramiro, tu cuerpo
se ha estropeado entre las cuevas y corrientes
                                                                submarinas.
Al principio, sólo una herida en la pierna derecha,
                                                                        después
las moscas verdes invadieron tus miembros.
Y eras duro, todavía.
                                Pero tus pómulos no resistieron más
–fue la Uta, el hambriento animal de mil barrigas– y
tuvimos, amigo, que ofrecerte
como a los bravos marinos que mueren sobre el mar.”
Ese jueves, desde el Cerro Morado se acercaban.
Eran más de cuarenta.
El capitán –según pude saber–
sólo temía al tiempo de las lluvias
y a las enfermedades que provocan
las hembras de los indios.
                                                          Sus soldados
temían a la muerte.
Sin referirme a Tambo –cinco mil habitantes y naranjas–
doce pueblos del río hicieron leña tras su filudo andar.
Fueron harto botín hombres y bestias.
                                                               Se acercaban.
Junto a las barbas de la ortiga gigante
cayeron un teniente y el cabo fusilero.
                                                                (El capitán
se había levantado de prisa, bien de mañana
para combatir a los rebeldes.
Y sin saber que había una emboscada,
marchó con la jauría hasta un lugar tenido por seguro y discreto.
Y Héctor tendió la mano, y sus hombres
se alzaron con presteza.)
                                                                           Y así,
cuando escaparon, carne enlatada y armas recogimos.
El capitán huía sobre sus propios muertos
abandonados al mordisco de las moscas.
                                                                         No tuvimos heridos.

 
Los guerrilleros entierran sus latas de pescado,
recogen su fusil, callan, caminan.
                                                                Sin más bienes
que sus huesos y las armas, y a veces la duda como grieta
en un campo de arcilla. También el miedo.
                                                                  Y las negras raíces
y las buenas, y los hongos que engordan y aquellos que dan muerte
                                                                           ofreciéndose iguales.
                                       Y la yerba y las arenas y el pantano
más altos cada vez en la ruta del Este, y los días
                                                                más largos cada vez
(y eso fue poco antes de las lluvias).
Y así lo hicieron tres noches con sus días.
                                                                Y llegados al río
decidieron esperar la mañana antes de atravesarlo.
 
“Wauqechay, hermanito, wauqechay,
es tu cansancio
largo como este día, wauqechay.
Verde arvejita verde,
wauqechay,
descansa en mi cocina,
verde arvejita verde,
wauqechay,
descansa en mi frazada y en mi sombra.”

Daniel, Ciro, Mariano, Edgardo El Viejo,
El Que Dudó Tres Días, Samuel llamado el Burro,
Héctor, Marcial, Ramiro,
qué angosto corazón, qué reino habitan. 

Y ya ninguno pregunte sobre el peso
y la medida de
                           los hermanos muertos,
y ya nadie les guarde repugnancia o temor.

Antonio Cisneros (Lima, 1942-2012), Canto ceremonial contra un oso hormiguero, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1968


Foto: Antonio Cisneros, Berlín, 1985 R. Von Mangoleit/Centro Cultural Inca Garcilaso

sábado, diciembre 02, 2023

Pat Schneider / La paciencia de las cosas comunes



Es una especie de amor, ¿no?
Como la taza contiene el té,
como la silla se mantiene sólida y firme sobre sus patas,
como el suelo recibe la suela de los zapatos
o los dedos de los pies. Como las plantas de los pies saben
dónde se supone que deben estar.
He estado pensando en la paciencia
de las cosas comunes, en el modo en que la ropa
espera respetuosamente en armarios
y el jabón se seca discretamente en el platillo,
y las toallas absorben la humedad
de la piel de la espalda.
Y en la preciosa repetición de los escalones.
¿Y qué existe más generoso que una ventana?

Pat Schneider (Ava, Missouri, Estados Unidos, 1934 - Amherst, Estados Unidos., 2020), Another River: New and Selected Poems,  Amherst Writers and Artists Press, Amherst, 2005
Versión de Jonio González



THE PATIENCE OF ORDINARY THINGS

It is a kind of love, is it not?
How the cup holds the tea,
How the chair stands sturdy and foursquare,
How the floor receives the bottoms of shoes
Or toes. How soles of feet know
Where they’re supposed to be.
I’ve been thinking about the patience
Of ordinary things, how clothes
Wait respectfully in closets
And soap dries quietly in the dish,
And towels drink the wet
From the skin of the back.
And the lovely repetition of stairs.
And what is more generous than a window?

viernes, diciembre 01, 2023

Esteban Peicovich / La bañera azul



El mejor poema escrito esta semana
son los doce tomates hechos crecer
en la buena tierra de la bañera azul
que se buscó otro oficio en la terraza.

Como yo, están verdes todavía. Y como yo
esperan cada tarde la lluvia y el sosiego.

Busco entablar conversación, la mínima,
pedirles el secreto de vegetar en gloria
dorados por el sol y amamantados por la noche.

Deseo esa noble genética que los hace nacer
y morir, irrepetibles, en sus pequeños destinos
que cruzan del amarillo al verde humildísimo
hasta apagarse en sucesivo rojo.

Los doce tomates que alumbran mi azotea
han nacido también de las manos de Dios.
Tan sólo reclamo mi derecho a ser tratado
por él, de igual manera, con igual cuidado.

Pido que ajuste el mecanismo de su obra
y ese argumento de la huida: el tiempo.
Nacer en primavera, disolverse en invierno
desconocer la silenciosa edad de la tortuga.

Sólo ser cada año, una vez, ese estallido
de antiguo asombro: la renovación exacta
del jazmín, la locuacidad de la albahaca
y los tomates, amándose de noche,
hasta amanecer repentinamente soles
en la sonrisa de la tierra.

Esteban Peicovich (Zárate, Argentina, 1929 - Buenos Aires, 2018), La bañera azul, Libertarias/Prodhufi, Madrid, 1994 Vía Biblioteca Ignoria/Isaías Garde


Foto: Esteban Peicovich, 2005 Wikimedia Commons

jueves, noviembre 30, 2023

Dylan Thomas: No entres dócilmente



30. No entres dócilmente en esa noche tranquila

No entres dócilmente en esa noche tranquila,
la vejez debería arder y maldecir cuando termina el día;
furia, furia contra la agonía de la luz. 

Aunque los hombres sabios sepan al morir que la oscuridad es justa,
porque sus palabras no han forjado ninguna luz, ellos
no entran dócilmente en esa noche tranquila. 

Hombres buenos, en su última hora, lloran por el brillo
con que sus frágiles actos pudieron haber bailado en una verde bahía,
furia, furia contra la agonía de la luz. 

Hombres rebeldes que atraparon y cantaron el sol en vuelo,
y que aprenden, demasiado tarde, lamentándose en su camino,
no entres dócilmente en esa noche tranquila. 

Hombres solemnes, cerca de la muerte, ven con mirada enceguecedora
que los ojos ciegos pueden arder como meteoritos y alegrarse,
furia, furia contra la agonía de la luz.

Y tú, padre mío, allí en tu triste plenitud,
maldíceme, bendíceme con tus lágrimas feroces, te lo ruego.
No entres dócilmente en esa noche tranquila.
furia, furia contra la agonía de la luz.

Dylan Thomas (Swansea, Gales 1914-Nueva York, Estados Unidos, 1953)
Versión de Silvia Camerotto

Poemas escogidos (1934-1952)
Editorial Barnacle.
Ilustración de Merlina Cisnero
(De próxima aparición)










Foto: Dylan Thomas mientras actuaba como director de escena de El deseo atrapado por la cola, de Pablo Picasso, Londres, 1950 Haywood Magee/Getty Images


Do not go gentle into that good night,
Old age should burn and rave at close of day;
Rage, rage against the dying of the light.

Though wise men at their end know dark is right,
Because their words had forked no lightning they
Do not go gentle into that good night.

Good men, the last wave by, crying how bright
Their frail deeds might have danced in a green bay,
Rage, rage against the dying of the light.

Wild men who caught and sang the sun in flight,
And learn, too late, they grieved it on its way,
Do not go gentle into that good night.

Grave men, near death, who see with blinding sight
Blind eyes could blaze like meteors and be gay,
Rage, rage against the dying of the light.

And you, my father, there on the sad height,
Curse, bless, me now with your fierce tears, I pray.
Do not go gentle into that good night.
Rage, rage against the dying of the light.

miércoles, noviembre 29, 2023

Bruno Di Benedetto / Un cuchillo



Lunes, y amanece.
Un mal sueño me despierta.
Hago pis.
Hago mate.
La artrosis no duele demasiado.
Salgo al patio.
Riego cada una de las plantitas.
Las acaricio hoja por hoja.
Hago otro mate.
Pienso.
Pienso.
Hago pis otra vez.
No me falles, próstata.
Tengo todo un día por delante.
Tengo muchas decisiones que tomar.
Elijo afilar mi cuchillo.
Cabo de madera y marfil.
Piedra, quince grados de inclinación,
la mecánica de la herida.
Piedra gruesa.
Piedra fina.
Lija al agua del seiscientos.
Lija al agua del dos mil.
No puedo parar
Quince grados
Ida y vuelta
Ida, ida, ida
Quince grados
La mecánica del brillo.
Lo que mata brilla
Me refleja
Refleja el día, el sol, las plantitas, mi boca.
Amo tanto a este cuchillo,
su docilidad de fierro
su forma de reptil
sus quince grados antes de la eternidad 
corta carne
corta un pelo en el aire
corta el aire y la respiración
quince grados
ida y vuelta
ida, ida, ida sin vuelta 
el brillo
el tajo
el espejo del mundo

[inédito]

Bruno Di Benedetto (Avellaneda, Argentina, 1955)


---

martes, noviembre 28, 2023

Bárbara Gallotta / De "La costumbre de las órbitas"



ya están secas esas hojas olvidadas de verdes crujiendo bajo los pasos apretados de los pensamientos que un día se dieron al andar erguidos sobre sus piernas las plantas callosas que les dio el tiempo áspero seco del érase una vez antes de la primera gota de lluvia cuando el viento era dueño del aire y el éter todavía tenía ojos hechos de párpados pestañas pupilas encandiladas por un sol que no deja de nacer en cada chispa que se piensa y se hace uña pelo grasa sien latiendo el pulso del infinito silencio de una sola conciencia cien reviste su sutil materia que surcando huesos como cielos toca tierra firme una vez detrás de otra sin llevar la cuenta ni hacerse raíz ni terminar de quedarse ni irse del todo peregrinando brotes caídos del cielo andando la tierra sin caminos llena de sentidos 


:

noches encendidas
cuando hay luna, el cielo y el sueño son uno

al despertar
lo que no tengo 
me deja atravesar esa gota
el tiempo.


:

sin plumas
abrazamos otra humanidad
sin pa ni di
con palabras como ríos

Bárbara Gallotta (Buenos Aires, 1974)

La costumbre de las órbitas
,
Barnacle,
Buenos Aires, 2023










Foto: La autora/Barnacle

lunes, noviembre 27, 2023

Mirta Rosenberg / Lluvias



Yo soy en esta lluvia la gota de más
suciamente reflejada en la humedad del pavimento.
Yo digo yo soy al caer de los árboles demorada
cuando el sol ya salió.

(Debo salirme de mí
porque de mí fui separada.)

Yo digo yo soy y alzo así un muro
de gotas o de lágrimas donde yo soy
la última, la que más tarde,
la que más cayó.

Yo soy yo digo
un paso más en la vereda,
el remolino de la boca de tormenta
en la tormenta.

(De mí lo más mínimo, el solcito
que se ocultó, el piecito aferrado al pedal
del auto chocador.)

¿Viste esas nubes? ¿Las viste
o viste la sensación del aire,
la que el aire te dio? ¿Sentiste ahora
como yo? Yo soy yo digo
un acelerador del corazón,

un trovador automático que avanza
cada vez que empieza a caer la lluvia
y el tiempo se aproxima
(sobre el macadán lloroso
forman bañados 
las primeras gotas)
donde hará falta  consuelo.

(1994)

Mirta Rosenberg (Rosario, Argentina, 1951 - Buenos Aires, 2019), "Marginados", El árbol de las palabrasObra reunida 1984 / 2006, Bajo la Luna, Buenos Aires, 2006


Foto: Mirta Rosenberg, Buenos Aires, 2016, por Jorge Aulicino

domingo, noviembre 26, 2023

Inger Elisabeth Hansen / Tratado de la Medusa sobre el lenguaje de las serpientes




IV
La mortal era yo 

La que nació de una ola 
y vivió en el extremo del mundo. 
La que llevaba serpientes en el pelo 
y cantaba y hacía bailar a las serpientes. 
Ella a la que llamaron peligro 
un monstruo la llamaban. 
Ella que dejó pesar la mirada 
él la robó, la mirada, la pesada. 
Fue el arma del guerrero 
la dirigió contra otros. 
Él mismo carecía de fuerzas 
nunca se enfrentó a mi mirada. 
Otros fueron alcanzados por ella 
otros quedaron rígidos y se detuvieron. 
Yo que no tengo cuerpo 
mira ahora sólo puedo petrificar. 
Mi boca no canta 
los ojos hablan piedra. 
La cabeza en manos del guerrero 
no soy yo sino muerte. 
Yo que parí demasiado tarde 
a Pegaso fue al que estaba pariendo 
cuando el guerrero me asestó un corte en el cuello. 

La mortal era yo

Inger Elisabeth Hansen (Oslo, 1950), Poesía nórdica, Ediciones de la Torre, Madrid, 1999
Traducción de Francisco J. Uriz
Envío de Jonio González


sábado, noviembre 25, 2023

Cecilia Woloch / Pico



Lo observé golpear con el pico bajo el sol,
romper los escalones de hormigón hasta convertirlos en pedruscos,
y los pedruscos en polvo,
y el polvo en tierra otra vez.
Debo de haber estado sentada largo rato en la valla,
sin hacer otra cosa que mirarlo.
El cuerpo de mi padre brillaba de sudor,
sus brazos volaban como alas oscuras sobre su cabeza.
Estaba convirtiendo el patio trasero en terrazas,
convirtiendo a golpes la cuesta en dos terrenos llanos.
Di por seguro su poder,
pero también me asustó.
Observé cómo blandía el pico en el aire
y lo hacía descender con fuerza
y cambiaba la forma del mundo
y cambiaba la forma del mundo de nuevo.

Cecilia Woloch (Pittsburg, Estados Unidos, 1956), Sacrifice, Tebot Bach, Nueva York, 1997 / When She Named Fire, Andrea Hollander Budy, ed., Autumn House Press, Pittsburgh, 2009
Versión de Jonio González



THE PICK

I watched him swinging the pick in the sun,
breaking the concrete steps into chunks of rock,
and the rocks into dust,
and the dust into earth again.
I must have sat for a very long time on the split rail fence,
just watching him.
My father’s body glistened with sweat,
his arms flew like dark wings over his head.
He was turning the backyard into terraces,
breaking the hill into two flat plains.
I took for granted the power of him,
though it frightened me, too.
I watched as he swung the pick into the air
and brought it down hard
and changed the shape of the world,
and changed the shape of the world again.

viernes, noviembre 24, 2023

Jonio González / De "Esbozos y representaciones", 2



Lección improvisada de historia

sin mengua de la estrategia política
el caso del mártir heroico
es por demás significativo
o nada significativo
según lo que la memoria 
sea capaz de retener
o desee retener
o jamás haya retenido:
fórjanse así héroes, dictadores e historia
inmolaciones, suicidios y páginas en blanco
o borroneadas
metales furiosos de la luna
como ha escrito el poeta
refiriéndose a otra cosa
que es justamente de lo que se trata

Jonio González (Buenos Aires, 1954), Esbozos y representaciones, Ediciones En Danza, Buenos Aires, 2022


jueves, noviembre 23, 2023

Rose Ausländer / Una línea



Estás satisfecha
No no no

Soy una línea
que conduce
al secreto

Allí
viven mis
hermanos muertos

Comemos sal
bebemos mundos líquidos

Seres humanos
caminan en nuestros ojos

Amor y miedo
el paraíso

Rose Ausländer (Chernivtsi, Ucrania, 1901 - Düsseldorf, Alemania, 1988), Mi aliento se llama ahora (y otros poemas), Ediciones Igitur, Montblanc, 2014
Traducción del alemán, Teresa Ruiz Rosas y José Ruiz Rosas
Envío de Jonio González


miércoles, noviembre 22, 2023

Guillermo Saavedra / De "Diario de la costa"


Ayunos

Bach no 
creía
en Dios
del modo
en que 
suele
pensarse
la fe.
Escuchando,
al menos,
sus Variaciones
Goldberg
-el cristal
de la luz
se expone
en ellas
en un solo
plano
de felicidad-,
se sospecha
que Bach
prefirió
los beneficios
de la duda,
una tranquila
incertidumbre
al cabo de
la cual
siempre 
encontró la
prueba
de una existencia 
divina.
Despojado
de la carga
de alimentarse
diariamente
de una imposible
certeza,
pudo escribir,
en el aire
ligero
de sus
polifonías,
la clara
y sencilla
alegría
de sospechar
que Aquel
está presente
de modo
discontinuo.
Y es esa
intermitencia
la que confiere
a los hiatos
de su ausencia
la voz de una
necesidad
que permanece
y que llamamos
música.


Heráclito

Luego de emprender
la guerra cotidiana
contra el mundo,
finalmente Ella desiste,
más hermosa
que nunca.
Un gato intenta
compartir esta tregua
pero es expulsado
con un plato de leche
más allá de los límites
del corazón de fuego
de la casa.
Ella, entonces,
comenta en voz alta
un florilegio
de los presocráticos.
Mientras Heráclito
reina entre nosotros
-"el logos es algo
más importante
que el discurso",
se queja Ella
de los malos exégetas-,
recuerdo que la he soñado
como un monumento
sensual:
entre pliegues de tiempo,
yo intentaba colocar
en Ella
una pequeña placa
conmemorativa.
No era mero discurso
sino pensamiento
hecho carne
lo que esas pocas
palabras
me dictaban
en aquel sueño
donde todo ardía
en el fuego impiadoso
de los griegos
de Oriente.

Guillermo Saavedra (Buenos Aires, 1960), "Diario de la costa", 2002, La voz inútil (Poemas 1980-2003), Ediciones Bajo la Luna, Buenos Aires, 2003


martes, noviembre 21, 2023

Carlos Vitale / De "Fuera de casa"



Il miglior fabbro

De tallos de metal
florecen alas.

Limoges

Las ramas
arañan
el río
con dedos
atónitos.

Otra vuelta de tuerca

Y nada más que sed
y vasos rotos.

Carlos Vitale (Buenos Aires, 1953)

Fuera de casa,
Piedrapapeltijera Ediciones,
España, 2023