sábado, diciembre 31, 2011

Ezra Pound / Canto CXVI




CXVI

Vino Neptunus
           saltándole la mente
                como delfín,
Estos conceptos ha alcanzado la mente humana.
Hacer el Cosmos -
Alcanzar lo posible -
Muss, destruido por un error,
Mas lo realizado
     el palimpsesto -
una pequeña luz
     en la gran oscuridad -
cuniculi -
Un viejo "loco" muerto en Virginia.
Jóvenes sin preparación cargados de archivos,
La visión de la Madonna
    sobre las colillas de cigarros
       y sobre el portal.
"He hecho muchas leyes"
                (mucchio di leggi)
Literae nihil sanantes
       las de Justiniano,
una maraña de obras inconclusas.

He traído la gran esfera de cristal;
         ¿quién la podrá levantar?
¿Podéis penetrar en la gran bellota de luz?
      Mas la belleza no es la locura.
Aunque mis errores y naufragios me rodean.
Y yo no soy un semidiós,
No puedo lograr que aglutine.
Si no hay amor en la casa no hay nada.
La voz del hambre nunca oída.
¿Cómo llegó la belleza en esta negrura,
Dos veces belleza bajo los olmos -
     Para ser salvada por las ardillas y los gayos?
        "plus j'aime le chien"
Ariadna.
     Disney contra los metafísicos,
y Laforgue más de lo que pensaban en él,
La espira me agradeció en propósito
Y he aprendido más de Jules
                 (Jules Laforgue) desde entonces
honduras en él,
         y Linneo.
                  chi crescerà i nostri -
mas acerca de aquel terzo
          cielo tercio,
              aquel Venere,
otra vez es todo "paradiso"
     un paraíso grato y silencioso
               por sobre los escombros,
y algo de subida
         antes del despegue,
para "ver de nuevo",
el verbo es "ver", no "caminar sobre"
i. e. bien se aglutina
          aunque mis notas no lo hagan.
Muchos errores,
     un poco de rectitud,
para excusar su infierno
        y mi paradiso.
En cuanto al porqué de su error,
            mientras piensan en lo recto
y en cuanto a quién copiará este palimpsesto?
      al poco giorno
                ed al gran cerchio d'ombra
Mas afirmar el hilo dorado en el dibujo
                    (Torcello)
al Vicolo d'oro
          (Tigullio).
Poder confesar el error sin perder la razón:
Algunas veces he tenido compasión,
        no puedo hacer que se embeba.
Una poca de luz, como vela de junco,
            para volverme al fulgor.

Ezra Pound (Hailey, EE UU, 1885-Venecia, Italia, 1972), Cantares completos, traducción de José Vázquez Amaral, Joaquín Mortíz Editor, México, 1975, 1986


CXVI

Came Neptunus
          his mind leaping
                     like dolphins,
These concepts the human mind has attained.
To make Cosmos -
To achieve the possible -
Muss, wrecked for an error,
But the record
          the palimpsest -
a little light
          in great darkness -
cuniculi -
And old "crank" dead in Virginia.
Unprepared young burdened with records,
The vision of Madonna
           above the cigar butts
               and over the portal.
"Have made a mass of laws"
                       (mucchio di leggi)
Literae nihil sanantes
                     Justinian's,
a tangle of works unfinished.


I have brought the great ball of crystal;
                   who can lift it?
Can you enter the great acorn of light?
          But the beauty is not the madness
Tho' my errors and wrecks lie about me.
An I am not a demigod,
I cannot make it cohere.
If love be not in the house there is nothing.
The voice of famine unheard.
How came beauty against this blackness,
Twice beauty under the elms -
                To be saved by squirrels and bluejays?
                         "plus j'aime le chien"
Ariadne
      Disney against the metaphysicals,
and Laforgue more than they thought in him,
Spire thanked me in proposito
And I have learned more from Jules
                          (Jules Laforgue) since then
deeps in him,
           and Linnaeus
                       chi crescerà i nostri -
but about that terzo
              third heaven,
                        that Venere,
again is all "paradiso"
           a nice quiet paradise
                           over the shambles,
and some climbing
               before the take-off,
to "see again",
the verb is "see", not "walk on"
i. e. it coheres all right
                      even if my notes do not cohere.
Many errors, 
          a little rightness,
to excuse his hell
                 and my paradiso.
And as to why they go wrong,
                         thinking of rightness
And as to who will copy this palimpsest?
                   al poco giorno
                               ed al gran cerchio d'ombra
But to affirm the gold thread in the pattern
                                 (Torcello)
al Vicolo d'oro
              (Tigullio).
To confess wrong without losing rightness:
Charity I have had sometimes,
           I cannot make it flow thru.
A little light, like a rushlight
               to lead back to splendour.

The Cantos, A New Directions, Nueva York, 1993

Ilustración: Fog Rainbow, 1913, George Wesley Bellows

viernes, diciembre 30, 2011

Luciano Erba / Año nuevo en Milán




Año nuevo en Milán

Se creía en Milán que el ver
un hombre en el umbral de casa,
al ir a misa el primero de enero,
era señal de próspero futuro.
Eran figuras negras con abrigos,
inciertas en la niebla matutina,
echarpes blancos, sombreros, lánguidos y duros
repiques de bastón, pasos lejanos.
¿Dónde están ahora, hombres augurales?
¿La larga onda de su presagio
rompe aún en la orilla de los años?
En una niebla entre nosotros siempre más espesa
me parece entrever a veces
un vuelo de capas proféticas.

Luciano Erba (Milán, 1922-2010), Nella terra di mezzo, Mondadori, 2000
Versión de Jorge Aulicino

Capodanno a Milano

Si credeva a Milano che a vedere
per primo un uomo sulla soglia di casa
andando a messa il primo di gennaio
fosse segno di prospero futuro.
Erano figure nere di pastrani
incerte nella nebbia del mattino
sciarpe bianche, cappelli, flosci e duri
rintocchi di bastone, passi lontani.
Or dove siete, uomini augurali?
L’onda lunga del vostro presagio
si frange ancora alla riva degli anni?
Dentro una nebbia tra noi sempre più fitta
mi sembra talvolta intravedere
un volo di profetici mantelli.

Foto: Flatiron - Evening, 1905, Edward Steichen

jueves, diciembre 29, 2011

Robert Louis Stevenson / Sermón de Navidad



Sermón de Navidad

II

Pero la Navidad no es sólo el hito que marca el final de un año y que nos mueve a recapacitar sobre nosotros mismos; también es una época que, en todos sus aspectos, tanto domésticos como religiosos, nos sugiere ideas alegres. Un hombre insatisfecho con su comportamiento es un hombre propenso a la tristeza. Y, en medio del invierno, cuando su vida pasa por los peores momentos y las sillas vacías le traen el recuerdo de los seres que ama, no estaría de más que se le forzara a adoptar la costumbre de sonreír. Las nobles decepciones, las nobles abnegaciones, no deben ser admiradas, ni aun siquiera disculpadas, si proporcionan amargura. Una cosa es entrar lisiado al reino de los cielos; otra, mutilarse uno mismo y quedarse sin entrar. Y el reino de los cielos es el de las gentes pueriles, el de quienes están dispuestos a agradar, el de quienes saben amar y procurar satisfacción a los demás. Hay hombres poderosos por su influencia, luchadores, constructores y jueces, que, pese a haber vivido mucho y trabajado de firme, han sabido conservar esa admirable cualidad; si nosotros la hubiéramos perdido por culpa de nuestros intereses rastreros y nuestras mezquinas ambiciones, nos sentiríamos perpetuamente avergonzados. La cordialidad y la alegría deben preceder a cualquier norma ética: son obligaciones incondicionales. Y es lamentable que hombres honrados carezcan de una y de otra. Fue precisamente con un hombre de rígida moralidad, el fariseo del Evangelio, con quien Cristo no quiso ser emparejado. Si tus ideas morales te hacen ser adusto, ten por seguro que son erróneas. No digo: "Renuncia a ellas", porque pueden ser todo lo que tengas; pero ocúltalas como si fueran un vicio, no sea que dañen las vidas de gentes mejores y más sencillas.

Una extraña tentación acosa al hombre: estar pendiente de los placeres, aun cuando no los comparta: asestar contra ellos todas sus ideas morales. Este mismo año, una dama (¡singular iconoclasta!) predicaba una cruzada contra las muñecas; y los pintorescos sermones contra la lujuria son muy característicos de esta época. Me atrevo a llamar insinceros a tales moralistas. En lo tocante a cualquier exceso o perversión de un apetito natural, su lira resuena por sí misma con ufanas denuncias; pero respecto a todas las manifestaciones verdaderamente diabólicas -la envidia, la malignidad, la sórdida mentira, el silencio mezquino, la verdad injuriosa, la murmuración, la despreciable tiranía, el insidioso emponzoñamiento de la vida familiar-, sus normas de actuación son absolutamente distintas. Tales manifestaciones son censurables, admitirán, pero no totalmente censurables; no habrá ardor en sus ataques, ni caldeará sus sermones una recóndita complacencia; será para las cosas no censurables en sí mismas, para las que reserven lo más selecto de su indignación. Un hombre puede naturalmente rechazar cualquier parentesco moral con el reverendo Monsieur Zola o con la vieja arpía de las muñecas, pues ambos son casos toscos y patentes. Y, sin embargo, en cada uno de nosotros late un elemento análogo. La visión de un placer que no podemos compartir o, más aún, que nunca compartiremos, nos produce un desasosiego especial. Esto puede suceder porque somos envidiosos, o porque estamos tristes, o porque -siendo tan refinados- nos disgustan el alboroto y el retozo; o porque -siendo tan filosóficos- tenemos un sentimiento desmesurado de la gravedad de la vida: al fin y al cabo, a medida que envejecemos, todos caemos en la tentación de censurar los placeres de nuestros prójimos. Las gentes, hoy en día, se sienten inclinadas a vencer las tentaciones; ésta es precisamente una tentación que debe ser vencida. Se sienten inclinadas a la abnegación; he aquí una inclinación que nunca será demasiado perentoriamente rechazada. Está muy difundida entre las gentes honestas la idea de que deberían mejorar la conducta de sus semejantes. Sólo estoy obligado a mejorar la conducta de una persona: yo mismo. Sin embargo, expresaría mucho más claramente mis obligaciones para con mi prójimo diciendo que tengo que hacerlo feliz -si puedo-.

Robert Louis Stevenson (Edimburgo, 1850 - Samoa, 1894), Oraciones de Vailima y Sermón de Navidad, traducción de Santiago Santerbás, Hiperión, Madrid, 1986

Christmas Sermon

II

But Christmas is not only the mile-mark of another year, moving us to thoughts of self-examination: it is a season, from all its associations, whether domestic or religious, suggesting thoughts of joy. A man dissatisfied with his endeavours is a man tempted to sadness. And in the midst of the winter, when his life runs lowest and he is reminded of the empty chairs of his beloved, it is well he should be condemned to this fashion of the smiling face. Noble disappointment, noble self-denial are not to be admired, not even to be pardoned, if they bring bitterness. It is one thing to enter the kingdom of heaven maim; another to maim yourself and stay without. And the kingdom of heaven is of the childlike, of those who are easy to please, who love and who give pleasure. Mighty men of their hands, the smiters and the builders and the judges, have lived long and done sternly and yet preserved this lovely character; and among our carpet interests and twopenny concerns, the shame were indelible if we should lose it. Gentleness and cheerfulness, these come before all morality; they are the perfect duties. And it is the trouble with moral men that they have neither one nor other. It was the moral man, the Pharisee, whom Christ could not away with. If your morals make you dreary, depend upon it they are wrong. I do not say "give them up," for they may be all you have; but conceal them like a vice, lest they should spoil the lives of better and simpler people.

A strange temptation attends upon man: to keep his eye on pleasures, even when he will not share in them; to aim all his morals against them. This very year a lady (singular iconoclast!) proclaimed a crusade against dolls; and the racy sermon against lust is a feature of the age. I venture to call such moralists insincere. At any excess or perversion of a natural appetite, their lyre sounds of itself with relishing denunciations; but for all displays of the truly diabolic—envy, malice, the mean lie, the mean silence, the calumnious truth, the backbiter, the petty tyrant, the peevish poisoner of family life—their standard is quite different. These are wrong, they will admit, yet somehow not so wrong; there is no zeal in their assault on them, no secret element of gusto warms up the sermon; it is for things not wrong in themselves that they reserve the choicest of their indignation. A man may naturally disclaim all moral kinship with the Reverend Mr. Zola or the hobgoblin old lady of the dolls; for these are gross and naked instances. And yet in each of us some similar element resides. The sight of a pleasure in which we cannot or else will not share moves us to a particular impatience. It may be because we are envious, or because we are sad, or because we dislike noise and romping—being so refined, or because—being so philosophic—we have an overweighing sense of life's gravity: at least, as we go on in years, we are all tempted to frown upon our neighbour's pleasures. People are nowadays so fond of resisting temptations; here is one to be resisted. They are fond of self-denial; here is a propensity that cannot be too peremptorily denied. There is an idea abroad among moral people that they should make their neighbours good. One person I have to make good: myself. But my duty to my neighbour is much more nearly expressed by saying that I have to make him happy—if I may.
The Project Gutenberg eBook, A Christmas Sermon, by Robert Louis Stevenson

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Ilustración: Evening of Summer, 1893, Halfdan Egedius

Wallace Stevens / De "Notes Towards a Supreme Fiction", 7





Debe dar placer

I

Cantar la música del jubileo en los tiempos precisos y habituales,
ser coronado y vestir la melena de una multitud
y así, como parte,  exultar con su espléndida garganta,
para decir la alegría y cantarla, sostenida por
los hombros de hombres gozosos, sentir el corazón
común —el más arrojado fundamento—,
es un ejercicio sencillo.  Jerome
creó las tubas y las cuerdas ardientes,
los dedos de oro escarbando el aire azul cerúleo:
compañías de voces desplazándose allí
para descubrir el son del adusto ancestro,
para encontrar la luz de una música emitiéndose
que por ende suena más que en un tono sensual.
Pero la agotadora rigurosidad es inmediata
en la imagen que de lo que vemos, para captar
la irracionalidad de ese momento irracional,
como cuando sale el sol, cuando el mar se despeja
en profundidad, cuando la luna cuelga de la pared
del refugio del cielo. Estas no son cosas transformadas.
Y aun así nos conmueven como si lo fueran.
Pensamos en ellas con un razonamiento ulterior.


II

La mujer azul, vinculada y fija a su ventana,
no quiso que los plumosos cardos
fueran de fría plata, ni que las espumosas nubes
hicieran espuma, fueran olas espumosas, se movieran como ellas,
ni que el apogeo sexual descansara
sin sus intensas adicciones, ni que el calor
del verano, creciendo fragante en la noche,
fortaleciera sus sueños abortivos y tomaran
su forma natural en el sueño. Para ella
era suficiente recordarlo: los cardos
de la primavera regresan a sus lugares en la hojas de parra
para enfriar sus impulsos malditos; las nubes de espuma
no son más que nubes de espuma, el florecer espumoso
desperdiciado sin pubertad, y después,
cuando el calor armónico de los pinos de agosto
entra en la habitación, se adormece y es la noche.
Para ella era suficiente recordar.
La mujer triste miró y desde su ventana nombró
los corales del cornejo, fríos y nítidos,
fríos, delineando fríamente, siendo reales,
claros y, salvo para los ojos, sin intromisión.

III

Una imagen perdurable en una breña,
una cara de piedra en un rojo sin fin,
rojo esmeralda, rojo cortante azul, un rostro de pizarra,
una antigua frente de la que colgaba pesado el cabello,
las canaletas de lluvia, la rosa roja, roja
y erosionada y el rubí gastado por el agua,
las viñas rodeando el cuello, los labios sin forma,
el ceño como serpientes tomando el sol en sus frentes,
el gastado sentimiento sin dejar nada de sí mismo,
rojo en rojo repeticiones que nunca
se van, un poco oxidadas, un poco coloreadas,
un poco más ásperas y más rudas, una corona
a la que el ojo no pudo escapar, un rojo afamado
inflándose a sí mismo sobre el oído tedioso.
Un resplandor desvanecido, opaca cornalina
muy venerablemente utilizada.  Eso podría haber sido.
podría, y podría haber sido. Pero como fue,
un pastor muerto trajo descomunales acordes del infierno
y ordenó a las ovejas que se amotinaran. Al menos eso dijeron.
Los niños enamorados que trajeron con ellos  las primeras flores
y las repartieron alrededor, no hubo dos iguales.

IV

Pensamos en estas cosas con razonamiento ulterior
y hacemos de lo que vemos, lo que vemos claramente
y hemos visto, un lugar dependiente de nosotros mismos.
Hubo un matrimonio místico en Catawba,
fue al mediodía a mitad del año,
entre un gran capitán y la virginal Bawda.
Este fue su himno ceremonial: Anon
nos amamos pero no nos casaremos.  Anon
el uno le negó al otro tomarlo.
Renunciaron a beber el vino del matrimonio.
Cada uno debe tomar el otro no por su alta
pujante frente, ni por su sonido sutil,
el yu-yu-yu de los címbalos secretos alrededor.
Cada uno debe tomar al otro como signo, breve signo
para detener el torbellino, rechazando los elementos.
El gran capitán amó la eterna colina de Catawba
y por lo tanto se casó con Bawda, a quien allí encontró,
y Bawda amo el capitán tanto como amaba el sol.
Se casaron bien porque el lugar donde se casaron
era lo que amaban. No fue ni el cielo ni el infierno.
Eran personajes del amor cara a cara.

V

Bebimos Mersault, comimos langosta a la Bombay
con chutney de mango. Luego, Canon Aspirin habló
de su hermana, sobre el éxtasis de sensatez
en el que ella vivía en su casa. Ella tenía dos hijas, una
de cuatro, y una siete, a las que vestía
como lo haría un pintor de pinturas de pobres colores.
Pero aun así las pintaba, de acuerdo con
su pobreza, de un color gris-azul amarilleado
con cinta, una  rígida afirmación de ellas, blancas,
con perlas domingueras, su alegría de viuda.
Las escondió bajo nombres simples. Las mantuvo
cerca negando sus sueños.
Las palabras que decían eran voces que oía.
Las miraba y las veía tal como eran
y lo que sentía resistía la frase más elemental.
Aspirina Canon, habiendo dicho estas cosas,
reflexionaba, susurrando un esquema de una fuga
de alabanza, una conjugación hecha por coros.
Sin embargo, cuando sus hijas dormían, su propia hermana
exigía al sueño, en las excitaciones del silencio,
sólo la ordenada alma del sueño, para ellas.


VI
Cuando entrada la media noche Canon iba a dormir
y las cosas normales habían bostezado despidiéndose,
la nada era una desnudez, un punto,
más allá de donde el hecho no podía progresar como hecho.
Por lo tanto el aprendizaje del hombre concebía
una vez más las pálidas iluminaciones de la noche, doradas
debajo, bien por debajo, de la superficie de
su mirada y audible en el pabellón de
la oreja, la materia misma de su mente.
Esas fueron las alas ascendentes que vio
y se movió sobre ellas en las órbitas de estrellas lejanas
descendiendo sobre la cama en las que las niñas
descansaban. Paridas entonces con enorme fuerza patética
voló directo a la corona máxima de la noche.
La nada era una desnudez, un punto
más allá de donde el pensamiento no podía progresar como pensamiento.
Tenía que elegir. Pero no fue una elección
entre cosas excluyentes. No fue una elección
entre, sino de. Él optó por incluir las cosas
que están incluidas entre sí, la totalidad,
la complicación, la armonía masiva.


Wallace Stevens (Reading, Pennsylvania, 1879 - Hartford, Connecticut, 1955), Notes Towards a Supreme Fiction, 1942
Versión de Silvia Camerotto

It Must Give Pleasure  

I  To sing jubilas at exact, accustomed times, /To be crested and wear the mane of a multitude /And so, as part, to exult with its great throat, /To speak of joy and to sing of it, borne on /The shoulders of joyous men, to feel the heart /That is the common, the bravest fundament, /This is a facile exercise. Jerome /Begat the tubas and the fire-wind strings, /The golden fingers picking dark-blue air: /For companies of voices moving there, /To find of sound the bleakest ancestor, /To find of light a music issuing /Whereon it falls in more than sensual mode. /But the difficultest rigor is forthwith, /On the image of what we see, to catch from that /Irrational moment its unreasoning, /As when the sun comes rising, when the sea /Clears deeply, when the moon hangs on the wall /Of heaven-haven. These are not things transformed. /Yet we are shaken by them as if they were. /We reason about them with a later reason. //II The blue woman, linked and lacquered, at her window,/Did not desire that feathery argentines/Should be cold silver, neither that frothy clouds/Should foam, be foamy waves, should move like them,/Nor that the sexual blossoms should repose/Without their fierce addictions, nor that the heat/Of summer, growing fragrant in the night,/Should strengthen her abortive dreams and take/In sleep its natural form. It was enough/For her that she remembered: the argentines/Of spring come to their places in the grape leaves/To cool their ruddy pulses; the frothy clouds/Are nothing but frothy clouds; the frothy blooms/Waste without puberty; and afterward,/When the harmonious heat of August pines/Enters the room, it drowses and is the night./It was enough for her that she remembered./The blue woman looked and from her window named/The corals of the dogwood, cold and clear,/Cold, coldly delineating, being real,/Clear and, except for the eye, without intrusion. //III  A lasting visage in a lasting bush, /A face of stone in an unending red, /Red-emerald, red-slitted blue, a face of slate, /An ancient forehead hung with heavy hair, /The channel slots of rain, the red-rose-red /And weathered and the ruby-water-worn, /The vines around the throat, the shapeless lips, /The frown like serpents basking on the brow, /The spent feeling leaving nothing of itself, /Red-in-red repetitions never going /Away, a little rusty, a little rouged, /A little roughened and ruder, a crown /The eye could not escape, a red renown /blowing itself upon the tedious ear. /An effulgence faded, dull carnelian /Too venerably used. That might have been. /It might and might have been. But as it was, /A dead shepherd brought tremendous chords from hell /And bade the sheep carouse. Or so they said. /Children in love with them brought early flowers /And scattered them about, no two alike.  //IV We reason of these things with later reason /And we make of what we see, what we see clearly /And have seen, a place dependent on ourselves. /There was a mystic marriage in Catawba, /At noon it was on the mid-day of the year /Between a great captain and the maiden Bawda. /This was their ceremonial hymn: Anon /We loved but would no marriage make. Anon /The one refused the other one to take, /Foreswore the sipping of the marriage wine. /Each must the other take not for his high, /His puissant front nor for her subtle sound, /The shoo-shoo-shoo of secret cymbals round. /Each must the other take as sign, short sign /To stop the whirlwind, balk the elements. /The great captain loved the ever-hill Catawba /And therefore married Bawda, whom he found there, /And Bawda loved the captain as she loved the sun. /They married well because the marriage-place /Was what they loved. It was neither heaven nor hell. /They were love’s characters come face to face. //V We drank Mersault, ate lobster Bombay with mango /Chutney. Then the Canon Aspirin declaimed /Of his sister, in what a sensible ecstasy /She lived in her house. She had two daughters, one /Of four, and one of seven, whom she dressed /The way a painter of pauvred color paints. /But still she painted them, appropriate to /Their poverty, a gray-blue yellowed out /With ribbon, a rigid statement of them, white, /With Sunday pearls, her widow’s gayety. /She hid them under simple names. She held /Them closer to her by rejecting dreams. /The words they spoke were voices that she heard. /She looked at them and saw them as they were /And what she felt fought off the barest phrase. /The Canon Aspirin, having said these things, /Reflected, humming an outline of a fugue /Of praise, a conjugation done by choirs. /Yet when her children slept, his sister herself /Demanded of sleep, in the excitements of silence /Only the unmuddled self of sleep, for them. //VI When at long midnight the Canon came to sleep /And normal things had yawned themselves away, /The nothingness was a nakedness, a point, /Beyond which fact could not progress as fact. /Thereon the learning of the man conceived /Once more night’s pale illuminations, gold /Beneath, far underneath, the surface of /His eye and audible in the mountain of /His ear, the very material of his mind. /So that he was the ascending wings he saw /And moved on them in orbits’ outer stars /Descending to the children’s bed, on which /They lay. Forth then with huge pathetic force /Straight to the utmost crown of night he flew. /The nothingness was a nakedness, a point /Beyond which thought could not progress as thought. /He had to choose. But it was not a choice /Between excluding things. It was not a choice /Between, but of. He chose to include the things /That in each other are included, the whole, /The complicate, the massing harmony. 

Ilustración: Red Room, 1909, Henri Matisse

miércoles, diciembre 28, 2011

Juan Anselmo Leguizamón / A mis amigos no les gusta la poesía






A mis amigos no les gusta la poesía

A mis amigos no les gusta la poesía
lo bien que hacen: no saben del temblor de las mañanas
ni que el mundo ya lleva muerto mil años
No derraman una sola lágrima
ante la manada en celo que cada día arrasa
con millones de gigabytes en banda ancha
Me importa un pito la poesía me dijo Julián
aquella noche mientras bajábamos del taxi
No me vengas con Neruda ponémelo a Nirvana
No me versees con Spinetta ni "te encontraré una mañana..."
Salvo esa vez cuando en la Fiesta del Reencuentro
la aparición de aquella compañera nueva
que seguía tan alegre y perturbadora como antes
que se vino espléndida tan bien acabada
con su espíritu indemne y aún más pujante sangre
Cuando terminamos al amanecer borrachos en comunión
unidos en la oración por el amor verdadero
que diríase es sencillo, básico, austero.

Juan Anselmo Leguizamón (Santiago del Estero, 1971), ¿De quién son estos zapatos?, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2011

Foto: Leguizamón, Audiopoéticas

martes, diciembre 27, 2011

Giorgio Caproni / Determinación, Coda





Determinación

             A Luigi Mercantini,
             en deuda por una rima


No ha llegado nadie.
Todos bajaron.
               Uno
(el último) se detuvo
un instante, el rostro en el relámpago
del encendedor, luego
ha tomado también él -decidido-
su camino.

          Lo
miramos.

             Lo habríamos
apuñalado, a él
(¡el último!) que aún podía,
debía necesariamente,
ser él, si él
no había llegado.

                  Lo hemos
dejado pasar derecho
frente a nosotros.

                  Y solo
cuando hubo desaparecido, el desierto
se nos apareció claro.

                      Qué hacer.

Inútil esperar,
por cierto, otro tren.

                      El texto
era explícito.

              O aquí,
y ahora,

         o...
              nada.

                   Nos fuimos.

                              Les dimos
la espalda al vacío
y al humo.

                              Nos
encogimos de hombros.

                              Nos arreglaremos,
nos dijimos, sin él.

                              Seremos,
quizá, todavía más fuertes
y más libres.

             Como los muertos.


Coda

   (¿Qué sentido puede tener "estar vivos"?
Estar ahí, un nudo en la garganta, vigilando
el tablero de Partidas y Llegadas.

    Muramos sin cuidado.
    Libres. De toda esperanza.)


Giorgio Caproni (Livorno, 1912-Roma, 1990), "Il franco cacciatore", Poesie 1932-1986, Garzanti Editore, Milán, 1989
Versiones de Jorge Aulicino

Foto: RAI


Determinazione

                   a Luigi Mercantini
                   in debito di una rima


  Non è arrivato nessuno.
Tutti sono scesi.

                Uno
(l'ultimo) s'è soffermato
un attimo, il volto nel lampo
dell'accendino, poi
ha preso anche lui -deciso-
la sua via.

            Ci siamo
guardati.

          Lo avremmo
pugnalato, lui
(l'ultimo!) che pur poteva,
doveba necessariamente
esser lui, se lui
non era giunto.

               Lo abbiamo
lasciato passare diritto
davanti a noi.

              E solo
quand'è scomparso, il deserto
ci è apparso chiaro.

                    Che fare.
  Inutile aspettare,
certo, un alto treno.
                      Il testo
era esplicito.
              O qui,
e ora,
      o...
          nulla.

                Siamo
venuti via.

           Abbiamo
voltato le spalle al vuoto
e al fumo.

          Abbiamo
scosso le spalle.

                Faremo,
ci siamo detti, senza
di lui.

         Saremo,
magari, anche più forti
e liberi.

         Come i morti.


Coda

  (Che senso può avere "essere vivi".
Star qua, il cuore in gola, a spiare
il Quadro di Partenze e Arrivi?...

  Moriamo con noncuranza.
Liberi. D'ogni speranza.)

lunes, diciembre 26, 2011

Giorgio Caproni / La presa






La presa

La presa que se muerde
la cola...

          La presa
que en torbellino se hace presa
de sí misma...
       
          La presa átona
e inestable...

          La presa
que sobre el agua friable
del monte (sobre la cubierta
rajada del lago) dispara
vítrea en el ojo y -negra-
vuelve ciega la mira...

   La presa que se entrampa
en lo vacuo...
         
          La pantera
nebulosa (felis
nebulosa) que atrae
a quien la rechaza, y acierta
a quien la desafía...
 
           La presa
monstruosa...

           La presa
que continuamente se suicida
continuamente dispara
a su sombra (y yerra)...
                     
                      La presa
(¿estiércol? ¿rosa?)
que todos tenemos en el pecho, y ni siquiera
las fiebres de diciembre (los campos
muertos de agosto) ponen
a tiro...
       
         La presa
evanescente...

              La presa
mansa y atroz
(¡vívida!) que a la hora
de ganar (la hora
de la pérdida) aparece
(se embosca) en nuestra voz...

Giorgio Caproni (Livorno, 1912-Roma, 1990), "Il conte di Kevenhüller", Poesie 1932-1986, Garzanti Editore, Milán, 1989
Versión de Jorge Aulicino


La preda

La preda che si morde
la coda...


             La preda
che in vortice si fa preda
di sé...

        La preda àtona
e inestabile...

               La preda
che sull'acqua friabile
del monte (sulla parete
incrinata del lago) esplode
vitrea nell'occhio e - nera -
rende cieca la mira...

La preda che si raggira
nel vacuo...

            La pantera
nebulosa (felis
nebulosa), che attira
chi la rispinge, e azzera
chi la sfida...

               La preda
monstruosa...

             La preda
che in continuo suicida
in continuo colpisce
(fallisce) la sua ombra...

                          La preda
(un letame? una rosa?)
che tutti abbiamo in petto, e nemmeno
le febbri di dicembre (i campi
morti d'agosto) portano
sotto tiro...

             La preda
evanescente...

              La preda
masueta e atroce
(vivida!) che nelle ore
del profitto (nelle ore
della perdita) appare
(s'inselva) nella nostra voce...

---

Ilustración: Pantera negra al acecho de un rebaño de ciervos,
1851, Jean Leon Gerome

domingo, diciembre 25, 2011

Joaquín Giannuzzi / De "Principios de incertidumbre", 2






Mi hija contempla mi perfil

Teóricamente libre, en el presente,
mi cabeza giró, de condenado,
congelando el perfil ante sus ojos.
Ella miró profundamente azul
para fijar la imagen, despojarla
de sombrías y próximas mudanzas.
¿Qué consistencia merece, en tu memoria,
la lluviosa arquitectura
de mi rastro? Esto
desaparecerá porque acumulas
días y espacios que vienen a negarme.
Y habrá abundante mundo,
habrá espacio, sol e historia suficiente
para precipitar al fondo,
despedir de tus ojos ocupados
esta existencia en bruto, su difícil
respiración al borde de la mesa.

La abuela

Mi recuerdo principal sigue en su mano.
Su mano
que alguna vez en el siglo pasado
fue melodramática y carnal,
y que pasó del mar directamente a la cocina
para encender el fuego y convertirse
en vanguardia inteligente
de una conciencia de lo justo; cargando
con las trifulcas y disgustos de la familia,
arropando a los que dormían inquietos en invierno,
desafiando el luto
con la aceptación de todo lo que sucede,
sabiendo que lo torcido y lo derecho
terminan por enfilar en un solo rumbo.
Su mano,
respiración y poder articulados
entre objetos sabiamente sometidos,
y yo, que llegué cuando cerraba por última vez el horno,
para decirle que nada hay más hermoso que un huevo
ni más vivo que una mano de abuela en la cocina.

Mi hija se viste y sale

El perfume nocturno instala su cuerpo
en una segunda perfección de lo natural.
Por la gracia de su vida
la noche comienza azul y el cuarto iluminado
es una palpitación de joven felino.
Ahora se pone el vestido
con una fe que no puedo imaginar
y un susurro de seda la recorre hasta los pies.
Entonces gira
sobre el eje del espejo, sometida
a la contemplación de un presente absoluto.
El instante se desplaza hacia otro,
un dulce desorden se inmoviliza en torno
hasta que un chasquido de pulseras al cerrarse
anuncia que todas mis opciones están resueltas.
Ella sale del cuarto, ingresa
a una víspera de música incesante
y todo lo que yo no soy la acompaña.

Joaquín Giannuzzi (Buenos Aires, 1924-Salta, 2004), Principios de incertidumbre, Ediciones O.B.H., Buenos Aires, 1980

Ilustración: Estudio para un autorretrato, 1982, Francis Bacon

viernes, diciembre 23, 2011

W. H. Auden / España, 1937



España, 1937

Ayer todo el pasado. El lenguaje de la medida
extendiéndose hacia China a lo largo de las rutas comerciales; la difusión
del ábaco y el dolmen;
ayer el sombrío cálculo en los climas soleados.

Ayer la evaluación del seguro con naipes,
la adivinación por agua; ayer la invención
de ruedas y relojes, la doma de
caballos. Ayer el bullicioso mundo de los navegantes.

Ayer la abolición de hadas y gigantes,
la fortaleza como un águila inmóvil oteando el valle,
la capilla construida en el bosque;
ayer el tallado de ángeles y alarmantes gárgolas.

El juicio de herejes entre las columnas de piedra;
ayer las disputas teológicas en las tabernas
y la cura milagrosa en la fuente;
ayer el Sabbath de las brujas; pero hoy la lucha.

Ayer la instalación de dínamos y turbinas,
la construcción de ferrocarriles en el desierto colonial;
ayer la lectura clásica
sobre el origen de la humanidad. Pero hoy la lucha.

Ayer la creencia en el valor absoluto de Grecia,
la caída del telón sobre la muerte de un héroe;
ayer la oración a la puesta del sol
y la adoración de los locos. Pero hoy la lucha.

Mientras el poeta susurra, aterrorizado entre los pinos,
o donde la catarata abundante canta compacta, o perpendicular
en el acantilado al lado de la torre inclinada:
‘Oh, mi visión. Oh, envíame la suerte del marinero’.

Y el investigador escruta a través de sus instrumentos
las inhumanas provincias, el bacilo viril
o el enorme Júpiter terminado:
‘Pero la vida de mis amigos. Indago. Indago.’

Y los pobres en sus refugios sin calor, dejando caer las hojas
del periódico de la tarde: ‘Nuestro día es nuestra pérdida. O atestigua
Historia —la operadora, la
organizadora, Tiempo —el refrescante río’.

Y las naciones combinan cada grito, invocando la vida
que da forma al estómago individual y ordena
el terror nocturno privado.
‘¿Acaso no encontraste la ciudad estado del aprovechado,

erigiste los vastos imperios militares del tiburón
y del tigre, estableciste el resuelto canto del petirrojo?
Intercede, oh desciende como una paloma o
un papá furioso o un ingeniero acomodaticio, pero desciende.’

Y la vida, si responde, responde desde el corazón
y los ojos y los pulmones, desde los negocios y las plazas de la ciudad:
‘Oh, no, no soy el que muda;
no hoy; no para ti. Para ti, soy el

hombre del sí, el compañero de bar, el que es burlado con facilidad;
soy lo que sea que tú hagas. Soy tu promesa de ser
bueno, tu historia graciosa.
Soy tu portavoz de negocios. Soy tu matrimonio.

‘¿Cuál es tu propuesta? ¿Construir la ciudad justa? Lo haré.
Estoy de acuerdo. ¿O es el pacto de suicidio, la muerte
romántica? Muy bien, acepto, porque
soy tu elección, tu decisión. Sí, yo soy España’.

Muchos lo han escuchado en penínsulas remotas,
en planicies adormecidas, en las aberrantes islas del pescador,
o el corrompido corazón de la ciudad,
han escuchado y emigrado como gaviotas o las semillas de una flor.

Se aferraron como pájaros a los largos expresos que se tambalean
a través de las tierras injustas, a través de la noche,  a través del túnel alpino;
flotaron sobre los océanos;
caminaron los desfiladeros. Todos entregaron sus vidas.

En esa árida plaza, ese fragmento extirpado de la caliente
África, soldada tan crudamente a la Europa creativa;
en la meseta tallada por ríos,
nuestros pensamientos tienen cuerpos; las formas amenazantes de nuestra fiebre

son precisas y vivas. Porque los miedos que nos hicieron reaccionar
ante la publicidad de medicinas y el folleto de los cruceros invernales
se han convertido en  batallones invasores;
y nuestros rostros, la cara institucional, la cadena comercial, la ruina

están proyectando su ambición como el pelotón de fusilamiento y la bomba.
Madrid es el corazón. Nuestros momentos de ternura florecen
como la ambulancia y el saco de arena;
nuestras horas de amistad en un ejército popular.

Mañana, quizás el futuro. La investigación sobre el agotamiento
y la cruzada de los empaquetadores; la exploración gradual de todos los
octavos de radiación;
mañana el agrandamiento de la conciencia por dieta y respiración.

Mañana el redescubrimiento del amor romántico,
la fotografía de cuervos; todo la diversión bajo
la sombra dominante de la libertad;
mañana la hora del maestro de ceremonia  y el músico,

el hermoso bramido del coro debajo de la cúpula;
mañana el intercambio de consejos sobre la cría de terriers,
la entusiasta elección de presidentes
por la repentina arboleda de manos. Pero hoy la lucha.

Mañana para los jóvenes poetas explotando como bombas,
las caminatas por el lago, las semanas de perfecta comunión;
mañana las carreras de bicicleta
a través de los suburbios en las tardes de verano. Pero hoy la lucha.

Hoy el incremento deliberado de las posibilidades de muerte,
la aceptación consciente de la culpa en el asesinato necesario;
hoy el consumo de poderes
en el chato efímero panfleto y la aburrida asamblea.

Hoy los consuelos improvisados: el cigarrillo compartido,
los naipes en el granero con luz de vela, y el concierto estridente,
los chistes masculinos; hoy el
abrazo a tientas e insatisfactorio antes de herir.

Las estrellas están muertas. Los animales no aparecerán.
Nos quedamos solos con nuestro día, y el tiempo es corto, y
la historia puede decir ¡ay!
a los derrotados, pero no puede ayudar ni perdonar.

W. H. Auden (York, 1907- Viena, 1973)
Versión  de Silvia Camerotto

Spain, 1937
Yesterday all the past. The language of size /Spreading to China along the trade-routes; the diffusion  /Of the counting-frame and the cromlech; /Yesterday the shadow-reckoning in the sunny climates.//Yesterday the assessment of insurance by cards, /The divination of water; yesterday the invention  /Of cartwheels and clocks, the taming of /Horses. Yesterday the bustling world of the navigators. //Yesterday the abolition of fairies and giants, /The fortress like a motionless eagle eyeing the valley,  /The chapel built in the forest; /Yesterday the carving of angels and alarming gargoyles.  //The trial of heretics among the columns of stone;  /Yesterday the theological feuds in the taverns /And the miraculous cure at the fountain; /Yesterday the Sabbath of witches; but to-day the struggle. //Yesterday the installation of dynamos and turbines,  /The construction of railways in the colonial desert; /Yesterday the classic lecture /On the origin of Mankind. But to-day the struggle. //Yesterday the belief in the absolute value of Greece,  /The fall of the curtain upon the death of a hero; /Yesterday the prayer to the sunset /And the adoration of madmen. But to-day the struggle //As the poet whispers, startled among the pines,  /Or where the loose waterfall sings compact, or upright /On the crag by the leaning tower: /'0 my vision. 0 send me the luck of the sailor.' //And the investigator peers through his instruments  /At the inhuman provinces, the virile bacillus /Or enormous Jupiter finished: /'But the lives of my friends. I inquire. I inquire.'  //And the poor in their fireless lodgings, dropping the sheets  /Of the evening paper: 'Our day is our loss. 0 show us /History the operator, the  /Organizer, Time the refreshing river.' //And the nations combine each cry, invoking the life  /That shapes the individual belly and orders /The private nocturnal terror: /'Did you not found the city state of the sponge,' //'Raise the vast military empires of the shark  /And the tiger, establish the robin's plucky canton? /Intervene, 0 descend as a dove or  /A furious papa or a mild engineer, but descend.' //And the life, if it answers at all, replies from the heart  /And the eyes and the lungs, from the shops and squares of the city: /'0 no, I am not the mover;  /Not to-day; not to you. To you, I'm the //'Yes-man, the bar-companion, the easily-duped;  /I am whatever you do. I am your vow to be /Good, your humorous story.  /I am your business voice. I am your marriage. //'What's your proposal? To build the just city? I will.  /I agree. Or is it the suicide pact, the romantic /Death? Very well, I accept, for  /I am your choice, your decision. Yes, I am Spain.' //Many have heard it on remote peninsulas,  /On sleepy plains, in the aberrant fisherman's islands /Or the corrupt heart of the city, /Have heard and migrated like gulls or the seeds of a flower. //They clung like birds to the long expresses that lurch  /Through the unjust lands, through the night, through the alpine tunnel; /They floated over the oceans;  /They walked the passes. All presented their lives.//On that arid square, that fragment nipped off from hot  /Africa, soldered so crudely to inventive Europe; /On that tableland scored by rivers, /Our thoughts have bodies; the menacing shapes of our fever //Are precise and alive. For the fears which made us respond  /To the medicine ad, and the brochure of winter cruises /Have become invading battalions; /And our faces, the institute-face, the chain-store, the ruin //Are projecting their greed as the firing squad and the bomb.  /Madrid is the heart. Our moments of tenderness blossom /As the ambulance and the sandbag;  /Our hours of friendship into a people's army. //To-morrow, perhaps the future. The research on fatigue  /And the movement of packers; the gradual exploring of all the /Octaves of radiation; /To-morrow the enlarging of consciousness by diet and breathing. //To-morrow the rediscovery of romantic love, /The photographing of ravens; all the fun under  /Liberty's masterful shadow; /To-morrow the hour of the pageant-master and the musician. //The beautiful roar of the chorus under the dome; /To-morrow the exchanging of tips on the breeding of terriers,  /The eager election of chairmen /By the sudden forest of hands. But to-day the struggle. //To-morrow for the young poets exploding like bombs, /The walks by the lake, the weeks of perfect communion;  /To-morrow the bicycle races /Through the suburbs on summer evenings. But to-day the struggle. //Today the deliberate increase in the chances of death, /The conscious acceptance of guilt in the necessary murder;  /To-day the expending of powers /On the flat ephemeral pamphlet and the boring meeting. //To-day the makeshift consolations: the shared cigarette, /The cards in the candle-lit barn, and the scraping concert,  /The masculine jokes; to-day the /Fumbled and unsatisfactory embrace before hurting. //The stars are dead. The animals will not look. /We are left alone with our day, and the time is short, and  /History to the defeated /May say alas but cannot help or pardon.

---
Foto: Angulo bombardeado del sector noroeste del Alcázar de Toledo, 1936, Colección Vincent Doherty

miércoles, diciembre 21, 2011

José Villa / Membranas






Membranas

acaba de lloviznar
           sobre la moneda
sobre los techos negros
sobre los gatos

y al canto no le queda más que una membrana impermeable
donde halla o no su resonancia
su estación madura
             desprendiéndose roja
sobre la tierra
             de terrones finos

y nada - o bien casi nada
podría inferir lo íntimo del cuchillo
hincándose en la voz

-junto a la ventana
donde posa una flor
como prueba o testimonio del paisaje

e irás - con el tren desnudo cosiendo tierra
con su hilo de agua

otros momentos
-y el estilo de este correr de la mirada
y otros hombres y otras razones

y otro decir -como articular la vivacidad
de la saliva
contra la misma lengua, lanzada por el tobogán
para que quienes la tocan y la juegan
la miren sin extrañar que han sido
                 y serán otros

(el vidrio, blanco orlado
metidos entre sus párpados
no podría
                  sino advertir el tono - el paisaje
verlo derramar

la mano, la loma
contra su propio
                fino, aletargado delirio
donde la pintura llora entre estos
                animales de fierro

entre esta
simple -desaforada
no más que eso - obstinada luz)
para nosotros - los neutros átomos
de este puente - donde soñamos
otros días - otro barniz
para la silla que hoy
engaña y piensa cuando tiembla
y no queda más noción que

aferrar con la pequeña braza
las palabras
donde la gente lluviosa recuerda que blanquea - sus dientes
y obnubilan sus espasmos
y las hojas -en verdad
cantan y beben

José Villa (Martín Coronado, 1965), Poemas largos, Ediciones 73, Buenos Aires (c.2005)

Ilustración: Rain, Rooftops, West 4th Street (detalle), 1913, John French Sloan

martes, diciembre 20, 2011

Fabio Morábito / Mudanza




Mudanza

A fuerza de mudarme
he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula,
que dejo en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva como una fiebre,
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los viejos inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver.

Fabio Morábito (Alejandría, 1955), Un náufrago jamás se seca, Gog y Magog, Buenos Aires, 2011

Ilustración: Across the Room, c.1899, Edmund Charles Tarbell

lunes, diciembre 19, 2011

Franco Fortini / Camposanto de los Ingleses




Camposanto de los Ingleses

Todavía cuando anochece, en octubre,
y por las calles a los plátanos la niebla,
pero ligera, forma velo, como a nuestros
tiempos, entre los muros de hiedra y los cipreses
del Camposanto de los Ingleses, los guardianes
queman malezas y lauros secos.
                               Verde
el humo de las ramas,
como el de los carboneros en los bosques
de montaña.
            Morían
aquellos atardeceres de dulce tormento,
para nosotros ya un poco fríos. Me gustaba
buscarte la muñeca y acariciarla. Luego
eran las luces inciertas, las grandes sombras
de los jardines, la grava, tu paso pleno y calmo,
y a lo largo de los muros con rejas
la piedra tenía, decías, olor a octubre y el humo
sabía a campo y a vendimia.
Se abría tu querida boca redonda en la sombra,
lenta y dócil uva.
                   Ahora ha pasado
mucho tiempo, no sé dónde estás, quizá al verte
no reconocería tu figura. Estás viva,
seguro, y piensas a veces cuánto amor
hubo, aquellos años, entre nosotros, y cuánta vida
ha pasado. Y a veces, al recuerdo
tuyo, como al mío que ahora te habla, vana
le gime, insostenible, una pena;
una pena de volver, como tienen
quizá los pobres muertos; de vivir
allá, una vez más, de volver a ver
caminando aquella que tú eras
por los atardeceres de un tiempo que no existe más,
que no tiene ya un lugar,
aun si desciendo a veces por estas calles
de Florencia donde a los plátanos la niebla,
pero ligera, forma velo y en los jardines
arden los melancólicos fuegos de laurel.

1947

Franco Fortini (Florencia, 1917–Milán, 1994), "Poesia e errore-In una strada di Firenze (1947-54)", Versi scelti, 1939-1989, Einaudi Editore, Turín, 1990
Versión de J. Aulicino


Camposanto degli Inglesi

Ancora, quando fa sera, d'ottobre,
e pei i viali ai platani la nebbia,
ma legera, fa velo, come a quei nostri
tempi, fra i muri d'edera e i cipressi
del Camposanto degli Inglesi, i custodi
bruciano sterpi e lauri secchi.
                                Verde
il fiumo delle frasche
come quello dei carbonai nei boschi
di montagna.
             Morivano
quelle sere con dolce strazio a noi
già un poco fredde. Allora m'era caro
cercarti il polso e accarezzarlo. Poi
erano i lumi incerti, le grandi ombre
dei giardini, la ghiaia, il tuo passo pieno e calmo
e lungo i muri delle cancellate
la pietra aveva, dicevi, odore d'ottobre e il fiumo
sapeva di campagna e di vendemmia.
Si apriva la cara tua bocca rotondo nel buio
lenta e docile uva.
                    Ora è passato
molto tempo, non so dove sei, forse vedendoti
non riconoscerei la tua figura. Sei certo
viva e pensi talvolta a quanto amore
fu, quegli anni, tra noi, a quanta vita
è passata. E talvolta al ricordare
tuo, come al mio che ora te parla, vana
ti geme, e insostenibile, una pena;
una pena di ritornare, quale
han forse i poveri morti, di vivere
là, ancora una volta, rivedere
quella che tu sei stata andare ancora
per quelle sere di un tempo che non esiste più,
che non ha più alcun luogo
anche se scendo a volte per questi viali
di Firenze dove ai platani la nebbia,
ma leggera, fa velo e nei giardiani
bruciano i malinconici fuochi d'alloro.

1947

---
Ilustración: Cipreses en el cementerio de los Hijos de Dios, nocturno, 1919, Nicolás Ferdinandov

sábado, diciembre 17, 2011

Temistocle Solera / Va pensiero



Ve, pensamiento

Ve pensamiento en alas doradas
reposa en los bajos y colinas,
donde perfuman, tibios y suaves,
dulces aires del suelo natal.
Del Jordán saluda las riberas,
y de Sión las torres derribadas.
Oh mi patria tan bella y perdida,
remembranza querida y fatal.

Arpa de fatídicos vates
¿por qué cuelgas muda del sauce? *
Aviva en el pecho el recuerdo,
háblanos del tiempo que fue.
Como de Solyma a los hados **
canta un son de crudo lamento,
o te inspire Dios un arpegio
que infunda virtud al dolor.


Temistocle Solera (Ferrara, 1815-Milán, 1878), Nabucco, tercer acto. Giuseppe Verdi, 1842
Versión J. Aulicino

* Salmo 137:2: En los sauces de las orillas / teníamos colgadas nuestras cítaras; 137:3: Allí nuestros carceleros / nos pedían cantos
** Solyma: Jerusalén. "Bajo las influencias helenizantes que invadieron Palestina, Salem se convirtió en Solyma (Antiq. Jud., I, x, 2), y Jerusalén ta Ierosolyma (La Santa Solyma) (1 Macabeos 1, 14.20; 2 Macabeos 1, 10; Bell. Jud., VI, 10; etc.), Enciclopedia Católica


Va, pensiero

Va, pensiero, sull'ali dorate;
va, ti posa sui clivi, sui colli,
ove olezzano tepide e molli
l'aure dolci del suolo natal!
Del Giordano le rive saluta,
di Sionne le torri atterrate...
Oh mia patria sì bella e perduta!
Oh membranza sì cara e fatal!
Arpa d'or dei fatidici vati,
perché muta dal salice pendi?
Le memorie nel petto raccendi,
ci favella del tempo che fu!
O simile di Solima ai fati
traggi un suono di crudo lamento,
o t'ispiri il Signore un concento
che ne infonda al patire virtù.






En las ramas de los sauces

¿Y cómo podríamos nosotros cantar
con el pie extranjero sobre el corazón,
entre muertos abandonados en las plazas
sobre la hierba dura de hielo, el lamento
de corderos de los chicos, el alarido negro
de la madre que iba al encuentro del hijo
crucificado en el palo del telégrafo?
En las ramas de los sauces, por voto,
también nuestras cítaras estaban colgadas,
oscilaban leves en el triste viento.

Salvatore Quasimodo, Giorno dopo giorno, 1947, Tutte le poesie, Mondadori
Versión J. Aulicino


Alle fronde dei salici

E come potevamo noi cantare
con il piede straniero sopra il cuore,
fra i morti abbandonati nelle piazze
sull'erba dura di ghiaccio, al lamento
d'agnello dei fanciulli, all'urlo nero
della madre che andava incontro al figlio
crocifisso sul palo del telegrafo?
Alle fronde dei salici, per voto,
anche le nostre cetre erano appese,
oscillavano lievi al triste vento.

Ilustración: La partenza dei coscritti nel 1866, 1878, Gerolamo Induno

Rafael Obligado / El alma del payador




Santos Vega
I
El alma del payador

Cuando la tarde se inclina
sollozando al occidente,
corre una sombra doliente
sobre la pampa argentina.
Y cuando el sol ilumina
con luz brillante y serena
del ancho campo la escena,
la melancólica sombra
huye besando su alfombra
con el afán de la pena.

Cuentan los criollos del suelo
que, en tibia noche de luna,
en solitaria laguna
para la sombra su vuelo;
que allí se ensancha, y un velo
va sobre el agua formando,
mientras se goza escuchando
por singular beneficio,
el incesante bullicio
que hacen las olas rodando.

Dicen que, en noche nublada,
si su guitarra algún mozo
en el crucero del pozo
deja de intento colgada,
llega la sombra callada
y, al envolverla en su manto,
suena el preludio de un canto
entre las cuerdas dormidas,
cuerdas que vibran heridas
como por gotas de llanto.

Cuentan que en noche de aquellas
en que la Pampa se abisma
en la extensión de sí misma
sin su corona de estrellas,
sobre las lomas más bellas,
donde hay más trébol risueño,
luce una antorcha sin dueño
entre una niebla indecisa,
para que temple la brisa
las blandas alas del sueño.

Mas, si trocado el desmayo
en tempestad de su seno,
estalla el cóncavo trueno,
que es la palabra del rayo,
hiere al ombú de soslayo
rojiza sierpe de llamas,
que, calcinando sus ramas,
serpea, corre y asciende,
y en la alta copa desprende
brillante lluvia de escamas.

Cuando, en las siestas de estío,
las brillazones remedan
vastos oleajes que ruedan
sobre fantástico río,
mudo, abismado y sombrío,
baja un jinete la falda
tinta de bella esmeralda,
llega a las márgenes solas...
¡y hunde su potro en las olas,
con la guitarra a la espalda!

Si entonces cruza a lo lejos,
galopando sobre el llano
solitario, algún paisano,
viendo al otro en los reflejos
de aquel abismo de espejos,
siente indecibles quebrantos,
y, alzando en vez de sus cantos
una oración de ternura,
al persignarse murmura:
"-¡El alma del viejo Santos!"

Yo, que en la tierra he nacido
donde ese genio ha cantado,
y el pampero he respirado
que al payador ha nutrido,
beso este suelo querido
que a mis caricias se entrega,
mientras de orgullo me anega
la convicción de que es mía
¡la patria de Echeverría,
la tierra de Santos Vega!

[1885]

Rafael Obligado (Buenos Aires, 1851-Mendoza, 1920), Santos Vega y otras leyendas argentinas, Kapelusz, Buenos Aires, 1965

Ilustración: Caballo negro sobre fondo ocre, Juan Carlos Castagnino

viernes, diciembre 16, 2011

W. H. Auden / Adiós al Mezzogiorno




Adiós al Mezzogiorno
(para Carlo Izzo)

Desde el gótico norte, pálidos hijos
de una cultura de papas, cerveza o whisky,
cargados de culpa, nos comportamos como nuestros padres y venimos
al sur, a un otraparte soleado

de viñedos, barroco, la bella figura,
a estos femeninos pueblos donde los hombres
son machos y hermanos no entrenados en la despiadada
batalla verbal tal cual se enseña

en las rectorías protestantes en lluviosas
tardes de domingo, ya no como sucios
bárbaros en busca de oro, ni como acaparadores
ansiosos por los Viejos Maestros, aunque para rapiñar

de todos modos, algunos porque creen que el amore
es mejor en el sur y más barato
(lo que es dudoso), otros convencidos de que exponerse
a un sol más fuerte es fatal para los gérmenes

(lo que decididamente es falso), y otros, como yo,
en la mediana edad esperando extraer de lo
que no somos lo que podríamos ser, una cuestión
que el sur nunca se plantea. Quizás

una lengua en que Néstor y Apemantus,
Don Octavio y Don Giovanni hacen
brotar sonidos igualmente bellos no esté equipada
para formularla, o quizá con este calor

resulte tonta: el mito del Camino Abierto
que pasa junto al portal del huerto y hace señas
a los tres hermanos, uno por vez, para que traspongan las colinas
y se aventuren lejos, sea la invención

de un clima donde es un placer caminar
y el paisaje es menos poblado
que éste. Aun así, a nosotros nos parece muy raro
no ver nunca a un único hijo ensimismado
en un juego inventado por él, ni a un par de amigos
divirtiéndose en su jerga privada,
ni alguien que solo se pasea
sin desear nada, si bien sí extraña

a nuestros oídos que a un gato se llame Gato y a los perros
Lupo, Nerón o Bobby. La forma en que comen
hace que nos avergoncemos: sentimos envidia por un pueblo
de naturaleza tan frugal que no les cuesta

ningún esfuerzo dejar de engullir vorazmente. Sin embargo (si
leo bien los rostros después de diez años)
no tienen salvación. Los griegos llaman al Sol
"El que castiga desde lejos", y desde aquí, donde

las sombras tienen borde de puñal, y el mar es azul todos los días,
vero lo que querían decir: su ojo imperturbable
y ultrajante ríe y desprecia toda noción
de cambio o huída, y un silencioso
ex volcán, sin ríos ni pájaros,
se hace eco de esa risa. Esta podría ser la razón
de por qué les quitan los silenciadores a sus Vespas,
suben la radio al máximo del volumen,

y un santo pequeñísimo puede esperar que los cohetes (el ruido
como contramagia, una forma de sacarle
la lengua a las Tres Hermanas: "Podemos ser mortales,
pero aún estamos aquí") les hagan ansiar

las proximidades; en calles atestadas
de carne humana, su alma se siente inmune
a toda amenaza metafísica. Nos escandalizamos.
pero necesitamos escandalizarnos: aceptar el espacio, reconocer

que las superficies no necesitan ser superficiales
ni los gestos vulgares, no son cosas que
puedan enseñarse cerca del rumor del agua corriente,
de la vista de una nube. Como discípulos
no somos malos, pero pésimos como maestros: Goethe,
que llevaba el compás de los hexámetros homéricos
sobre el hombro de una romana, es
(ojalá fuera otro) la figura
de nuestra estampa: sin duda la trataba bien,
pero uno debería fijarse límites, y no llamar
a la Helena engendrada en aquella ocasión,
a esa reina de su Segundo Walpurgisnacht,

su bebé: entre quienes quieren hacer de su vida
un Bildungsroman y aquéllos para quienes la vida
significa "ser visible ahora", hay un abismo
que los abrazos no pueden trasponer. Si intentamos

"convertirnos en sureños", nos echamos a perder en seguida, nos volvemos
fláccidos, lascivos de una manera sucia, y
olvidamos pagar nuestras cuentas: que nadie haya oído
que ellos hacen una promesa solemne o se convierten al yoga
es un consuelo. En cualquier caso, a pesar de todo
el saqueo espiritual que efectuamos,
no les hacemos daños, y eso nos da derecho, creo,
a un pequeño grito de A piacere,

no a dos. Irme debo, pero me voy agradecido (inclusive
a cierto Monte) e invocando
mis sagrados nombres meridianos: Vico, Verga,
Pirandello, Bernini, Bellini,

para que bendigan a esta región, sus vendimias, y a quienes
le llaman hogar: si bien no siempre se puede
recordar con precisión por qué se ha sido feliz,
no hay forma de olvidar que uno lo fue.

                                Septiembre de 1958

W. H. Auden (York, 1907- Viena, 1973), Los Estados Unidos, y después. Poesía selecta 1939-1973, selección y traducción de Rolando Costa Picazo, Ediciones Activo Puente, Buenos Aires, 2009


Good-Bye to the Mezzogiorno
(for Carlo Izzo)

Out of a gothic North, the pallid children
Of a potato, beer-or-whisky
Guilt culture, we behave like our fathers and come
Southward into a sunburnt otherwhere


Of vineyards, baroque, la bella figura,
To these feminine townships where men
Are males, and siblings untrained in a ruthless
Verbal in-fighting as it is taught


In Protestant rectories upon drizzling
Suunday afternoons no more as unwashed
Barbarians out for gold, nor as profiteers
Hot for Old Masters, but for plunder


Nevertheless some believing amore
Is better down South and much cheaper
(Which is doubtful), some persuaded exposure
To strong sunlight is lethal to germs


(Which is patently false) and others, like me,
In middle-age hoping to twig from
What we are not what we might be next, a question
The South seems never to raise. Perhaps


A tongue in which Nestor and Apemantus,
Don Ottavio and Don Giovanni make
Equally beautiful sounds is unequipped
To frame it, or perhaps in this heat


It is nonsense: the Myth of an Open Road
Which runs past the orchard gate and beckons
Three brothers in turn to set out over the hills
And far away, is an invention


Of a climate where it is a pleasure to walk
And a landscape less populated
Than this one. Even so, to us it looks very odd
Never to see an only child engrossed


In a game it has made up, a pair of friends
Making fun in a private lingo,
Or a body sauntering by himself who is not
Wanting, even as it perplexes


Our ears when cats are called Cat and dogs either
Lupo, Nero or Bobby. Their dining
Puts us to shame: we can only envy a people
So frugal by nature it costs them


No effort not to guzzle and swill Yet (if I
Read their faces rightly after ten years)
They are without hope. The Greeks used to call the Sun
He-who-smites-from-afar, and from here, where


Shadows are dagger-edged, the daily ocean blue,
I can see what they meant: his unwinking
Outrageous eye laughs to scorn any notion
Of change or escape, and a silent


Ex-volcano, without a stream or a bird,
Echoes that laugh. This could be a reason
Why they take the silencers off their Vespas,
Turn their radios up to full volume,


And a minim saint can expect rocket’s noise
As a counter-magic, a way of saying
Book to the Three Sisters: “Mortal we may be,
But we are still here!” might cause them to hanker


After proximities – in streets packed solid
With human flesh, their souls feel immune
To all metaphysical threats. We are rather shocked,
But we need shocking: to accept space, to own


That surfaces need not be superficial
Nor gestures vulgar, cannot really
Be taught within earshot of running water
Or in sight of a cloud. As pupils


We are not bad, but hopeless as tutors: Goethe,
Tapping homeric hexameters
On the shoulder-blade of a Roman girl, is
(I wish it were someone else) the figure


Of all our stamp: no doubt he treated her well,
But one would draw the line at calling
The Helena begotten on that occasion,
Queen of his Second Walpurgisnacht,


Her baby: between those who mean by a life a
Bildungsroman and those to whom living
Means to-be-visible-now, there yawns a gulf
Embraces cannot bridge. If we try


To go southern, we spoil in no time, we grow
Flabby, dingily lecherous, and
Forget to pay bills: that no one has heard of them
Taking the Pledge or turning to Yoga


Is a comforting thought in that case, for all
The spiritual loot we tuck away,
We do them no harm – and entitles us, I think
To one little scream at A piacere,


Not two. Go I must, but I go grateful (even
To a certain Monte) and invoking
My sacred meridian names, Vico, Verga,
Pirandello, Bernini, Bellini,


To bless this region, its vendages, and those
Who call it home: though one cannot always
Remember exactly who one has been happy,
There is no forgetting that one was.
                        September 1958

---
Ilustración: Ragazza alla finestra, 1893, Plinio Nomellini 

jueves, diciembre 15, 2011

Màrius Sampere / Dos poemas




Toda la palabra 

Toda palabra, amigo, es teológica.
¿De que podríamos hablar
sino del alba que nos separa,
de la noche que nos reúne?

Árbitro de los dos únicos colores,
el amor es todo corazón y no tiene corazón:
¿si hablas de él, amigo, no hablas de él?
Y si no hablas, entonces, ¿de quién no hablas?

Y todavía, dulcemente abandonado
de ti mismo en la sombra,
si no es tuya la voz cuando enmudeces,
¿de quién es el silencio? ¿De qué monstruo
benigno, como un dios
reducido a palabra?

de L’ocell que udola, 1990


¿Por qué todo comienza? 

¿Por qué todo comienza por el principio?
No tiene sentido. El tiempo
te hace la boca agua, muchacha. Así
resucita aquella estrella
muerta hace milenios
y, ¿lo ves?
ya se enciende,
ya no es mentira, ya
sé que las cosas no acaban
ni comienzan: se entrecruzan. Sí, ya sé
que vivir es intentarlo infinitas veces.

de Jerarquies, 2003

Màrius Sampere (Barcelona, 1928 - 2018)
Versiones de Jonio González


Tota la paraula 

Tota paraula, amic, és teològica. 
¿De què podríem parlar més 
que no fos de l'alba que ens separa, 
de la nit que ens reuneix? 


Àrbitre dels dos únics colors, 
l'amor és tot cor i no té cor: 
si parles d'ell, amic, no parles d'ell? 
I si no en parles, llavors de qui no parles? 


I, encara, dolçament abandonat 
de tu mateix a l'ombra, 
si no és teva la veu quan emmudeixes, 
de qui és el silenci? ¿De quin monstre 
benigne, com un déu 
reduït a paraula?


Per què tot comença?

Per què tot comença pel principi? 
No té sentit. El temps 
et fa salivera a la boca, noia. Així 
ressuscita aquella estrella 
morta fa mil•lennis 
i, veus? 
ja s'encén, 
ja no és mentida, ja 
sé que les coses no s'acaben 
ni comencen: s'entrecreuen. Sí, ja sé 
que viure és provar-ho infinites vegades.


Foto: Màrius Sampere, 2010, Carme Esteve / El País, Madrid

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Act. 2018

miércoles, diciembre 14, 2011

Laura Wittner / La fiesta






La fiesta

Levantaron la compuerta del baúl
y salimos arando hacia el fondo del cielo.
Carreras, equilibrios y verticales-puente
en ámbitos que se levantaban y caían
a nuestro paso, según nuestra voluntad:
galerías con arcos y columnas,
infinitos gimnasios con pisos de madera,
tinglados ásperos con reverberaciones,
y así...

Figuras finas y flexibles, fuimos, en esa tela inmensa
donde el mayor esfuerzo del pintor había estado en la luz:
llegar al tipo exacto de luz con el óleo
y de paso atrapar la blandura del aire;
el punto exacto, en óleo, de esa consistencia.

A los grandes los volvimos a ver
dos o tres veces a lo largo del día.
Por el momento no eran más que una idea
o varios pares de sombras demarcantes:
esto es centro, esto es suburbio y lo del medio es no-terreno,
sin saber que tragábamos aire casi ilegalmente
de y en cada una de esas franjas
siempre a punto de pasar a ser otros.

Todo cambió cuando corrieron el toldo con la noche.

Sin la velocidad de los espacios abiertos
nos subsumimos en zonas apretadas,
pozos a compartir con las luciérnagas.

Tanta luciérnaga en los ojos,
tanta humedad y reflejos estelares–
como el confeti o el rocío de sal,
o ese humo abrillantado de las grandes explosiones–
funden los cinco sentidos en un sexto.
Pispeamos desde ahí a nuestros padres en sombras:
y resultó que se habían puesto a administrar
una fluida intimidad en la que cada recoveco
servía de altarcito para un símbolo.

Tierna es la noche, parece, nos dijimos.
O qué nos podemos haber dicho.

Salvo que sí, hay una subcorriente
nocturna, como en cualquier día de playa
bajo la sólida costa, por las venas iodadas
transcurre lo decapitado en general.

Laura Wittner (Buenos Aires, 1967), Balbuceos en una misma dirección, Gog y Magog, Buenos Aires, 2011

Ilustración: Carretera nocturna, 1873, Maksymilian Gierymski