Así pudo ocurrir
que, de puro silencio,
se cayesen al suelo
los retratos de los antepasados
colgados de la pared.
O que la botella de Beaujolais
se aliara
con unas peras arrugadas
para componer una naturaleza muerta.
Era la hora de las carpas
y de las moscas moribundas.
El mediodía pestañeaba
bajo el peso de los párpados.
Sí, los soplos de los corazones
se hicieron perceptibles durante algún tiempo
en el estanque de los niños marinos
que ayer habían dado allí
órdenes a sus navíos.
Antes de ayer todavía
era todo distinto.
La estación muerta
vivía aún en el olor, levemente legendario,
de la hierba.
Los retratos esperaban
desbaratados en el suelo
que alguien saliese de la pared
y los enderezase riendo a carcajadas.
Karl Krolow (Hannover, Alemania, 1915-Darmstadt, Alemania, 1999), Veintiún poetas alemanes, Visor, Madrid, 1980
Traducción de Felipe Boso
Envío de Jonio González
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