domingo, mayo 26, 2019

Anne Sexton / Tres poemas
















Oh

Está nevando y la muerte me molesta
tan testaruda como el insomnio.
Las burbujas feroces de tiza,
las lesiones menores blancas
se instalan sobre la calle afuera.
Está nevando y la mujer de
noventa años que se estaba peinando
su pelo largo blanco fantasmal
se ha ido, embalsada incluso ahora,
incluso esta noche sus brazos son mosquetes
suaves a su lado y nada ella emana
salvo su última palabra - “Oh”. Sorprendida por la muerte.

Está nevando. Puntos de papel
caen de la agujereadora.
¿Hola? ¡La señora Muerte está aquí!
Ella sufre de acuerdo a las cifras
de mi odio. Oigo los filamentos
del alabastro. Me acostaría
con ellos y levantaría mi locura
como una peluca. Me acostaría
afuera en una habitación de lana
y dejaría que la nieve me cubra.
París blanco o copo blanco
o argentino, todo en el lavamanos
de mi boca, llamando, “Oh”.
Estoy vacía. Soy estúpida.
La Muerte está acá. No hay
otro acuerdo. ¡Nieve!
¡Ve la marca, la cicatriz, la cicatriz!
Mientras tanto sirves té
con tus manos buenmozas y amables.
Después deliberadamente sacas tu
dedo índice y lo apuntas a mi sien,
diciendo, “¡Puta suicida!
Me gustaría agarrar un sacacorchos
y sacar para afuera todo tu cerebro
y así nunca jamás volverás”.
Y cierro mis ojos sobre el té
humeante y veo a Dios abriendo sus dientes.
“Oh”. Él dice.
Veo a la nena dentro de mí escribiendo, “Oh”.
Oh, querida, no por qué.


Madre e hija

Linda, estás dejando
tu cuerpo viejo ahora.
Yace plano, una mariposa vieja, todo brazos,
todo piernas, todo alas, suelto como un vestido viejo.
Extiendo mi mano pero mis dedos se vuelven
llagas y yo soy calor materno y gastado.
Al igual que tu niñez está gastada.
Te pregunto sobre esto y sostienes tus
perlas. Te pregunto sobre esto
y pasas por delante de ejércitos. Te pregunto sobre esto -
con tu reloj grande andando,
sus manecillas más anchas que las pajitas- y coserás
un continente.
Ahora tienes dieciocho
Te di mis nalgas, mis despojos,
mi Madre & Co. y mis dolencias.
Te pregunto sobre esto
y no vas a saber la respuesta -
el bozal en tu boca,
la tienda esperanzada de oxígeno, los tubos,
los senderos, la guerra y el vómito de la guerra.
Sigue, sigue, sigue,
cargando recuerdos para los chicos, cargando
polveras para los chicos, mi Linda, sangre para
el derramamiento de sangre.
Linda, estás dejando
tu cuerpo viejo ahora.
Me vaciaste los bolsillos y juntaste
todas mis fichas de poker y me dejaste vacía y
como el río entre nosotras se angosta, haces calistenia,
ese semáforo femenino de piernas largas.
Te pregunto sobre esto
y me vas a coser una mortaja y seguirás con la parrilla
del lunes y sacarás con el pulgar las tripas de la gallina.
Te pregunto sobre esto y verás mi muerte
babeando en estos labios grises
mientras, mi ladrona, comerás fruta y
pasarás el resto del día.


Jesús levanta a la prostituta

La prostituta se agachó
con sus manos sobre su cabello rojo.
Ella no estaba buscando clientes.
Ella tenía mucho miedo.
Un cuerpo delicado vestido de rojo,
tan rojo como un puño destrozado
y ella estaba sangrante también
porque la gente del pueblo estaban tratando
de apedrearla hasta la muerte.
Las piedras se le acercaron como abejas al caramelo
y la dulce colorada prostituta que ella era
gritaba, J nunca, J nunca.
Rocas volaron hacia su boca como palomas
y Jesús vio esto y pensó en
exhumarla como un funerario.

Jesús sabía que una enfermedad terrible
vivía dentro de la prostituta y que Él podía abrirla
con Sus dos pequeños pulgares.
Él levantó Su mano y las rocas
cayeron al suelo como donas.
De nuevo Él alzó Su mano
y la prostituta fue a besarlo.
Él la abrió dos veces. En el acto.
Él la abrió dos veces en cada pecho,
empujando Sus pulgares hasta que la leche paró,
esos dos forúnculos de prostitución.
La prostituta lo siguió a Jesús como un cachorro
porque él la había levantado.
Ahora ella renunció a sus fornicaciones
y se convirtió en su mascota.
Que él la haya levantado la hizo sentir
como una nena de nuevo como cuando ella tenía un padre
que le sacaba la tierra de los ojos.
De hecho, ella se aferró a sí misma,
sabiendo que le debía la vida a Jesús,
tan seguro como una carta ganadora.

Anne Sexton (Newton, Massachusetts, Estados Unidos, 1928-Weston, Massachusetts, Estados Unidos, 1974)
Traducción de Noelia Torres

El libro de la locura,
Caleta Olivia,
Buenos Aires, 2019









Ref.:
Caleta Olivia
UNAM
ABC
El Cultural
Algún Día en Alguna Parte
El Placard
Buenos Aires Poetry

Foto: Anne Sexton, 1974  Arthur Furst/ABC

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