La Gambaro
Es viernes, la tarde está helada
en los suburbios
y mientras las dos atravesamos el jardín,
hablamos sobre la rareza de las flores
que siguen abiertas a pesar del frío.
El aire gris oscurece todo
pero esas flores fucsias están aquí,
y brillan contra la pared;
y por qué, dice ella
–pero no es una pregunta–,
por qué debería podarlas.
Adentro de la casa, el té humea
sobre la mesa
y el fuego de la chimenea
desarma
las penumbras alrededor.
Ella enciende un cigarrillo
y tira la cabeza hacia atrás.
Ya escribí mucho, dice
y dibuja volutas de humo
que tardan en desaparecer.
El mundo, dice también
mientras hace crujir en su mano
el atado vacío de cigarrillos,
el mundo es un lugar oscuro
que algunos iluminan
con gestos,
palabras,
ciertos pasos.
Cuando salimos de la casa
el aire está quieto,
pronto empezará a caer la noche suburbana,
pero entonces de dónde viene este brillo
que nos rodea mientras avanzamos.
Las matas de lavanda que bordean
el camino hacia la calle
largan un dulzor tibio
cuando las rozamos al caminar.
Es suave esa belleza
que desprenden las lavandas
como un soplo blando;
es demasiado frágil también,
y aunque nosotras sabemos
que tardará apenas unos instantes
en disolverse,
las dos atravesamos
la respiración fría del jardín
casi sin temblar,
como si camináramos
hacia la felicidad de la memoria
que nos espera a veces
del otro lado
de las cosas.
a Griselda Gambaro
Ángela Pradelli (Buenos Aires, 1957)
La poética de la seda,
Ediciones del Dock,
Buenos Aires, 2019
El Desaguadero
Veintitres
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Poémame
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Foto: Clarín/La Voz
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