domingo, abril 02, 2023

Cesare Pavese / Placeres nocturnos



También nosotros nos paramos a sentir la noche
en el instante en que viento está más desnudo:
las avenidas están frías de viento, todo olor ha cesado;
las narices se levantan hacia las luces oscilantes.

Tenemos todos una casa que espera en la oscuridad
a que regresemos: una mujer que espera en la oscuridad,
tendida en el sueño: el cuarto está caliente de olores.
No sabe nada del viento la mujer que duerme
y respira; la tibieza del cuerpo de ella
es la misma de la sangre que murmura en nosotros.

Este viento que nos lava llega desde el fondo
de las avenidas abiertas de par en par en la oscuridad;
las luces oscilantes y nuestras narices contraídas
se debaten desnudos. Cada olor es un recuerdo.
De lejos, de la oscuridad, salió este viento
que se abate sobre la ciudad: de abajo, de prados y colinas,
donde solo hay una hierba que el sol ha calentado
y una tierra ennegrecida de humores. Nuestro recuerdo
es un áspero olor, la poca dulzura
de la tierra desventrada que exhala en invierno
el aliento del fondo. Se ha apagado cada olor
en la oscuridad, y a la ciudad no nos llega más que el viento.

Volveremos esta noche a la mujer que duerme,
con los dedos helados a buscar su cuerpo,
y un calor nos sacudirá la sangre, un calor de tierra
ennegrecida de humores: un aliento de vida.
También ella se calentó en el sol y ahora descubre
en su desnudez su vida más dulce,
que de día desaparece, y tiene sabor de tierra.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, Italia, 1908-Turín, Italia, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Trabajar cansa. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Griselda García Editora, Del Dock, Cartografías, Buenos Aires, 2018
Versión de Jorge Aulicino


Piaceri notturni

Anche noi ci fermiamo a sentire la notte
nell'istante che il vento è più nudo: le vie
sono fredde di vento, ogni odore è caduto;
le narici si levano verso le luci oscillanti.

Abbiam tutti una casa che attende nel buio
che torniamo: una donna ci attende nel buio
stesa al sonno: la camera è calda di odori.
Non sa nulla del vento la donna che dorme
e respira; il tepore del corpo di lei
è lo stesso del sangue che mormora in noi.

Questo vento ci lava, che giunge dal fondo
delle vie spalancate nel buio; le luci
oscillanti e le nostre narici contratte
si dibattono nude. Ogni odore è un ricordo.
Da lontano nel buio sbucò questo vento
che s'abbatte in città: giù per prati e colline,
dove pure c'è un'erba che il sole ha scaldato
e una terra sventrata che esala all'inverno
il respiro del fondo. Si è spento ogni odore
lungo il buio, e in città non ci giunge che il vento.

Torneremo stanotte alla donna che dorme,
con le dita gelate a cercare il suo corpo,
e un calore ci scuoterà il sangue, un calore di terra
annerita di umori: un respiro di vita.
Anche lei si è scaldata nel sole e ora scopre
nella sua nudità la sua vita più dolce,
che nel giorno scompare, e ha sapore di terra.


Poesie, Mondadori, 1969

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