Flora Vronsky
(Buenos Aires, 1978)
La voz a ti debida, de Pedro Salinas
Encontré a Salinas justo en el momento en que me había convencido de que la poesía debía ser amarga y oscura. Las incipientes escaramuzas con el desamor y la lectura obsesiva de algunos poetas franceses habían contribuido a patinar una adolescencia que acababa con dramatismo, sí, pero también con un deseo abyecto de tormentos que me acercaran a 'lo poético' real. Quería sufrir. Quería que me doliera todo. Como decía Gil de Biedma, creía que quería ser poeta pero en el fondo quería ser poema.
La voz a ti debida, esa obra monumental de Pedro Salinas, me impactó en lo más profundo del cuerpo -porque la palabra es física- devolviéndome una luz que me resistía a ver. Entablamos entonces una lucha sin fusiles pero plena de heridas que hoy dan cuenta de esa dialéctica constante entre el hacer y el padecer, entre la posibilidad de la existencia de la luz y la certeza de la oscuridad que es, siempre. Ese match fue un punto de inflexión en mi formación poética y en mi proceso creativo. Nada volvió a ser igual.
En esas lides heracliteanas comencé a comprender el funcionamiento de lo que María Zambrano llama razón poética, esa noción que años después se volvería tan capital para mí. Salinas abrió una puerta lírica, potente, que se convirtió con el tiempo en un viaducto de fuerzas y vectores por el cual mi pretensión poética se canaliza hoy. Y este fragmento particular fue la cachetada de posibilidad que reacomodó mis tormentos juveniles en un movimiento tanto de respeto como de ruptura.
Algún día escribiré una oda a Salinas, lo sé. Pero también sé que vuelvo a él cada vez que en ese viaducto se manifiesta algún piquete que resiste, algún corte que detiene el fluir de esas fuerzas y que reactualiza la lucha con la que todo comenzó.
La voz a ti debida
(Versos 702 a 739)
¡Sí, todo con exceso:
la luz, la vida, el mar!
Plural todo, plural,
luces, vidas y mares.
A subir, a ascender
de docenas a cientos,
de cientos a millar,
en una jubilosa
repetición sin fin,
de tu amor, unidad.
Tablas, plumas y máquinas,
todo a multiplicar,
caricia por caricia,
abrazo por volcán.
Hay que cansar los números.
Que cuenten sin parar,
que se embriaguen contando,
y que no sepan ya
cuál de ellos será el último:
¡qué vivir sin final!
Que un gran tropel de ceros
asalte nuestras dichas
esbeltas, al pasar,
y las lleve a su cima.
Que se rompan las cifras,
sin poder calcular
ni el tiempo ni los besos.
Y al otro lado ya
de cómputos, de sinos,
entregamos a ciegas
—¡exceso, qué penúltimo!—
a un gran fondo azaroso
que irresistiblemente
está
cantándonos a gritos
fúlgidos de futuro:
«Eso no es nada, aún.
Buscaos bien, hay más».
Pedro Salinas (Madrid, 1891-Boston, 1951)
Foto: Flora Vronsky en FB
¡Gracias!
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