Daiana Henderson
Cartas para que la alegría, de Arnaldo
Calveyra
Recuerdo que la primera vez que lo leí me
quedé acostada, quieta y en silencio, con el libro abierto sobre mi pecho para
que me calentara el corazón. Lo leo y vuelvo a sorprenderme de la delicadeza
con la que Calveyra va haciendo pasar las imágenes, introduciéndonos de a poco en
un paisaje interno tan sensible, acompasado al lento avanzar del tren. Me
resulta admirable la manera de emplear el registro coloquial, operando de modo
que no se note que esa forma de expresión, que pasa por 100% natural, es en realidad una construcción artificial. No se ven
las costuras. Valoro la manera en que Calveyra “gambetea” las restricciones del
lenguaje (“El viaje lo
trajimos lo mejor que se pudo…”), el modo en
que es incorrecto con la sintaxis pero no irreverente ni desprolijo con el
significado.
En fin. Dudo que pueda explicar lo que este
poema representa para mí, porque lo que me hace elegirlo con tanta efusividad
no es del orden de la razón: el poema me hace sentir cosas. Ahora mismo pienso
en la fábula de la zanahoria atada a la caña que hace caminar al burro. Bueno,
más o menos, es eso: me da ganas seguir probando, leyendo, aprendiendo, con la
ilusión de poder escribir, algún día, algo de semejante delicadeza.
[De Cartas para que la alegría]
El viaje lo trajimos lo mejor que se pudo. De todas las mariposas de alfalfa que nos siguieron desde Mansilla, la última se rezagó en Desvío Clé. Nos acompañamos ese trecho, ella con el volar y yo con la mirada. Venía con las alas de amarillo adiós, y, de tanto agitarse contra el aire, ya no alegraba una mariposa sino que una fuente ardía. Y corrió todavía con las alas de echar el resto: una mirada también ardiendo paralela al no puedo más en el costado de tren que siguió.
La gallina que me diste la compartí con Rosa, ella me dio budín. En tren es casi lo que andar en mancarrón.
Los que tocaban guitarra cuando me despedías vinieron alegres hasta Buenos Aires.
Casi a mediodía entró el guarda con paso de "aquí van a suceder cosas", y hubo que ocultar a cuanta cotorra o pollo vivo inocente de Dios se estaba alimentando.
En el ferry fue tan lindo mirar el agua.
¿Y sabes?, no supe que estaba triste hasta que me pidieron que cantara.
Arnaldo Calveyra (Mansilla, Argentina, 1929 - París, 2015)
TODO tan, tan lindo, grato, translúcido: el comentario, el poema.
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