martes, mayo 26, 2020

Mario Luzi / La India


























Está en silencio ahora, me pregunto si oprimida por su karma,
(sé sobre su vida, el nombre que le da y el significado)
mientras muestra la pantalla largo tiempo
en la vereda una multitud,
congelada en una pose entre el sueño y la muerte,
levantarse a duras penas en oración y cepillarse en el alba.
Quizá no el primer rostro la afecta
sino otro más escondido, y ve
una justicia de un tipo diferente
en ese sufrimiento de paria,
horrible pero no abyecto, y en el suyo que desciende sobre él.

"Tener o no tener su parte en esta vida",
su pensamiento resurge en palabras - pero solo un borde.
Y yo tironeo de ese fleco,
ansioso de que me confíe todo lo demás,
cuidando nada me niegue
ni siquiera la amargura, y espero.
Pero se detiene. Siguen otras imágenes de la India
y en su reverberación atrapo
una sonrisa extrema entre víctima y niña,
casi me deja esa gracia en prenda
mientras se eclipsa en su dolor
y la idea de sí misma muere en ella.

"¿Por qué llevas ese yugo? ¿Por qué no te levantas?",
apenas me contengo de gritarle,
sufriendo porque sufre, por supuesto,
pero aún más porque deja la toma
de mi ternura insatisfecha y se aleja llorando.
"Escúchame", empiezo a murmurar
y ya estoy pensando en la luz de la habitación después del tecnicolor
y a ella que está a punto de irse
y me mira por detrás de la lámpara
de su soledad enfrente.

"Mario", me previene ella, que adivina el resto, "todavía
levantas como una espada -¿buena para qué?-
el desdén por las cosas que te resisten.
Hombre cerrado a la inteligencia de lo distinto,
negado al amor: del mundo, quiero decir; de Dios, por lo tanto",
y se entrega a una mueca burlona
ella misma subida al púlpito, y casi se anula.

"Realmente desearía que hubieras ganado"
le digo con afecto incontenible, más tarde,
mientras fluye en un zumbido de abejas, en la película sin comentarios, la India.

Mario Luzi (Florencia, Italia, 1914-2005), Onore del vero, 1957 Club degli Autori
Versión de Jorge Aulicino

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Foto: Premio "Firenze per Mario Luzi"

L'India

Tace ora, mi chiedo se oppressa dal suo Karma,
(so della sua vita, del nome che le dà, e del senso)
mentre mostra a lungo lo schermo
sul selciato una moltitudine
stecchita in una posa tra sonno e morte
levarsi a stento in preghiera e spulciarsi nell'alba.
Né forse la colpisce il primo aspetto
ma un altro più recondito, e vede
una giustizia di diverso stampo
in quella sofferenza di paria
orrida eppure non abbietta, e nella sua che le scende addosso.

"Avere o non avere la sua parte in questa vita"
riemerge in parole il suo pensiero - ma solo un lembo.
E io ne tiro a me quella frangia
ansioso mi confidi tutto l'altro,
attento non mi rubi niente
di lei, neppure l'amarezza, ed attendo.
S'interrompe invece. Seguono altre immagini dell'India
e nel loro riverbero le colgo
un sorriso estremo tra di vittima e di bimba,
quasi mi lasci quella grazia in pegno
di lei mentre si eclissa nella sua pena
e l'idea di se stessa le muore dentro.

"Perché porti quel giogo, perché non insorgi"
mi trattengo appena dal gridarle,
soffrendo perché soffre, certo,
ma più ancora perché lascia la presa
della mia tenerezza non saziata e piglia il largo piangendo;
"Ascoltami" comincio a mormorarle
e già penso al chiarore della sala dopo il technicolor
e a lei che sul punto di partire
mi guarda da dietro la lampada
della sua solitudine tenuta alzata di fronte.

"Mario" mi previene lei che indovina il resto. "Ancora
levi come una spada, buona a che?,
lo sdegno per le cose che ti resistono.
Uomo chiuso all'intelligenza del diverso,
negato all'amore: del mondo, intendo, di Dio dunque"
e indulge a una smorfia fine di scherno
per se stessa salita sul pulpito, e quasi si annulla.

"Davvero vorrei tu avessi vinto"
le dico con affetto incontenibile, più tardi,
mentre scorre in un brusio d'api, nel film senza commento, l'India.

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