Belleza intensa y terrible, ¿cómo pudo la estirpe humana, con leves
nervios desnudos,
guiar aguas abajo su nave pequeña desde aquel varadero lejano?
Ahora, sólo porque sopla el nordeste y ondula, densa, la hierba,
y el Oeste mellan los grandes mares y sobre el granito
se emblanquecen, rebosa la nave, y tiene pasión excesiva la danza
del mundo.
Si una borrasca de abril tanto llena el espíritu,
¿quién osaría vivir, aunque, como en la Tierra, tuviera recios
los huesos, arcos de un monte?
Aunque fuese su sangre como los ríos y tuviese férrea carne,
¿cómo osaría vivir? Fuerte uno ha nacido, ¿cómo aguantan
los débiles?
Se reclinan los fuertes sobre la muerte como sobre una roca:
ochenta años, y luego se encuentra cobijo y cubre los nervios desnudos
un hondo sosiego.
¡Sigue, sigue, oh belleza del mundo! ¡Oh tortura
de intenso alborozo! Ya he pasado con creces mi tiempo;
a Dios le he dado las gracias y mi labor ha acabado,
en la tiniebla me envuelven milenarias raíces de árboles;
el viento del noroeste agita sus cimas, pero no llega, no, a las raíces,
y me he trasladado
de una belleza a otra belleza: a la paz, al esplendor de la noche.
Robinson Jeffers (Pittsburgh, Estados Unidos, 1887-Carmel, Estados Unidos, 1962), Poesía norteamericana del siglo XX, selección de Mario Mortales y Eugenio Lynch, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1970
Versión de M. Manent
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Foto: Universidad de California
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