jueves, septiembre 19, 2019

Dante Alighieri / Infierno, Canto décimo


















Se encaminó por una secreta senda
entre los muros desa tierra y los martirios,
mi maestro, y yo detrás de sus espaldas.

"¡Oh virtud suma, que por infames círculos
me llevas", comencé, "tal como te place,
háblame, y satisface mis deseos.

"¿La gente que por los sepulcros yace
podré ver? Ya están levantadas
 las cubiertas y no hay quien las vigile."

Y él a mí: "Todas serán cerradas
cuando de Josafat aquí regresen
con los cuerpos que dejaron allá arriba.

"Su cementerio en esta parte tienen
con Epicuro todos sus secuaces,
que creen que el alma con el cuerpo muere.

"Pero la pregunta que me haces
pronto será aquí mismo satisfecha
y también el deseo que no dices."

Y yo: "Buen duca, nada tengo oculto
a ti en mi corazón, sino por decir poco,
y tú, no solo ahora, a ello me has dispuesto.

"Oh toscano, que por la ciudad del fuego
vivo vas así, hablando honesto,
te plazca detenerte en este sitio.

"Tu inflexión te hace manifiesto
de aquella noble patria nacido
a la cual, tal vez, fui muy pesado."

Súbitamente este cantar salió
de una de las arcas; por esto me arrimé,
temiendo, un poco más al duca mío.

Y él me dijo: "¿Qué haces? Date vuelta.
Mira allá a Farinata que se está derecho; *
de la cintura para arriba, todo lo verás."

Yo había ya mi mirada en la suya puesto;
y él se erguía con el pecho y con la frente
como si tuviese al infierno en gran desprecio.

Y las animosas manos del duca, ágiles,
me empujaron entre las tumbas hacia él,
diciendo: "No sean tus palabras imprudentes."

Tan pronto al pie de su tumba estuve
me miró un poco, y luego, casi desdeñoso,
me preguntó: "¿Quiénes fueron tus mayores?"

Yo, que era de obedecer deseoso,
no le recelé, más bien le dije todo;
por lo que las cejas levantó un poco,

para decir: "Fueron adversos fieramente
a mí, a mis primeros y a mi parte,
de suerte tal que los dispersé dos veces."

"Echados, volvieron desde todas partes",
yo le respondí a él, "una vez y otra;
los tuyos no aprendieron esas artes."

Entonces surgió a la vista descubierta
otra sombra, junto a esta, hasta el cuello;
creo que se sostenía arrodillada.

Miró a mi alrededor, como si tuviese
voluntad de ver si otros eran conmigo;
y luego que su sospechar fuera apagado,

llorando dijo: "Si por este ciego
presidio vas por la altura del ingenio,
¿mi hijo dónde está? ¿por qué no va contigo?"

Y yo a él: "No vengo por mí mismo:
el que espera allá, por aquí me lleva,
tal vez, el que tuvo en desdén tu Guido." **

Sus palabras y el modo de la pena
me habían de aquel el nombre dicho;
por eso fue tan plena la respuesta.

De súbito levantado, gritó: "¿Cómo
dijiste? ¿Él lo tuvo? ¿No vive ya?
¿No hiere la dulce luz sus ojos?"

Cuando observó alguna demora
que yo tuve en darle la respuesta,
supino cayó y ya no se alzó fuera.

Pero aquel otro magno en cuya posta
me había detenido, no mudó de aspecto,
no movió el cuello ni torció su costa;

y continuando el diálogo primero,
"Si  tienen aquel arte", dijo, "mal sabido ,
eso me atormenta más en este lecho.

"Pero no cincuenta veces encendido
será el rostro de la dama que aquí reina, ***
que el peso de ese arte habrás probado. ****

"Y así nunca al dulce mundo vuelvas,
dime, ¿por qué es tan impío ese pueblo
con los míos, en cada una de sus normas?"

Y yo a él: "La vejación y el exterminio
que hicieron el Arbia colorar de rojo,
tal oración ordena en nuestro templo."

Luego que moviera la cabeza suspirando,
"A eso no fui solo", dijo, "y por cierto,
no sin razón me he movido con los otros.

"Pero estuve solo allá, donde aprobaron
todos que Florencia fuera devastada,
y la defendí a rostro descubierto."

"¡Ah, tenga reposo tu descendencia!",
imploré, "desátame ahora un nudo
que aquí ha enredado mi sentencia.

"Parece que ven ustedes, si bien oigo,
delante lo que el tiempo agrega,
pero en el presente tienen otro modo."

"Vemos, como el que tiene luz escasa,
las cosas", dijo, "que nos son lejanas,
todo cuanto nos ilumina el sumo guía.

"Cuando se acercan o son, todo es vano
nuestro intelecto; y si otros no aportan,
nada sabemos de vuestro estado humano.

"Puedes comprender que será muerta
nuestra sabiduría desde el punto
que del futuro se cerrará la puerta."

Entonces, de mi culpa compungido,
dije: "Le dirás entonces al que cayó
que su hijo aún se reúne con los vivos,

"y si fui, antes, en la respuesta mudo,
hazle saber que fue porque pensaba
en el error que ahora me has resuelto."

Y ya mi maestro me reclamaba;
por lo que al espíritu rogué apurado
me dijera quién más con él yacía.

Me dijo: "Aquí con más de mil yazgo;
acá dentro está el segundo Federico,
y el Cardenal, y los demás me callo." *****

Entonces se ocultó; y yo hacia el antiguo
poeta volví los pasos, meditando
ese hablar que me pareció enemigo.

Se movió y  mientras caminaba
me dijo: "¿Por qué estás abatido?"
Y yo lo satisfice a su demanda.

"Tu mente conserve lo escuchado
contra ti", me ordenó aquel sabio.
"Y ahora atiende", y alzó el dedo:

"cuando delante estés del dulce rayo
de aquella cuyos bellos ojos todo ven,
por ella sabrás de tu vida el trazo."

Luego volvió a mano izquierda el pie:
dejamos el muro y fuimos hacia el medio,
por un sendero que conduce a un valle
que hacía sentir arriba olor inmundo.

Dante Alighieri (Florencia, Italia, 1265-Rávena, Italia, 1321), La Divina Comedia, Ediciones Lom, Santiago de Chile, 2018
Traducción de Jorge Aulicino

[Notas del traductor:]

* Farinata degli Uberti, recordado gibelino (partidario del emperador germano). Todo lo que sigue a continuación hace referencia a la rivalidad con los güelfos (partidarios de Roma, es decir, del papado). Dos veces Farinata echó a los güelfos de Florencia. En ocasión de la batalla de Monteaperto, en 1260, junto al Arbia (que se tiñe de rojo en este canto), los venció en lucha franca. Luego se opuso, en el consejo de los gibelinos toscanos, a la destrucción de los muros de Florencia y la reducción de la ciudad a pequeños burgos. El pecado de Farinata no ha sido la traición: Dante lo trata con duro respeto en el cementerio de los epicúreos.

** La sombra que ha hablado es la de Cavalcante Cavalcanti, güelfo y, según Boccaccio, epicúreo, padre del poeta Guido Cavalcanti. Algunos comentaristas -entre nosotros, Angel Battistessa- han considerado la posibilidad de que Dante no pretendiese decir que su entrañable amigo, Guido, desdeñaba a Virgilio, aunque eso es, literalmente, lo que menciona como conjetura: forse cui Guido vostro ebbe a disdegno: tal vez al que vuestro Guido tuvo en desdén. La edición oficial de la Commedia resume todas las variantes anotadas a lo largo de las ediciones históricas del libro, en cuanto a explicar el desdén atribuido a Guido. Estas sobreentienden que tal sentimiento es “desdén” y no “desprecio”, ya que ambas acepciones son válidas. En tal conjunto de opiniones, se distinguen las políticas de las filosóficas y estéticas. Entre las primeras, tiene peso la que atribuye a Cavalcanti, güelfo, desdén por el entusiasta cantor del Imperio. Entre las filosóficas, la que señala que Guido bien podría desdeñar al Virgilio que Dante eleva a símbolo de razón y sabiduría. Entre las estéticas, la inclinación natural de Calvalcanti al canto lírico, de raíz provenzal, desdeñoso del latín épico. Hay, aún, una hipótesis gramatical, un tanto más peregrina, y no obstante acogida por la Sociedad Dantesca, que desvía el desdén de Guido hacia Beatriz, símbolo de la fe casada con la lógica; matrimonio este no apreciado por Cavalcanti. En tal hipótesis, el cui, con valor de "quien", deviene en colei che (aquella que), de suerte que los versos en cuestión dirían entonces: “aquel que espera allá, por aquí me lleva, / tal vez a aquella que vuestro Guido tuvo en desdén”. La solución no deja mejor parado a Cavalcanti a los ojos de Dante.

*** La Luna. Antes de que se encienda cincuenta veces, es decir, antes de que pasen otros tantos meses.

**** Probable alusión al futuro destierro de Dante. Razón, en ese caso, de su congoja en los versos finales y de la severa amonestación de Virgilio, en tanto solo en el cielo puede considerarse inscrito el porvenir humano.

**** El emperador germano Federico II Hohenstaufen, llamado Stupor Mundi (asombro del mundo), y también el Anticristo, y el cardenal Ottaviano degli Ubaldini, gibelino, quien se encuentra entre los herejes por haber dicho que había entregado su alma al partido del emperador, con el agravante, herético, "si hay un alma".

Ref.:
Studenti
Prefacios a los Cantos de la Comedia
Universidad Complutense de Madrid
Letras Libres

Imagen: Farinata y Calvacante, por William Blake

Canto X

Ora sen va per un secreto calle,
tra ’l muro de la terra e li martìri,
lo mio maestro, e io dopo le spalle.

«O virtù somma, che per li empi giri
mi volvi», cominciai, «com’ a te piace,
parlami, e sodisfammi a’ miei disiri.

La gente che per li sepolcri giace
potrebbesi veder? già son levati
tutt’ i coperchi, e nessun guardia face».

E quelli a me: «Tutti saran serrati
quando di Iosafàt qui torneranno
coi corpi che là sù hanno lasciati.

Suo cimitero da questa parte hanno
con Epicuro tutti suoi seguaci,
che l’anima col corpo morta fanno.

Però a la dimanda che mi faci
quinc’ entro satisfatto sarà tosto,
e al disio ancor che tu mi taci».

E io: «Buon duca, non tegno riposto
a te mio cuor se non per dicer poco,
e tu m’hai non pur mo a ciò disposto».

«O Tosco che per la città del foco
vivo ten vai così parlando onesto,
piacciati di restare in questo loco.

La tua loquela ti fa manifesto
di quella nobil patrïa natio,
a la qual forse fui troppo molesto».

Subitamente questo suono uscìo
d’una de l’arche; però m’accostai,
temendo, un poco più al duca mio.

Ed el mi disse: «Volgiti! Che fai?
Vedi là Farinata che s’è dritto:
da la cintola in sù tutto ’l vedrai».

Io avea già il mio viso nel suo fitto;
ed el s’ergea col petto e con la fronte
com’ avesse l’inferno a gran dispitto.

E l’animose man del duca e pronte
mi pinser tra le sepulture a lui,
dicendo: «Le parole tue sien conte».

Com’ io al piè de la sua tomba fui,
guardommi un poco, e poi, quasi sdegnoso,
mi dimandò: «Chi fuor li maggior tui?».

Io ch’era d’ubidir disideroso,
non gliel celai, ma tutto gliel’ apersi;
ond’ ei levò le ciglia un poco in suso;

poi disse: «Fieramente furo avversi
a me e a miei primi e a mia parte,
sì che per due fïate li dispersi».

«S’ei fur cacciati, ei tornar d’ogne parte»,
rispuos’ io lui, «l’una e l’altra fïata;
ma i vostri non appreser ben quell’ arte».

Allor surse a la vista scoperchiata
un’ombra, lungo questa, infino al mento:
credo che s’era in ginocchie levata.

Dintorno mi guardò, come talento
avesse di veder s’altri era meco;
e poi che ’l sospecciar fu tutto spento,

piangendo disse: «Se per questo cieco
carcere vai per altezza d’ingegno,
mio figlio ov’ è? e perché non è teco?».

E io a lui: «Da me stesso non vegno:
colui ch’attende là, per qui mi mena
forse cui Guido vostro ebbe a disdegno».

Di sùbito drizzato gridò: «Come?
dicesti «elli ebbe»? non viv’ elli ancora?
non fiere li occhi suoi lo dolce lume?».

Quando s’accorse d’alcuna dimora
ch’io facëa dinanzi a la risposta,
supin ricadde e più non parve fora.

Ma quell’ altro magnanimo, a cui posta
restato m’era, non mutò aspetto,
né mosse collo, né piegò sua costa;

e sé continüando al primo detto,
«S’elli han quell’ arte», disse, «male appresa,
ciò mi tormenta più che questo letto.

Ma non cinquanta volte fia raccesa
la faccia de la donna che qui regge,
che tu saprai quanto quell’ arte pesa.

E se tu mai nel dolce mondo regge,
dimmi: perché quel popolo è sì empio
incontr’ a’ miei in ciascuna sua legge?».

Ond’ io a lui: «Lo strazio e ’l grande scempio
che fece l’Arbia colorata in rosso,
tal orazion fa far nel nostro tempio».

Poi ch’ebbe sospirando il capo mosso,
«A ciò non fu’ io sol», disse, «né certo
sanza cagion con li altri sarei mosso.

Ma fu’ io solo, là dove sofferto
fu per ciascun di tòrre via Fiorenza,
colui che la difesi a viso aperto».

«Deh, se riposi mai vostra semenza»,
prega’ io lui, «solvetemi quel nodo
che qui ha ’nviluppata mia sentenza.

El par che voi veggiate, se ben odo,
dinanzi quel che ’l tempo seco adduce,
e nel presente tenete altro modo».

«Noi veggiam, come quei c’ha mala luce,
le cose», disse, «che ne son lontano;
cotanto ancor ne splende il sommo duce.

Quando s’appressano o son, tutto è vano
nostro intelletto; e s’altri non ci apporta,
nulla sapem di vostro stato umano.

Però comprender puoi che tutta morta
fia nostra conoscenza da quel punto
che del futuro fia chiusa la porta».

Allor, come di mia colpa compunto,
dissi: «Or direte dunque a quel caduto
che ’l suo nato è co’ vivi ancor congiunto;

e s’i’ fui, dianzi, a la risposta muto,
fate i saper che ’l fei perché pensava
già ne l’error che m’avete soluto».

E già ’l maestro mio mi richiamava;
per ch’i’ pregai lo spirto più avaccio
che mi dicesse chi con lu’ istava.

Dissemi: «Qui con più di mille giaccio:
qua dentro è ’l secondo Federico
e ’l Cardinale; e de li altri mi taccio».

Indi s’ascose; e io inver’ l’antico
poeta volsi i passi, ripensando
a quel parlar che mi parea nemico.

Elli si mosse; e poi, così andando,
mi disse: «Perché se’ tu sì smarrito?».
E io li sodisfeci al suo dimando.

«La mente tua conservi quel ch’udito
hai contra te», mi comandò quel saggio;
«e ora attendi qui», e drizzò ’l dito:

«quando sarai dinanzi al dolce raggio
di quella il cui bell’ occhio tutto vede,
da lei saprai di tua vita il vïaggio».

Appresso mosse a man sinistra il piede:
lasciammo il muro e gimmo inver’ lo mezzo
per un sentier ch’a una valle fiede,

che ’nfin là sù facea spiacer suo lezzo.

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