La palabra es mi esqueleto, me mantiene erguida, me da forma
y consistencia.
La palabra es mi músculo, me mueve por la vida.
La palabra es mi yo aunque “yo” no sea la palabra exacta.
La palabra, y el amor, y el agradecimiento que también me sostienen.
Las palabras, estas mismas que ahora esbozo en un taxi, en
movimiento.
El taxi responde al color de los semáforos.
Una también responde, sólo que los semáforos son otros y ni los
vemos ni conocemos su clave, pero igual respondemos.
El semáforo de unos ojos claros, por ejemplo, si bien también hay
ojos claros turbios que nos interpelan desde lejos. Son semáforos
esos ojos y solemos responder a su llamado.
Nos vamos acercando, sin prisa, hasta reconocer nuestro error al
filo de la trampa. Ensimismadas.
Ojos que no nos corresponden en ningún sentido del verbo corresponder.
Menos mal; así seguimos escribiendo.
No fue por falta de miradas claras, respondientes, que me largué
a escribir, es decir a deambular sin derrotero fijo, sola, sí, con toda
mi risa a cuestas
La risa es lo que salva
La escritura de risa y su diseño; tintinear de campanas, sonoridad
de cuencos tibetanos.
Esas cosas.
La risa. La escritura. ¿Por qué será que a veces queremos separarlas
si son equivalentes?
Nos salvan cada cual a su manera y en conjunto.
Nos salvan.
El mirar para atrás, el querer contarlo todo sin tapujos y ya no
queda nada, todo ha sido contado una y mil veces.
Y las manos vacías.
Es nuestra suerte:
Empezar de nuevo con la simpleza de la primera letra.
Luisa Valenzuela (Buenos Aires, 1938)
La cortina negra
(2010. Diálogo entre dos cuadernos),
Fundación Proyecto al Sur,
Buenos Aires, 2019
Ref.:
Luisa Valenzuela - Sitio oficial
Fundación Proyecto al Sur
Biografías
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Foto: Luisa Valenzuela, Guadalajara, México, 2007 Triunfo Arciniegas/Biografías
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