lunes, octubre 29, 2018

Moya Cannon / Crannog
















En el lugar del lago donde crece un fresno
ha quedado al descubierto un anillo de piedras
con la sequía del verano.
No lo bastante alto como para ser una isla,
contiene un disco de agua más calma
en el agitado lago.

Los árboles han ganado la vía férrea detrás de nosotros;
más atrás, el camino va hacia el este;
mientras dos líneas paralelas en el tiempo y el espacio
huyen de nosotros,
este círculo descubierto nos atrae.
En los pueblos sumergidos
las campanas tañen sólo para los marinos y para los crédulos,
pero esta gargantilla de húmedas piedras,
vestigio de una Atlantis vallada,
nos toma a todos de la garganta.

No sabemos qué cuentas o cuchillos
quedaron atrapados en el húmedo ámbar del lago pantanoso,
pero muchos de nosotros deseamos vivir en el agua
y reconocemos este afloramiento
de antiguos hogares de amor y pena.

A una atribulada parte de nosotros le resulta familiar
la gente que trazó un círculo en el agua,
cargó botes con piedra
y erigió una isla seca y un fuerte
con todo un lago por foso.

Moya Cannon (Dunfanaghy, Condado de Donegal, Irlanda, 1956), "The Parchment Boat" [1997], Aves de invierno y otros poemas, Pre-Textos, Valencia, 2015
Traducción de Jorge Fondebrider

Crannog (de crannóc en gaélico, con una raíz crann, que significa árbol) es el nombre que se les dio a las islas artificiales, generalmente valladas y circulares -con un diámetro de diez a treinta metros-, que se construyeron en Irlada desde la prehistoria hasta la Edad Media, con el objeto de albergar a reyes, nobles, granjeros prósperos y, en ocasiones, grupos marginales. (N. del T.)

Ref.:
El Día
Festival de Poesía de Medellín
Eterna Cadencia
El Poeta Ocasional
The California Journal

Foto: Moya Cannon, 2017 Kennys Bookshop/YouTube

Crannog

Where an ash bush grows in the lake 
a ring of stones has broken cover 
in this summer’s drought. 
Not high enough to be an island, 
it holds a disc of stiller water 
in the riffled lake. 

Trees have reclaimed the railway line behind us; 
behind that, the road goes east—
as two lines parallel in space and time run away from us 
this discovered circle draws us in. 
In drowned towns 
bells toll only for sailors and for the credulous 
but this necklace of wet stones, 
remnant of a wattle Atlantis, 
catches us all by the throat. 

We don’t know what beads or blades 
are held in the bog lake’s wet amber 
but much of us longs to live in water 
and we recognise this surfacing 
of old homes of love and hurt. 

A troubled bit of us is kin 
to people who drew a circle in water, 
loaded boats with stone, 
and raised a dry island and a fort 
with a whole lake for a moat.

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