jueves, marzo 18, 2021

Miguel Gaya / Himnos de la batalla vencida




I

Empujando la carreta donde van los heridos
alejándose del campo de batalla, de la historia
y de todo recuerdo
el médico con su guardapolvos embarrado
bufa y grita y golpea los caballos y los ayudantes
y algún herido que ha bajado del carromato a ayudar
porque ama los hombres
que lleva de cualquier modo, algunos moribundos, otros
quejándose a gritos o llorando quedo,
y los lleva como si sobre sus hombros los llevara
porque le han encargado que los salve
a él, que nunca hizo nada, ni les dijo ni les pidió ni les mandó
que fueran allá, donde la batalla arrecia
y los muertos se apilan, y se apilan los heridos
en espera del médico 
que debe sacarlos de allí
 a toda prisa
para salvar acaso uno, o dos, cualquiera,
cuando haya tiempo
de mirarlos. 

II

Cuando vamos por los pastos, cuando
vamos por los pastos y llevamos el ganado
a encerrar
lejos y la tarde,
y la tarde es cálida y olorosa, nuestros pasos
son blandos y largos y seguros
en la tierra negra
abonada por los hombres
enterrados malamente
por aquí y por allá 
en túmulos que los años han ido borrando
y si nuestros padres no sembraron
y si nuestros abuelos evitaron el paso
nosotros no, los hollamos
con alegría
al terminar la jornada y llevar el ganado
sobre los muertos
sobre los muertos
en la tierra. 
Así ha sido siempre, ¿no?

III

Los cocineros se cruzan de brazos y miran,
miran los humos 
que se elevan lejos, el humo de la fusilería
y los obuses y de las granjas quemadas
y las cosas rotas,
y los cocineros no hacen nada más 
que cruzarse de brazos y mirar
y a veces calcular
si habrá que hacer comida mañana
y cuánta, 
ellos no corren hacia las balas, 
hacia los fusiles, ellos preparan 
los guisos y las sopas
y a veces, es cierto, han sido sorprendidos
por las balas, o se han defendido
con bayonetas o sartenes negras,
pero las más de las veces juiciosamente
huyen por sus vidas y eluden 
la metralla 
para estar joviales
unos días después 
con el cucharón
y siendo generosos con el soldado bisoño
que come con hambre verdadera
y avaros con el otro, el que los mira con rencor
y se queja de todo
cuando debiera ser agradecido
por el guiso grasiento
y el nuevo día. 


IV

Cuando volvemos a casa,
porque siempre ha habido
quien ha podido volver, y ahora
nos toca eso, 
como nos tocó ayer otra cosa, 
queremos, ilusos a más no poder,
los que no guardamos ilusión alguna,
queremos que nuestras esposas sean
las que salieron a saludar cuando nos fuimos,
que es decir
nosotros queremos ser los que nos fuimos, 
pero no, 
volvimos, 
y eso somos y seremos
para ellas, pobres 
de ellas, pobres
de nosotros. 

V

Todos tenemos sueños, todos
soñamos
con los ojos abiertos
mientras marchamos de aquí para allá
y marchamos sin ver
más que aquello que soñamos,
lavarnos los pies, beber
agua fresca, entrar en una mujer
y en una aldea y buscar 
en una casa rota
las monedas que esconden o aferran
en las manos muertas,
o hacer una familia
con la hija de un granjero, aquella
gorda y jovial, o la otra que corría
las rodillas desnudas y ágil en la nieve, 
todos soñamos y hacia la noche,
cuando muchos parecen dormir y otros 
tienen los ojos abiertos y vaciados
nuestros sueños 
se evaporan como el aliento que tuvimos
y se pierden arriba
y le dan forma al mundo.

[inédito]

Miguel Gaya (Ayacucho, Argentina, 1953)


Foto: Miguel Gaya, costa de Normandía, 2019. Gentileza del autor

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