III, II
Con oído tísico en el camino las campanas
Ominosos arreos desperdigados
Agrandados por el viento
Un golpeteo hiriente, de alfiler oxidado
Que nadie veía pero inflamaba el ánimo; campanas
Que en la noche parecían tañer solas; música
Salvífica, en el comienzo del andar.
En el camino
Un sol hundido entre flores espumosas
A veces alguien, quizá Dios, sacudía en lo alto
El blanco plumaje de los pájaros del cielo
Caía la nieve, su sombra débil
Su luz lenta.
Una noche verde y roja
El cielo de la muerte, verde y rojo
Un iridiscente caracol
Anunciando alumbramientos milagrosos
Puertas destrozadas en el aire, traspasando el filo de las nubes
Voces que atraviesan corredores de humo
Alto y frondoso el árbol
En cuya cúspide anida el guaraguao
Y el carrao engorda cantando glorias a las crías
Víctimas devoradas en su suplicio.
Quizá sea el destino y sus chillidos lo que escucho
Rostro arrugado de proféticos muñecos
Que cuelgan como antiguos prodigios.
Quizá la clamorosa marcha de espinos blancos
Que rondan como sereno fiel de nuestra noche
Cuando abre las hojas el zarzal; o
El resonar de un gran agujero
Por donde evacúa el día sus pócimas.
Huelo. Olor del ir. Lo vivo Brota y crece para quien huele
Un poderoso aroma un viento envenenado
Va y viene:
-¿Qué haces aquí, viento
Aterrado en estos contubernios de negación y excusa?
-No vuelvas más tu cuerpo hacia el camino
Tampoco tu nombre será borrado de aquel muro.
Huelo.
Y grito de lejos al hombre que corre conmigo
Palabras de aliento para su lastimosa ensoñación.
Luego enmudezco. Mutismo del andar.
Aléjame de la verdad, patria de la mentira
Si digo la mentira ésta emprende
El camino de la verdad o la profecía.
Si digo la verdad enseguida se transforma
En una maldición
Una mentira.
¿He llegado? ¿Adónde?
¿Qué lugar es éste
Donde los cuerpos cuelgan del asta de los augurios
Hay hombres con soles en la cabeza
Alas cortantes y ojos en las alas
Guardan el corazón en las arquetas
Llenan sus bolsas de azufre
Pesan sus almas con gestos tramposos
En el fiel de balanzas trucadas?
Ante la mirada escrutadora de los ángeles
Los pájaros pían ferozmente a ras de suelo
No en el aire sino ocultos en una hierba que no hay
Con sorda furia fantasmal, lejana.
¿Quiénes son, quiénes
Pobres seres sin rostro
Que hicieron de la mentira un ardid
Y de la astucia una verdad
Y se ahogan ahora sin pausa
La lengua hundida en la garganta embalsamada
Por el polvo? ¿Quiénes esos seres austeros
Que contemplan cabizbajos la vida como estatuas
Esperando la permanencia
Y no descansan de lo infinito lo olvidan
Y se complacen de no estar muertos
E intercambian sus muertes
Mientras pierden su polen magnífico?
Sacrifican hombres y no ciervos
A un toque de silbato desnudas mujeres
Corren delante de sus amos en los bosques
En sucio juego beatífico.
¿Qué lugar es éste, cuál
Donde no hay, y los amores se amontonan
Unos sobre otros acechándose
En un gran cementerio
Promiscua voracidad del pasado continuo
En tortuosa vida póstuma?
Corre el gamo en un campo que no hay, y el ave
Vuela en un aire que no hay. Y tiembla el pez
En aguas que no hay. No hay
Vive el hombre una vida que no hay.
¿Qué lugar “calle de la amistad”
“Plaza del señor de la alegría”, “calle
De la unión de los hombres”
Mientras la tumba del poeta
Recibe comensales en Halloween?
¿Dónde queda aquella ciudad lluviosa
Ese lugar remoto que puja en mi memoria
Donde el viento se revuelve en círculos
Mordiéndose como una bestia
Furiosa en su guarida?
Negras sierras de infierno: he ahí mis tierras
Miro los lagos, donde limpia su cuerpo
Una mujer pelirroja de cabellos de sauce
Se mueve con furor adolescente
Soñando una vida que acaricie como el agua
Y la de cabellos rasta llora
Ante la belleza desmedida del crepúsculo
Despidiéndose de su vieja casa alumbrada por candiles
Un campo convertido en recuerdo.
Tierra de seres que tiemblan
Ante un devenir incesante
Ambicionándolo todo
Ingenuidad que conduce a la gloria
Ingenuidad que conduce al dolor.
Mi madre y yo jugamos a las cartas por separado
O por turnos mezclados; ella baraja de otro modo
O mejor: las suyas vienen barajadas de otro modo
Son idénticas, para perder o ganar.
La locura juega con las mismas cartas.
Yo juego con las suyas. No hay más
No hay otras
Para nadie.
Llegan brillos de otros mundos
Estrellas difuntas
Que irradian luz que no les pertenece
Vienen del pasado a destacar los arrecifes
De lejos admirables, de cerca promesas cortantes.
Hay gente señalada por el signo de la victoria
Ungida en humo fragante para la salvación
He vivido entre ellos.
Un Dios en celo los gobierna
Un Dios sin brillo los alumbra
Un Dios sin mundo les enseña el mundo.
Mi madre juega y juega. Sus jardines
No son los de una reina
Entre oxidados barrotes cuelgan
Junto a sábanas remendadas
En ruinosos edificios que rematan tendederos.
(Oh madre, lanza ya tu poderoso juego. Muestra tus ases
Consume las probabilidades de tus años
Tira las sobras al suelo
Deja entrar a las gallinas.)
He aquí un cruce de caminos
Soles de agua en flor verdes soles de ayer
Que irisan el ojo ante el prisma deslumbrante.
Donde ahora pastan lobos había un portón
Un humilde placer de tierra húmeda
Un jardín fragante, fluyente como río
Agua florecida
Unos niños y una mujer de moño limpio
Un honesto hombre de blanco que celaba.
Sueño: mundo que cambia cada noche
Algo repica en mí con una obscenidad descarnada.
Llevo un atado ligero: una muda de aire
Tres mazorcas secas y una manta de oro.
Vengo lobo marino, cabeza partida entre mitades
Con cintas manchadas de rojo y blanco.
No puedo saber si voy a permanecer
Más tiempo que un instante.
Ahora goza grave animal de la molicie
Del aroma y la nostalgia
Estas aguas que no hay
Que corren todavía
Por este cauce que no hay.
Hay ángeles astutos, contratistas de la posteridad
Ciegos y solos con sus flores impolutas.
El único argumento es la paciencia
La única sabiduría la paciencia
Con su hervor irreversible
La única fidelidad la paciencia
La esperanza la paciencia, su sosegada
Sed que lame y sedimenta.
Nada más perenne que el bronce
No es tiempo de inscripciones
No es venerable el tiempo ni los muros venerables.
Este es mi saldo: un templo de papel, acopio
De la fe. Mi fortuna.
Un emigrante eterno, voy con viada
Aquí con mis bultos, faltas y culpas
No dichas
Pez raspabalsa que avanza
Río abajo abrazado a una palmera.
Se viaja y de costado se ve
Pero si uno parpadea la visión
Desaparece. Un oasis perdido
Un animal que salta y se esconde.
El alma
Cuerpo ajeno instalado en nosotros
Conserva lo más radicalmente humano
Fuera. Fuera del mundo
Esa es otra parte del pasado:
No se hace visión del infinito.
Y morir así es solo
El andrajoso reverso de la gloria.
Mario Campaña (Guayaquil, Ecuador, 1959),
Poesía reunida 1988-2018,
Festina Lente, Quito, 2020
Otra Iglesia Es Imposible - Mario Campaña - Festina Lente - Escritores - Vallejo & Co. - Encuentros de Lecturas - Instituto de Cultura de Barcelona - El Telégrafo - Zero Grados - Terra Ígnea - La Revista - Re-Versos - El Comercio
Foto: Paralaje
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