sábado, marzo 13, 2021

Mario Campaña / De "Aires de Ellicott City"


















III, II

Con oído tísico en el camino las campanas 
Ominosos arreos desperdigados 
Agrandados por el viento
Un golpeteo hiriente, de alfiler oxidado
Que nadie veía pero inflamaba el ánimo; campanas 
Que en la noche parecían tañer solas; música 
Salvífica, en el comienzo del andar. 

En el camino
Un sol hundido entre flores espumosas
A veces alguien, quizá Dios, sacudía en lo alto 
El blanco plumaje de los pájaros del cielo 
Caía la nieve, su sombra débil
Su luz lenta.

Una noche verde y roja
El cielo de la muerte, verde y rojo 
Un iridiscente caracol
Anunciando alumbramientos milagrosos
Puertas destrozadas en el aire, traspasando el filo de las nubes 
Voces que atraviesan corredores de humo
Alto y frondoso el árbol
En cuya cúspide anida el guaraguao
Y el carrao engorda cantando glorias a las crías 
Víctimas devoradas en su suplicio.

Quizá sea el destino y sus chillidos lo que escucho 
Rostro arrugado de proféticos muñecos
Que cuelgan como antiguos prodigios.

Quizá la clamorosa marcha de espinos blancos 
Que rondan como sereno fiel de nuestra noche 
Cuando abre las hojas el zarzal; o
El resonar de un gran agujero
Por donde evacúa el día sus pócimas.

Huelo. Olor del ir. Lo vivo Brota y crece para quien huele
Un poderoso aroma un viento envenenado 
Va y viene:
-¿Qué haces aquí, viento
Aterrado en estos contubernios de negación y excusa?

-No vuelvas más tu cuerpo hacia el camino 
Tampoco tu nombre será borrado de aquel muro. 
Huelo.
Y grito de lejos al hombre que corre conmigo 
Palabras de aliento para su lastimosa ensoñación.

Luego enmudezco. Mutismo del andar.
Aléjame de la verdad, patria de la mentira 
Si digo la mentira ésta emprende
El camino de la verdad o la profecía.

Si digo la verdad enseguida se transforma 
En una maldición
Una mentira.

¿He llegado? ¿Adónde?
¿Qué lugar es éste
Donde los cuerpos cuelgan del asta de los augurios 
Hay hombres con soles en la cabeza
Alas cortantes y ojos en las alas 
Guardan el corazón en las arquetas 
Llenan sus bolsas de azufre
Pesan sus almas con gestos tramposos 
En el fiel de balanzas trucadas?

Ante la mirada escrutadora de los ángeles 
Los pájaros pían ferozmente a ras de suelo
No en el aire sino ocultos en una hierba que no hay 
Con sorda furia fantasmal, lejana.

¿Quiénes son, quiénes 
Pobres seres sin rostro
Que hicieron de la mentira un ardid 
Y de la astucia una verdad 
Y se ahogan ahora sin pausa
La lengua hundida en la garganta embalsamada 
Por el polvo? ¿Quiénes esos seres austeros
Que contemplan cabizbajos la vida como estatuas 
Esperando la permanencia
Y no descansan de lo infinito lo olvidan 
Y se complacen de no estar muertos
E intercambian sus muertes
Mientras pierden su polen magnífico?

Sacrifican hombres y no ciervos
A un toque de silbato desnudas mujeres 
Corren delante de sus amos en los bosques 
En sucio juego beatífico.

¿Qué lugar es éste, cuál
Donde no hay, y los amores se amontonan 
Unos sobre otros acechándose
En un gran cementerio
Promiscua voracidad del pasado continuo 
En tortuosa vida póstuma?

Corre el gamo en un campo que no hay, y el ave 
Vuela en un aire que no hay. Y tiembla el pez 
En aguas que no hay. No hay
Vive el hombre una vida que no hay.

¿Qué lugar “calle de la amistad” 
“Plaza del señor de la alegría”, “calle 
De la unión de los hombres” 
Mientras la tumba del poeta 
Recibe comensales en Halloween?
 
¿Dónde queda aquella ciudad lluviosa
Ese lugar remoto que puja en mi memoria 
Donde  el  viento  se  revuelve  en círculos 
Mordiéndose como una bestia
Furiosa en su guarida?
Negras  sierras de infierno: he ahí mis  tierras 
Miro los lagos, donde limpia su cuerpo
Una mujer pelirroja de cabellos de sauce 
Se mueve con furor adolescente
Soñando una vida que acaricie como el agua 
Y  la de cabellos rasta llora
Ante la belleza desmedida del crepúsculo 
Despidiéndose de su vieja casa alumbrada por candiles 
Un campo convertido en recuerdo.

Tierra de seres que tiemblan 
Ante un  devenir  incesante 
Ambicionándolo todo
Ingenuidad que conduce a la gloria 
Ingenuidad que conduce al dolor.

Mi madre y yo jugamos a las cartas por separado 
O por turnos mezclados; ella baraja de otro modo 
O mejor: las  suyas vienen barajadas de otro modo 
Son idénticas, para perder o ganar.

La locura juega con las mismas cartas. 
Yo  juego  con  las  suyas. No hay más 
No hay otras
Para nadie.
 
Llegan brillos de otros mundos 
Estrellas difuntas
Que irradian luz que no les pertenece 
Vienen del pasado a destacar los arrecifes
De lejos admirables, de cerca promesas cortantes.

Hay gente señalada por el signo de la  victoria 
Ungida en humo fragante para la salvación 
He vivido entre ellos.

Un Dios en celo los gobierna 
Un Dios sin brillo los alumbra
Un Dios sin mundo les enseña el mundo.

Mi madre juega y juega. Sus jardines 
No son los de una reina
Entre oxidados barrotes cuelgan 
Junto a sábanas remendadas
En ruinosos edificios que rematan tendederos.

(Oh madre, lanza ya tu poderoso juego. Muestra tus ases 
Consume las probabilidades de tus años
Tira las sobras al suelo 
Deja entrar a las gallinas.)

He aquí un cruce de caminos
Soles de agua en flor verdes soles de ayer
Que irisan el ojo ante el prisma deslumbrante.

Donde ahora pastan lobos había un portón 
Un humilde placer de tierra húmeda
Un jardín fragante, fluyente como río
 
Agua florecida
Unos niños y una mujer de moño limpio 
Un honesto hombre de blanco que celaba.

Sueño: mundo que cambia cada noche
Algo repica en mí con una obscenidad descarnada.

Llevo un atado ligero: una muda de aire 
Tres mazorcas secas y una manta de oro.

Vengo lobo marino, cabeza partida entre mitades 
Con cintas manchadas de rojo y blanco.

No puedo saber si voy a permanecer 
Más tiempo que un instante.

Ahora goza grave animal de la molicie 
Del aroma y la nostalgia
Estas aguas que no hay 
Que corren todavía
Por este cauce que no hay.

Hay ángeles astutos, contratistas de la posteridad 
Ciegos y solos con sus flores impolutas.

El único argumento es la paciencia 
La única sabiduría la paciencia 
Con su hervor irreversible
La única fidelidad la paciencia
La esperanza la paciencia, su sosegada 
Sed que lame y sedimenta.
 
Nada más perenne que el bronce 
No es tiempo de inscripciones
No es venerable el tiempo ni los muros venerables.

Este es mi  saldo: un  templo de  papel, acopio 
De la fe. Mi fortuna.

Un emigrante eterno, voy con viada 
Aquí con mis bultos, faltas y culpas 
No dichas
Pez raspabalsa que avanza
Río abajo abrazado a una palmera.

Se viaja y de costado se ve 
Pero si uno parpadea la visión 
Desaparece. Un oasis perdido 
Un animal que salta y se esconde.

El alma
Cuerpo ajeno instalado en nosotros 
Conserva lo más radicalmente humano 
Fuera. Fuera del mundo
Esa es otra parte del pasado: 
No se hace visión del infinito.

Y morir así es solo
El andrajoso reverso de la gloria.

Mario Campaña (Guayaquil, Ecuador, 1959), 

"
Aires de Ellicott City", 2006, 
Poesía reunida 1988-2018
Festina Lente, Quito, 2020











Foto: Paralaje

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