jueves, enero 10, 2019

Sonja Åkesson / Una carta















¡Hasse!
¡Hans Evert!
¿Te acuerdas de mí?
No fui tu primera chica
claro
pero tu fuiste mi primer chico.
Ibas constantemente en la bici, una Rambler,
y llevabas la gorra en la nuca
y yo iba en la barra con mi abrigo rojo
y a veces en la parrilla.
Una tarde nos caímos en la cuneta.
Qué canciones cantabas.
Ya entonces eran viejas:
“A casa de mi chica
tarde o temprano
me lleva el camino
a casa de mi chica
que escribe
que me quiere”
aún oigo tu voz con precisión:
azafrán y canela y unos granos de mostaza
y tú desafinabas un poquito en todos los tonos.
Tu hermana estaba gorda y se llamaba Jenny
Cuando empezamos tú tenías 17 años y yo —
no, no me atrevo a decirlo.
Podrías acabar en la cárcel.
Tú estabas siempre bronceado por el sol.
Luego llegó la movilización.
¿Recuerdas aquella cabaña de la orilla del lago azul
con el gallo y el gato y los abedules?
Imagínate que viviésemos allí ahora.
Yo hubiese tenido un montón de críos
que se lavarían en una palangana en la cómoda
antes de ir a la catequesis dominical.
Tu hermana, la gorda Jenny,
hubiese sido mi cuñada.
Pero no hubiese tenido suegra.
Tu padre la había matado de un tiro
y luego se había cortado el cuello
con una navaja de afeitar.
Una vez me enseñaste una foto de ellos.
A veces te emborrachabas un poco.
Entonces ponías en el manillar
ramilletes de jazmín
o ramitas de peral en flor.
Una vez te lo hiciste
con otra chica.
Cuando enloqueció tu padre te escondiste en un armario.
Él también había pensado matar a tiros a los hijos.
Yo mentía todas las noches.
Nunca había mentido antes.
Cuando mentía hacía como
si yo no fuese yo.
Simulaba que era un sueño.
Pretendía que ni siquiera era yo la que soñaba.
Mi madre tenía un olor ligeramente acídulo.
Se le había caído el pelo.
Ella lloraba
y yo también lloraba convulsivamente
aunque sólo era un sueño,
y aunque tampoco era yo la que soñaba.
Todos los días eran un solo sueño.
Una noche mi madre se sentó con abrigo y sombrero.
Imagínate que lo hubiesen hecho,
quiero decir si me hubiesen echado de casa.
Imagínate, yo que lloraba reclamando a mi madre desesperadamente
cuando sólo llevaba una semana en casa de la prima Ruth.
Tú eras bueno con los niños.
Y no quiero decir nada irónico.
Yo no era un niño.
Tú eras muy bueno con los hijos del campesino.
Tú eras también bueno con la vieja señora de la limpieza.
La gente decía que eras bueno con los hijos del campesino
y con la vieja señora.
“Un saludo con el viento quiero yo enviar
a mi padre y a mi madre y la chica de mi lugar”
Cuando cantabas te subía y bajaba la nuez.
Tú padre llevaba mucho tiempo sin levantarse, paralítico,
creo que a raíz de un accidente.
Tu madre estaba muy guapa en la foto.
Luego estalló la guerra
y durante varios años
no fui la chica de nadie en particular.
Durante algunos años no mentí nunca.
Más adelante te hiciste de los de Pentecostés
y te casaste, bastante rico
con una chica, con finca, también de Pentecostés.
Te encontré una vez.
Le habías pedido perdón a Dios, dijiste.
Me sonó bastante estúpido.
Sabía que me deseabas.
¿Cuántos años puedes tener ahora?
¿45?
¿Sigues en la congregación redimido?
¿Crees que tu padre estará en el infierno?
¿Hueles todavía un poco a caballo?
Aunque seguramente tendréis tractor.

Sonja Åkesson (Buttle, Suecia, 1926-Estocolmo, 1977) Vivo en Suecia. Antología Poética, Vaso Roto, Madrid, 2015
Traducción de Francisco J. Uriz
Envío de Jonio González

Ref.:
Sonja Åkesson 
Vallejo & Co.
Atlántica XXII

Foto: Atlántica XXII

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