viernes, enero 25, 2019

Billy Collins / Japón
















Hoy me paso el día leyendo
uno de mis haikus favoritos:
pronunciando las pocas palabras continuamente.

Es como comer
la misma pequeña, perfecta uva
una y otra vez.

Camino por la casa pronunciándolo
y dejo sus letras caer
en el aire de cada habitación.

Me detengo delante del gran silencio del piano y lo pronuncio.
Lo pronuncio delante de una pintura que representa el mar.
Marco su ritmo sobre un estante vacío.

Me oigo pronunciándolo.
Después lo pronuncio sin oírme.
Después lo oigo sin pronunciarlo.

Y cuando el perro levanta la mirada hacia mí,
me arrodillo en el suelo
y lo susurro junto a cada una de sus largas y blancas orejas.

Es ese acerca de la campana de una tonelada del templo
sobre cuya superficie duerme una polilla.

y cada vez que lo pronuncio siento la insoportable
presión de la polilla
en la superficie de la campana de hierro.

Cuando lo pronuncio junto a la ventana,
la campana es el mundo
y yo soy la polilla que descansa allí.

Cuando lo pronuncio ante el espejo,
soy la pesada campana
y la polilla es la vida con sus alas como de papel.

Y más tarde, cuando te lo digo a ti en la oscuridad,
tú eres la campana
y yo soy la espiga que te hace sonar,

y la polilla ha volado
de su verso
y se mueve como una bisagra sobre nuestra cama.

Billy Collins (Nueva York, Estados Unidos, 1941), Sunken Garden, Brad Davis, ed., Wesleyan University Press, Middletown, 2012
Traducción de Jonio González.

Poetry Foundation - The Washington Post - The Poetry Archive - Viceversa - Círculo de Poesía - Proyecto Billy Collins

Foto: Jill Toyoshiba/ Chicago Tribune/ Daily Beast


Japan 

Today I pass the time reading
a favorite haiku,
saying the few words over and over. 

It feels like eating
the same small, perfect grape
again and again.

I walk through the house reciting it
and leave its letters falling
through the air of every room.

I stand by the big silence of the piano and say it.
I say it in front of a painting of the sea.
I tap out its rhythm on an empty shelf.

I listen to myself saying it,
then I say it without listening,
then I hear it without saying it.

And when the dog looks up at me,
I kneel down on the floor
and whisper it into each of his long white ears.

It's the one about the one-ton temple bell
with the moth sleeping on its surface,

and every time I say it, I feel the excruciating
pressure of the moth
on the surface of the iron bell.

When I say it at the window,
the bell is the world
and I am the moth resting there.

When I say it at the mirror,
I am the heavy bell
and the moth is life with its papery wings.

And later, when I say it to you in the dark,
you are the bell,
and I am the tongue of the bell, ringing you,

and the moth has flown
from its line
and moves like a hinge in the air above our bed.

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