Estos árboles no pueden saciarse a menos que de cielo,
Estas piedras no pueden saciarse bajo el paso extranjero,
Y esos hombres no pueden saciarse sino bajo el sol,
Y esos corazones no pueden saciarse sino de justicia.
Este país es tan duro como el silencio,
Aprieta en su seno lozas abrazadas,
Aprieta dentro de la luz sus viñas y sus olivos huérfanos,
Aprieta sus dientes. No hay agua. Solamente luz.
El camino se pierde en la luz.
Metálica es la sombra del vallado.
Estos árboles se han vuelto piedra y los ríos y los
gritos en la cal del sol.
La raíz choca con el mármol.
Robles polvorientos.
Este mulo. Esta roca. Anhelantes. No hay agua.
Todos tienen sed, desde hace años.
Todos muerden un bocado de cielo sobre su amargura.
Sus ojos son rojos por la vigilia.
Una arruga profunda se alberga entre sus cejas.
Como entre dos colinas, al crepúsculo, un fino ciprés.
Su mano está clavada sobre un fusil.
Su fusil prolonga su mano
Su mano prolonga su alma.
Sobre su labio habita la cólera.
Y la tristeza resplandece en el fondo de sus ojos
Como una estrella en el fondo de una caverna de sal.
Cuando ellos aprietan los puños,
El sol es seguro para el mundo
Cuando ellos sonríen,
Una pequeña golondrina escapa del matorral de su barba,
Cuando ellos duermen,
Doce estrellas caen de sus bolsillos vacíos
Y cuando se los mata,
La vida trepa la pendiente con tambores y banderas.
Desde hace tantos años, todos tienen sed, todos tienen hambre,
todos están muertos.
Sitiados por tierra y por mar
El calor ha devorado sus campos
La sal impregna sus casas
El viento ha echado abajo sus puertas y las tristes lilas de la plaza
La muerte entra y sale por los agujeros de sus uniformes
La lengua tiene la rugosidad de una piña
Sus perros están muertos con sus sombra por mortaja
La lluvia da latigazos a las osamentas.
Petrificados en la espera fuman la bosta y la noche
Escrutando el gran desencadenamiento
Donde se sepulta el mástil quebrado de la luna.
El pan se ha ido, las balas se han ido.
No tienen más que su corazón
Para cargar sus fusiles.
Tantos años asediados por tierra y por mar,
Todos tienen hambre, todos sucumben
Pero algunos de ellos no mueren,
Sus ojos brillan mientras velan
Y brilla una gran bandera
Y brilla un gran fuego rojo,
En cada alborada miles de torcazas vuelan de sus manos hacia
las cuatro puertas del horizonte.
[1966]
Yannis Ritsos (Monemvasía, Grecia, 1909-Atenas, 1990), La Cachimba, n° 10, Rosario, Argentina, 1974
Traducción: Alejandro Pidello, sobre la versión francesa de J. Lacarriere
Nota del Administrador: El poema cuya primera parte se publica aquí alude a la ocupación alemana de Grecia durante la Segunda Guerra Mundial. En el mundo de habla hispana se conoce como "Grecidad" (Ρωμιοσυνη). Pidello lo tituló "Grecite" , más o menos en francés, en una decisión encomiable, pues grecidad suena feo, y no existe, por ahora, en castellano.
Ref.:
A Media Voz
ABC
Drugstore
La Comparecencia Infinita
El Rinoceronte Ilustrado
Trianarts
Foto: Yannis Ritsos sitio oficial
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