viernes, agosto 25, 2017

William Carlos Williams / Paterson, 29













Libro Tres 

Las ciudades, para Oliver, no eran parte de la naturaleza. Apenas si podía sentir, apenas si podía admitir, incluso si se le señalaba, que las ciudades son un segundo cuerpo para la mente humana, un segundo organismo, más racional, permanente y decorativo que el organismo animal de carne y hueso: una obra de arte natural y sin embargo moral, donde el alma coloca los trofeos de sus logros y sus instrumentos de placer.
-El último puritano, Santayana.


La biblioteca
I



Amo el algarrobo
el dulce algarrobo blanco
¿Cuánto?
¿Cuánto?
¿Cuánto cuesta
amar el algarrobo
florecido?

Una fortuna más grande que
la que Avery podría reunir
Tanto
Tanto
el inclinado algarrobo
reverdecido
cuyas hojitas brillantes
en junio
se inclinan entre las flores
dulces y blancas a
un alto costo

                                       Una ráfaga de libros
llevará  la mente a las bibliotecas
en una tarde calurosa, si los libros pueden ser
ráfagas para los sentidos para llevar la mente lejos.

Porque hay un viento o el espíritu de un viento
en todos los libros que son un eco de la vida
allí, un fuerte viento que llena los conductos
del oído hasta que creemos oír un viento,
verdadero     •
que lleva a la mente lejos.

Sacados de las calles arrancamos
el encierro de nuestras mentes y somos absorbidos por
los vientos de los libros, buscando, buscando
en el viento
hasta que no sabemos cuál es el poder del viento sobre nosotros
para llevar la mente lejos

y en la mente crece
un olor, quizás, de flores de algarrobo
cuyo perfume es él mismo un viento que se mueve
para llevar la mente lejos

a través del que, debajo de la catarata
que pronto estará seca
el río se arremolina y se amontona
cuando se lo recuerda por primera vez.

Agotados de vagar por las calles
inútiles en estos meses, con los rostros inclinados contra
él, como tréboles al anochecer, algo
lo ha regresado a su propia
mente    •

en la que una catarata invisible
tropieza y se levanta
y vuelve a tropezar –y no cesa, cayendo
y vuelve a tropezar con un estruendo, una reverberación
no de las cataratas sino de su rumor
incesante

Cosa bella,
paloma mía, inútil, y todos los que son llevados por el viento,
tocados por el fuego
e inútiles,


un estruendo que (insonoro) ahoga el sentido
con su reiteración
negándose a quedarse en su cama
y dormir y dormir, dormir
en su cama oscura.

¡Verano! es verano     •
-y el estruendo en su mente continúa
Incesante

El último lobo fue muerto cerca de Weisse Huis en el año 1723

Los libros dan a veces un respiro contra
el estruendo del agua cayendo
y rectificándose para volver a caer inundando
la mente con su reverberación
sacudiendo la piedra.

¡Soplen! Que así sea. ¡Derriben! Que así sea. ¡Consuman
y sumerjan! Que así sea. Ciclón, fuego,
e inundación. Que así sea. Infierno, New Jersey, decía
en la carta. Entregada sin comentarios.
¡Que así sea!

Huye de ello, si quieres. Que así sea.
(Vientos que nos envuelven en sus pliegues-
o ningún viento). Que así sea. Tira de las puertas, en una tarde
calurosa, puertas que el viento sujeta, arranca
de nuestros brazos –y manos. Que así sea. La biblioteca
es el santuario de nuestros temores. Que así sea. Que así sea.
–el viento que nos ha pisoteado, que nos ha
empujado, lascivo o tras la lascivia de nuestro miedos
–risa que se apaga. Que así sea.

Sentarse sin aliento
o todavía sin aliento. Que así sea. Después, aliviados
regresar a la tarea. Que así sea      :

Viejos archivos de periódico
para encontrar –un niño quemado en un campo,
sin lenguaje. Tratando, en llamas, de arrastrarse bajo
la cerca para ir a casa. Que así sea. Otros dos,
niño y niña, abrazándose
(abrazados también por el agua) Que así sea. Ahogados
sin palabras en el canal. Que así sea. El Club de Cricket
de Paterson, 1896. Una mujer activista. Que
así sea. Dos millonarios locales –se fueron.
Que así sea. Otro refugio indio de roca
encontrado –un punzón de hueso. Que así sea. Las
antiguas obras Ferroviarias Rogers. Que así sea.
Protégenos de la soledad. Que así sea. La mente
vacila, retoma, maravillada por la lectura     •
Que así sea.


Él se  da vuelta: sobre su hombro derecho
un difuso contorno, hablando     •

¡Con cuidado! ¡Con cuidado!
como en todas las cosas un contrario
que despierta
la furia, concibiendo 
la sabiduría
por medio de la desesperación que no tiene
lugar
para descansar su brillante cabeza-

Salva sólo -¡pero no a solas!
nunca, ¡si a solas fuera
posible! ¡escapar del reconocido
cadalso
y birrete académico!    •

También el “Castillo” será arrasado. Que así sea. Por ninguna
otra razón que la de estar ahí, in-
comprensible, ¡INÚTIL! Que así sea. Que así sea.

Lambert, el pobre chico inglés,
el inmigrante, que lo construyó
fue el primero
en oponerse a los sindicatos:

Esta es MI tienda. Me reservo el derecho (y lo hizo)
de caminar por las filas (entre sus telares) y
despedir a cualquier hijo de puta que yo elija sin más excusa
ni motivo que el que no me gusta su cara.

Rose y yo no nos conocíamos cuando ambos fuimos a la huelga de Paterson cerca de la primera guerra y trabajamos en el Desfile. Ella iba con regularidad a llevarle comida a Jack Reed a la cárcel y yo escuchaba al gran Bill Haywood, Gurley Flynn  y a todos los buenos corazones restantes y solidarios en el Union Hall. Y mira ahora este desastre.

Lo humillaron a conciencia    •

-el mismo chico, un Limey,
con su cabeza llena de castillos, de giros de esa
seca dialéctica (mientras duró), se construyó un
Balmoral  sobre el lodo de la inundación, la ladera de piedra que
rodea la erupción volcánica de la “Montaña”

-algunas de las ventanas
de la casa principal iluminadas por láminas traslúcidas
de piedras lisas (su primera esposa
las admiraba) lejos el detalle más auténtico
del lugar; al menos el mejor
que se podría encontrar allí y el mejor artefacto    •

La provincia del poema es el mundo.
Cuando sale el sol, sale en el poema
y cuando se pone y cae la oscuridad
y el poema es oscuro      •

y las lámparas se encienden, los gatos merodean y los hombres
leen, leen –o murmuran y observan
aquello que las pequeñas luces muestran
u ocultan o sus manos buscan

en la oscuridad. El poema los conmueve o
no los conmueve.   Faitoute, sus oídos
suenan    •     sin sonido    •       sin gran ciudad,
mientras parece leer  -

un estruendo de libros
de la difícil biblioteca lo oprime
hasta que
su mente comienza a dejarse llevar     •

William Carlos Williams (Rutherford, Estados Unidos, 1883-1963), Paterson, New Directions, New York, 1963
Versión © Silvia Camerotto


Book Three

Cities, for Oliver, were not a part of nature. He could hardly feel, he could hardly admit even when it was pointed out to him, that cities are a second body for the human mind, a second organism, more rational, permanent and decorative than the animal organism of flesh and bone: a work of natural yet moral art, where the soul sets up her trophies of action and instruments of pleasure. 
The Last Puritan. Santayana. 

The Library I

I love the locust tree 
the sweet white locust 
How much? 
How much? 
How much does it cost 
to love the locust tree 
in bloom? 

A fortune bigger than 
Avery could muster 
So much 
So much 
the shelving green 
locust 
whose bright small leaves 
in June 
lean among flowers 
sweet and white at 
heavy cost 

A cool of books 
will sometimes lead the mind to libraries 
of a hot afternoon, if books can be found 
cool to the sense to lead the mind away. 

For there is a wind or ghost of a wind 
in all books echoing the life 
there, a high wind that fills the tubes 
of the ear until we think we hear a wind, 
actual              •
to lead the mind away

Drawn from the streets we break off 
our minds' seclusion and are taken up by 
the books' winds, seeking, seeking 
down the wind 
until we are unaware which is the wind and 
which the wind's power over us 
to lead the mind away 

and there grows in the mind 
a scent, it may be, of locust blossoms 
whose perfume is itself a wind moving 
to lead the mind away 

through which, below the cataract 
soon to be dry 
the river whirls and eddys 
first recollected. 

Spent from wandering the useless 
streets these months, faces folded against 
him like clover at nightfall, something 
has brought him back to his own 

mind • 

in which a falls unseen 
tumbles and rights itself 
and refalls— and does not cease, falling 
and refalling with a roar, a reverberation 
not of the falls but of its rumor 

unabated 

Beautiful thing, 
my dove, unable and all who are windblown, 
touched by the fire 
and unable, 



a roar that (soundless) drowns the sense 
with its reiteration 

unwilling to lie in its bed 
and sleep and sleep, sleep 
in its dark bed. 

Summer! it is summer •
— and still the roar in his mind is 
unabated 

The last wolf was killed near the Weisse Huis in the year 1723 

Books will give rest sometimes against 
the uproar of water falling 
and righting itself to refall filling 
the mind with its reverberation 
shaking stone. 

Blow! So be it. Bring down! So be it. Consume 
and submerge! So be it. Cyclone, fire 
and flood. So be it. Hell, New Jersey, it said 
on the letter. Delivered without comment. 
So be it! 
Run from it, if you will. So be it, 
(Winds that enshroud us in their folds — 
or no wind). So be it. Pull at the doors, of a hot 
afternoon, doors that the wind holds, wrenches 
from our arms — and hands. So be it. The Library 
is sanctuary to our fears. So be it. So be it. 
— the wind that has tripped us, pressed upon 
us, prurient or upon the prurience of our fears 
— laughter fading. So be it. 
Sit breathless 
or still breathless. So be it. Then, eased 
turn to the task. So be it :

Old newspaper flies, 
to find — a child burned in a field, 
no language. Tried, aflame, to crawl under 
a fence to go home. So be it. Two others, 
boy and girl, clasped in each others' arms 
(clasped also by the water) So be it. Drowned 
wordless in the canal. So be it. The Paterson 
Cricket Club, 1896. A woman lobbyist. So 
be it. Two local millionaires — moved away. 
So be it. Another Indian rock shelter 
found — a bone awl. So be it. The 
old Rogers Locomotive Works. So be it. 
Shield us from loneliness. So be it. The mind 
reels, starts back amazed from the reading • 
So be it. 

He turns: over his right shoulder 
a vague outline, speaking    •

Gently!          Gently! 
as in all things an opposite 

that awakes 
the fury, conceiving 
knowledge 
by way of despair that has 
no place 
to lay its glossy head — 

Save only — not alone! 
Never, if possible 
alone! to escape the accepted 
chopping block 
and a square hat ! • 

The "Castle" too to be razed. So be it. For no 
reason other than that it is there y in- 
comprehensible; of no USE! So be it. So be it. 

Lambert, the poor English boy, 
the immigrant, who built it 
was the first 
to oppose the unions: 

This is MY shop. I reserve the right (and he did) 
to walk down the row (between his looms) and 
fire any son-of-a-bitch I choose without excuse 
or reason more than that I don't like his face. 

Rose and I didn't know each other when we both went to the 
Paterson strike around the first war and worked in the Pagent. She 
went regularly to feed Jack Reed in jail and I listened to Big Bill 
Haywood, Gurley Flynn and the rest of the big hearts and helping 
hands in Union Hall. And look at the damned thing now. 

They broke him all right     •

--the" old boy himself, a Limey, 
his head full of castles, the pivots of that 
curt dialectic (while it lasted), built himself a 
Balmoral on the alluvial silt, the rock-fall skirt- 
ing the volcanic upthrust of the "Mountain" 

-some of the windows
of the main house illuminated by translucent 
laminae of planed pebbles (his first wife 
admired them) by far the most authentic detail 
of the place; at least the best 
to be had there and the best artifact    •

The province of the poem is the world. 
When the sun rises, it rises in the poem 
and when it sets darkness comes down 
and the poem is dark        •

— some of the windows 
and lamps arc lit, cats prowl and men 
read, read — or mumble and stare 
at that which their small lights distinguish 
or obscure or their hands search out 

in the dark. The poem moves them or 
it does not move them.          Faitoute, his ears 
ringing . no sound . no great city, 
as he seems to read — 

a roar of books 
from the wadded library oppresses him 
until 
his mind begins to drift 


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