jueves, agosto 31, 2017

Ricardo Molinari / Dos poemas














De Hostería de la rosa y el clavel

I

No sé si cantando se seca el viento
o la voz pierde su humedad. Cuando pienses
que nadie entiende nada, y por qué vuelvo al sur;
y que hay personas que miran la poesía
como un tiempo perdido, igual que a una barga griega.
(Si ellos vieran la sombra debajo de un farol mutilándose
como una ballesta, y a cada uno de nosotros
en su lucha
por salvarse del odio.)

Mañana cuando vuelva el aire
a cernirse sobre las flores, sobre las altas paredes
que custodian el mundo,
y los ángeles regresen cansados a sus árboles;
cuando el horizonte cante debajo del cielo
y haya hombres que bailen alegres, juntando los brazos
     vertiginosos,
y las aves del mar se quejen y vuelen alrededor de los mástiles,
yo pensaré: oh, mi hogar del sur, al oeste de un gran río,
y gozaré memorias agradables. -Alguna vez,
el olvido correrá sobre el mar,
y mi tierra irá callada hacia la otra tierra sin esperanza,
y yo no sé si seré feliz.
Quien no haya oído nunca el viento lamentarse en el hielo,
no sabe lo que es el recuerdo. Yo tengo los labios
húmedos de mirar por una ventana.
El olvido debe ser igual a la pampa;
así como un paseo concluido o una cabellera
que ha quedado reposando sobre el polvo.
Una rama de naranjas tiene el día, su color,
para el que pierde el aliento:
¡quién me pintará a mí una rosa en la más densa y
     alta obscuridad!
Espada, fresnos, montes de agua, mi soledad es tan
     parecida al frío del cielo,
que ya no tengo sed. (Mañana podría cambiar todo:
     la gimnasia. Vivir.
¡Si uno pudiera vivir de nuevo un día pleno, sin personas!)
Yo tengo un gran deseo en la garganta
-nostalgia o viento-
clamor que se endurece: ser otro ser,
playa que no quiere ser mirada.
¡Víspera sin memoria,
luna sin agua!

(1933)

Mundos de la madrugada [1927-1991], Antología poética, Huerga y Fierro, Madrid, 2003



De "Homenaje"

Jorge M. Furt, Elegías

II

Ya se fueron los años y los esfuerzos. La vida abierta
     y pasada. Los cielos borrosos,
las flores. Los amigos. Ahora todo es menudo,
separado, como la imagen movediza de las pequeñas
     nubes en los ojos.

Pienso en él -apresurado- todo un día; quiero acomodar
     a la ausencia, el sentimiento, mi capacidad
para esta noticia despiadada e interminable.
Vino hacia las casas desde la ciudad, reacio al zarandeo,
     la asepsia, a las preguntas y la gente,
a sus cuartos antiguos, en los que a veces
se oye deslizar por las paredes una fina arenilla
     rumorosa que no se encuentra.
Todo lo habrá aguardado, ese mundo que toleraba,
tanto fantasma, pasos y presencias. Ruidos,
trotes y luces aparecidas.

Qué voluntad de llover este febrero, desde su cama
     oiría a la perrada sacudirse del agua, inquieta.
Y toda esa eternidad, allí, lo miraría como asomada
     a un estanque. Y él, quieto y terminado.

Y alguien habrá venido, empapado y mirándose las uñas,
para abrir las dos tranqueras al campo de "Los Talas".
Y el camino tan suyo, alambrados, pastizales, y las
     flores azules de los cardos, y algún chimango,
¡cómo lo habrán mirado!

Aquí, en mi morada, lo recuerdo largo y en silencio.
La tarde lluviosa entra de golpe en la noche y siento
     frío y abandono.

La escudilla, Emecé, Buenos Aires, 1973

Ricardo Molinari (Buenos Aires, 1898-1996)

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