En el verano del dos mil tres
todo se secó silenciosamente.
Un maravilloso azul apuntaba
sobre nosotros como un arma radiante
oprimía los pies contra el suelo, rociaba
de cal las paredes, penetraba, sin
siquiera un gota de lluvia
-ni a la noche dentro de nuestros ojos desorbitados.
Del tronco del manzano goteaba pez negra
y en febrero fue preciso cortarlo.
La higuera se salvó poniéndose al revés
el sediento vestido leve de sus hojas
y en julio recogimos higos secos
de la tierra, como en Navidad.
La sequía se llevó también dos durazneros
que se habían unido uno al otro
a espaldas de todo, en un solo árbol de fuego.
“El 1° de mayo de aquel 1789, bajé al jardín
al alba, para ver en qué estado se encontraba
después de aquel terrible invierno en que el
termómetro había bajado, el 31 de diciembre, a 19
grados bajo cero.” Bernardin de Saint-Pierre
En el campo fui hacia
las rosas silvestres en el cerco
el lirio hediondo, las amapolas
los jazmines blancos, y después
los repollos, las alcachofas entre narcisos,
en el naranjo, heridos los ramos
perfumados de los azahares.
Yacía en tierra la hiedra floja
veteada de caracoles muertos
y sin embargo, escribiría Bernardin
no todo había sido muerto
por la terrible severidad de aquel invierno.
Todavía, en florido estilo, su jardín
gozaba de tardías pero robustas violetas
promesas de fresas y de prímulas, renacientes
hileras, huellas de savia en los perales.
Y ciertamente las vides comenzaban
ya a dar sus tímidos brotes.
Biancamaria Frabota (Roma, 1946-2022), "Los nuevos climas", Por manos mortales, Gog y Magog, Buenos Aires, 2020
Versiones de Jorge Aulicino
Mäs poemas de Biancamaria Frabotta en Otra Iglesia Es Imposible, Op. Cit., Eterna Cadencia, De Sibilas y Pitias, Festival de Poesía de Medellín, Círculo de Poesía
Nell’estate del duemila e tre
tutto si prosciugò silenziosamente.
Un meraviglioso azzurro puntato
su di noi come un’arma radiosa
premeva i piedi sul suolo, spruzzava
di calce le pareti, entrava, senza
nemmeno una goccia di pioggia
anche di notte
dentro i nostri occhi spalancati.
Dal tronco del melo colava pece nera
e a febbraio bisognò abbatterlo intero.
Il fico si salvò scrollandosi di dosso
la veste lieve delle foglie assetate
e a luglio cogliemmo fichi secchi
da terra, come fosse Natale.
La siccità portò via anche due peschi
che si erano avviticchiati l’uno all’altro
all’insaputa di tutti, in un solo albero da fuoco
Il 1° maggio di quel 1789, scesi in giardino
all’alba, per vedere lo stato in cui si trovava
dopo quel terribile inverno in cui il termometro
era sceso, il 31 dicembre, fino a 19 gradi
sotto zero.” Bernardin de Saint-Pierre
Entrando nel campo cercai
le roselline selvatiche nella rete
gli iris infestanti, i papaveri
i gelsomini bianchi e dopo,
i cavoli, i carciofi fra i narcisi,
sull’arancio ferito i grappoli
profumati della zagara.
In terra giaceva l’edera vizza
screziata di morte lumache
eppure, scriveva Bernardin
non tutto era stato ucciso
dalla terribile severità di quell’inverno.
Ancora, in stile fiorito, il suo giardino
godeva di tardive, ma robuste violette
promesse di fragole e primule, risalenti
filari e tracce di linfa nei peri.
In verità le viti cominciavano
appena ad aprire i germogli.
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Foto: La Repubblica
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