De aquella mesita en la cafetería
Donde en los mediodías de invierno brillaba un jardín de
escarcha,
He quedado yo solo.
Podría entrar allí, si lo quisiera,
Y golpeando con los dedos en un vacío helado
Evocar las sombras.
Con incredulidad toco el mármol frío,
Con incredulidad toco mi propia mano:
Esto - es y yo soy en la historia que acontece,
Y ellos ya están cerrados por los siglos de los siglos
En su última palabra, en su última mirada.
Y lejanos como el emperador Valentiniano,
Como los jefes de los masagetas de quienes nada se sabe
Aunque apenas un año, dos o tres años pasaron.
Puedo ser todavía leñador en los bosques del norte lejano,
Puedo pronunciar un discurso desde la tribuna o rodar una
película
Con métodos que ellos desconocían.
Puedo experimentar el sabor de frutas de las islas del
océano
Y tener mi fotografía en el traje de la segunda mitad del
siglo.
Y ellos ya para siempre como los bustos en chorreras y
fraques
Del monstruoso Larousse.
Pero a veces, cuando el resplandor crepuscular colorea los
techos de la calle pobre
Y fijo mi mirada en el cielo, veo allí, entre las nubes,
La mesita bamboleándose. El mesero da vueltas con la
bandeja
Y ellos me miran soltando carcajadas.
Porque yo no sé todavía cómo se muere por la mano cruel
del hombre.
Ellos saben, ellos bien lo saben.
Czesław Miłosz (Szetejnie, Lituania, 1911-Cracovia, Polonia, 2004), Czeslaw Milosz, selección, traducción y nota introductoria de Jan Zych, Material de Lectura n° 108, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), 2011
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Foto: The Paris Review
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