martes, junio 01, 2021

Salvatore Quasimodo / Al padre

















Donde sobre las aguas violáceas
se hallaba Mesina, entre cables rotos
y escombros, caminas a lo largo de los rieles
y agujas con tu gorro de gallo
isleño. El terremoto hierve
desde hace tres días, es un diciembre de huracanes
y mar envenenado. Nuestras noches caen
en los vagones de mercancías y nosotros, ganado infantil,
contamos sueños polvorientos con los muertos
destrozados por los hierros, mordisqueando almendras
y ristras de manzanas secas. La ciencia
del dolor puso verdad y hojas de cuchillos
en los juegos de las llanuras de malaria
amarilla y calentura inflamada de fango.

Tu paciencia
triste, delicada, nos robó el miedo,
lección fue en días unidos a la muerte
traicionada, el oprobio de los ladrones
atrapados entre escombros y ajusticiados en la oscuridad
por la fusilería de los desembarcos, cuenta
de números bajos que volvía a ser exacta,
central, un balance de vida futura.

Subía y bajaba tu gorro para el sol
por el poco espacio que siempre te concedieron,
y he llevado tu nombre
un poco más allá del odio y de la envidia.
Aquel color rojo sobre tu cabeza era una mitra,
una corona con alas de aguila.
Y ahora, en el águila de tus noventa años,
he querido hablar contigo, con tus señales
de partida coloreadas por el farol
nocturno, y aquí desde una rueda 
imperfecta del mundo,
sobre una inundación de muros cerrados,
lejos de los jazmines de Arabia,
entre los que aún tú estás, para decirte
lo que en tiempos no pude -difícil afinidad
de pensamientos- para decirte, y no nos escuchan sólo
cigarras del Biviere, agaves y lentiscos,
como el campesino dice a su patrón:
"Beso tus manos".* Nada más esto.
Oscuramente fuerte es la vida.

* En el original, expresión en dialecto siciliano (N. del T.)

[La terra impareggiabile, 1958]

Salvatore Quasimodo (Módica, Italia, 1901-Amalfi, Italia, 1968), Plegaria, traducción de Antonio Colinas, selección de Minerva Margarita Villarreal, El Oro de los Tigres V, Universidad de Nuevo León, México, 2015


Foto: Salvatore Quasimodo, Piazza della Signoria, Florencia, Italia, 1962 Walter Mori/Mondadori/Getty Images


Al padre

Dove sull’acque viola
era Messina, tra fili spezzati
e macerie tu vai lungo binari
e scambi col tuo berretto di gallo
isolano. Il terremoto ribolle
da due giorni, è dicembre d’uragani
e mare avvelenato. Le nostre notti cadono
nei carri merci e noi bestiame infantile
contiamo sogni polverosi con i morti
sfondati dai ferri, mordendo mandorle
e mele dissecate a ghirlanda. La scienza
del dolore mise verità e lame
nei giochi dei bassopiani di malaria
gialla e terzana gonfia di fango.

La tua pazienza
triste, delicata, ci rubò la paura,
fu lezione di giorni uniti alla morte
tradita, al vilipendio dei ladroni
presi fra i rottami e giustiziati al buio
dalla fucileria degli sbarchi, un conto
di numeri bassi che tornava esatto
concentrico, un bilancio di vita futura.

Il tuo berretto di sole andava su e giù
nel poco spazio che sempre ti hanno dato.
Anche a me misurarono ogni cosa,
e ho portato il tuo nome
un po’ più in là dell’odio e dell’invidia.
Quel rosso del tuo capo era una mitria,
una corona con le ali d’aquila.
E ora nell’aquila dei tuoi novant’anni
ho voluto parlare con te, coi tuoi segnali
di partenza colorati dalla lanterna
notturna, e qui da una ruota
imperfetta del mondo,
su una piena di muri serrati,
lontano dai gelsomini d’Arabia
dove ancora tu sei, per dirti
ciò che non potevo un tempo – difficile affinità
di pensieri – per dirti, e non ci ascoltano solo
cicale del biviere, agavi lentischi,
come il campiere dice al suo padrone:
‘Baciamu li mani’. Questo, non altro.
Oscuramente forte è la vita.

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