jueves, junio 03, 2021

Friedrich Hölderlin / Pan y vino

















I
Duerme en paz la ciudad; hay luz en la plácida calle,
y, alumbrados con teas, vense los carros pasar.
Al cumplir la diaria faena descansan los hombres;
suerte adversa o feliz juzgan con ánimo alegre
al volver al hogar; ya sin uvas ni flores
y sin dura labor queda el ruidoso mercado.
En lejano jardín liras resuenan; pues quizás
un amante hay en él, o algún hombre que a solas
viejas dichas recuerda de la juventud; y las fuentes
su incesante fluir dan a las eras fragantes.
Lento son en la tarde de viejas campanas resuena,
y el sereno, pendiente de las horas, su número enuncia.
Llega un hálito ahora que agita las ramas del bosque;
¡Ved!, y la imagen fiel de la tierra, la luna,
sigilosa también; y, cargada de estrellas, la noche,
y de sueños, y ajena a los cuidados del mundo,
brilla allá, portentosa y extraña en mitad de las gentes,
sobre las montañas, triste y radiante a la vez.

II

Brinda mágico don la noche excelsa; y ninguno
sabe cuándo ni a quién ha de otorgar su favor.
Muere así el mundo, y muere del hombre el espíritu ansioso.
mas los sabios ignoran lo que dispone, que así
quiérelo el sumo Señor que mucho te ama; por ello
te es más caro el radiante día de sol que la noche.
Pero también ojos claros amar suelen las sombras,
y buscar, por placer, antes de tiempo soñar.
O bien gusta mirar un hombre fiel en la noche;
sí, guirnaldas y cantos dedicársele debe,
pues conságrase al culto de los insanos y muertos,
y ella, empero, por siempre libre su espíritu guarda.
Más también debe a años, en el vaivén de los tiempos,
y en las sombras, porque haya dónde podernos valer,
dar el sacro licor y el olvido darnos también,
y la fluyente palabra, insomne como el amor,
y un colmado de vida audaz, y también
santa memoria, a fin de estar velando en la noche.

III

Fuera vano esconder el corazón en el pecho,
vano el valor guardar; ¿quién osará prohibirnos,
oh aprendices, maestros, esta alegría gozar?
Fuego sagrado a partir, de día y de noche
nos impulsa. ¡Venid! Al aire libre, a buscar,
que algo nuestro nos aguarda, así esté lejos.
Y es así. Ya sea al claro mediodía
o en la profunda noche, hay siempre para todos
medida igual, mas a cada cual le es dado escoger
de dónde venir y a dónde partir, a su guisa.
¡Ea! Burla a la burla puede locura exultante
dar en la noche sagrada súbitamente al cantor;
ven hasta el Istmos pues, donde la mar abierta ruge,
y al Parnaso y la nieve que circunda las rocas de Delfi,
y al Olimpo sagrado, y al Citerón orgulloso,
bajos los pinos y bajo las parras, de donde
Tebas e Ismenos surgen en tierra de Cadmos.
De allí viene y allá torna el dios que ha de venir.

IV

¡Grecia, tierra feliz! Hogar de todo lo empíreo,
¡cuánto en la juventud hemos oído es verdad!
¡Sala real! ¡Tu alfombra es el mar! Y mesas los montes,
hijos del tiempo, a un destino glorioso llamados.
Pero los tronos, ¿dónde? ¿dónde los templos y dónde las crátera?
¿dónde el canto, de néctar pleno, placer de los dioses?
Dónde vierten ogaño su luz las máximas doctas
Delfi duerme. Y el alto destino ¿dónde resuena?
¿A dónde raudo, la varia fortuna moviendo,
hiere los ojos tronando en el aire jovial?
¡Padre Eter! Así de lengua en lengua clamaban
sin cesar, y la vida a solas nadie gustó.
Compartido era el dón, y con gentes extrañas gozado
era un júbilo; el sueño avivar hizo del verbo el poder
Padre, ¡salve! Retiene donde vaya su antiguo
símbolo, de los padres legado, que engendra al herir.
Así llegan los seres del cielo, conmovidos descienden
de las sombras, y van hasta el día del hombre.

V

No advertidos vienen; a ellos los niños se aprietan
y llega clara, muy clara, resplandeciente, a suerte,
y los hombres la evitan; ni un semidiós decir sabe
cuyos los nombres son de los que dádivas brindan.
Pero magnánimos suelen ser; le llenan de júbilo,
y no sabe de qué modo sus bienes usar,
gasta, prodiga y casi puro lo impuro convierte
si, con mano feliz, descuidado lo toca.
Tal los divos consienten apenas; por cierto
vienen a nos, y acostumbran al hombre a la dicha
y a la luz, y a mirar lo revelado, los rostros
de los seres que antaño Único y Todo nombraban,
dando al recóndito pecho libre favor, y por fin
todo afán y deseo colmando.
El hombre es tal; cuando es feliz y el favor lo protege,
hasta de un mismo dios nada sabe y estima;
antes penas sufrió; mas hoy lo que adora ya puede
con palabras llamar que como flores borbotan.

VI

Honorar fervoroso quiere las sacras deidades,
grave y sincero de todas canta el loor.
Nadie mire la luz sin el favor de los altos;
ante el Eter fallidas lucubraciones son vanas.
Dignos para encarar los seres divinos, entonces
surgen en orden gloriosos pueblos que van
uno tras otro, ciudades y templos alzando,
firmes, nobles, que el mar en sus orillas ostenta.
Pero ¿dónde están? ¿Dónde los famosos, la prez de la fiesta?
Atenas y Tebas mústianse; mudos están
en Olimpia los dorados carros de las justas,
y no adornan las guirnaldas las naves corintias.
¿Por qué callan también los sacros viejos teatros?
¿Por qué el júbilo cesa de las hieráticas danzas?
¿Por qué ya no señalan la frente del hombre los dioses,
ya, como antes, su sello no al elegido enaltece?
Otras veces venía, y humana forma tomaba
y al celeste festín daba glorioso final.

VII

Pero tarde, amigo, llegamos. Sí viven los dioses,
pero lejos de nos, arriba y en otra región.
Siempre vivos están, y no parece importarles
si vivimos; así dura es la ley de los divos,
pues no siempre una copa débil podría albergarlos;
el divino esplendor raras veces el hombre disfruta.
Vuestra vida es un sueño de dioses. Pero el extravío
hace fuertes la noche y el dolor, como el sueño.
Mientras héroes haya que férreas cunas arrullen
como antaño, y del mismo sacro vigor de los dioses,
atronando vendrán. En tanto pienso a menudo
fuera mejor que así estar sin compañía, dormir;
Qué decir y qué hacer, y entre tanto esperar,
no lo sé, ni por qué poetas en míseros tiempos.
Porque, dices tú, son sacerdotes del dios de las villas,
que de país en país van en la noche sagrada.


VIII

Pues en tiempo que fue, y ahora es remoto,
vuelo alzaron aquello que la existencia alegraban,
cuando el Padre apartó su eterna faz de los hombres,
y por ello en la tierra hubo luto y pesar;
y surgió celestial, consolador, un manso
genio, para la muerte del día venir a anunciar;
fuese; y como señal de que vino y habrá de volver,
dones divinos del coro santo a los hombres dejó,
que podremos, gozosos, como otra vez disfrutar,
que el espíritu alegre torna lo grande más grande
entre los hombres, y aún falta a los fuertes el máximo
gozo; y hay gratitud empero aún, silenciosa.
Fruto es del suelo el pan, pero la luz lo bendice,
y del tonante dios viene la dicha del vino.
Recordamos así las deidades que antaño
con nosotros vivieron, y habrán de tornar;
y así al dios de las viñas cantan también los poetas,
y no en vano, glorioso, llega al anciano el loor.

IX

¡Sí! Lo saben muy bien: el día y la noche concilia,
guía los astros que el cielo cruzan arriba y abajo,
y feliz, como el siempre vivo follaje del pino,
y la verde corona que quiso fuese de hiedra,
pues él queda, y el rastro de dioses que huyeron
a los hombres sin dioses en sus tinieblas señala.
¡Lo que cantos antiguos de los hijos de dios anunciaron
ved! ¡lo somos, el fruto de las Hespérides somos!
Milagroso y exacto todo en los hombres se cumple,
¡créalo quien lo vió! Mas muchas cosas en vano
pasan, que sólo somos sombras inertes, en tanto
sea nuestro y de todos Éter, el Padre sagrado.
Hasta las sombras ved, portando teas, el máximo
hijo, el Sirio, llega y va a descender.
Venlo sabios felices; el alma cautiva
sonríe con luz que sus ojos deshiela.
Suavemente en los brazos de la tierra dormita el Titán,
liba y duerme hasta el mismo Cancerbero envidioso.

[1801]

Friedrich Hölderlin (Lauffen am Neckarm, Alemania, 1770-Tubinga, Alemania, 1843), Revista de la Universidad Nacional de Colombia, n° 5, septiembre de 1970
Versión de Otto De Greiff


Ilustración: Dibujo probablemente realizado por un compañero de colegio de Friedrich Hölderlin y coloreado posteriormente (detalle). Al pie del papel se lee "1786" Poems of Friedrich Hölderlin/Württembergische Landesbibliothek Stuttgart



Brot und Wein

An Heinze

1
 
Rings um ruhet die Stadt; still wird die erleuchtete Gasse,
Und, mit Fackeln geschmückt, rauschen die Wagen hinweg.
Satt gehn heim von Freuden des Tags zu ruhen die Menschen,
Und Gewinn und Verlust wäget ein sinniges Haupt
Wohlzufrieden zu Haus; leer steht von Trauben und Blumen,
Und von Werken der Hand ruht der geschäftige Markt.
Aber das Saitenspiel tönt fern aus Gärten; vielleicht, daß
Dort ein Liebendes spielt oder ein einsamer Mann
Ferner Freunde gedenkt und der Jugendzeit; und die Brunnen
Immerquillend und frisch rauschen an duftendem Beet.
Still in dämmriger Luft ertönen geläutete Glocken,
Und der Stunden gedenk rufet ein Wächter die Zahl.
Jetzt auch kommet ein Wehn und regt die Gipfel des Hains auf,
Sieh! und das Schattenbild unserer Erde, der Mond,
Kommet geheim nun auch; die Schwärmerische, die Nacht kommt,
Voll mit Sternen und wohl wenig bekümmert um uns,
Glänzt die Erstaunende dort, die Fremdlingin unter den Menschen,
Über Gebirgeshöhn traurig und prächtig herauf.

2

Wunderbar ist die Gunst der Hocherhabnen und niemand
Weiß, von wannen und was einem geschiehet von ihr.
So bewegt sie die Welt und die hoffende Seele der Menschen,
Selbst kein Weiser versteht, was sie bereitet, denn so
Will es der oberste Gott, der sehr dich liebet, und darum
Ist noch lieber, wie sie, dir der besonnene Tag.
Aber zuweilen liebt auch klares Auge den Schatten
Und versuchet zu Lust, eh es die Not ist, den Schlaf,
Oder es blickt auch gern ein treuer Mann in die Nacht hin,
Ja, es ziemet sich, ihr Kränze zu weihn und Gesang,
Weil den Irrenden sie geheiliget ist und den Toten,
Selber aber besteht, ewig, in freiestem Geist.
Aber sie muß uns auch, daß in der zaudernden Weile,
Daß im Finstern für uns einiges Haltbare sei,
Uns die Vergessenheit und das Heiligtrunkene gönnen,
Gönnen das strömende Wort, das, wie die Liebenden, sei,
Schlummerlos, und vollern Pokal und kühneres Leben,
Heilig Gedächtnis auch, wachend zu bleiben bei Nacht.

3

Auch verbergen umsonst das Herz im Busen, umsonst nur
Halten den Mut noch wir, Meister und Knaben, denn wer
Möcht es hindern und wer möcht uns die Freude verbieten?
Göttliches Feuer auch treibet, bei Tag und bei Nacht,
Aufzubrechen. So komm! daß wir das Offene schauen,
Daß ein Eigenes wir suchen, so weit es auch ist.
Fest bleibt Eins; es sei um Mittag oder es gehe
Bis in die Mitternacht, immer bestehet ein Maß,
Allen gemein, doch jeglichem auch ist eignes beschieden,
Dahin gehet und kommt jeder, wohin er es kann.
Drum! und spotten des Spotts mag gern frohlockender Wahnsinn,
Wenn er in heiliger Nacht plötzlich die Sänger ergreift.
Drum an den Isthmos komm! dorthin, wo das offene Meer rauscht
Am Parnaß und der Schnee delphische Felsen umglänzt,
Dort ins Land des Olymps, dort auf die Höhe Cithärons,
Unter die Fichten dort, unter die Trauben, von wo
Thebe drunten und Ismenos rauscht im Lande des Kadmos,
Dorther kommt und zurück deutet der kommende Gott.

4

Seliges Griechenland! du Haus der Himmlischen alle,
Also ist wahr, was einst wir in der Jugend gehört?
Festlicher Saal! der Boden ist Meer! und Tische die Berge,
Wahrlich zu einzigem Brauche vor alters gebaut!
Aber die Thronen, wo? die Tempel, und wo die Gefäße,
Wo mit Nektar gefüllt, Göttern zu Lust der Gesang?
Wo, wo leuchten sie denn, die fernhintreffenden Sprüche?
Delphi schlummert und wo tönet das große Geschick?
Wo ist das schnelle? wo brichts, allgegenwärtigen Glücks voll,
Donnernd aus heiterer Luft über die Augen herein?
Vater Aether! so riefs und flog von Zunge zu Zunge
Tausendfach, es ertrug keiner das Leben allein;
Ausgeteilet erfreut solch Gut und getauschet, mit Fremden,
Wirds ein Jubel, es wächst schlafend des Wortes Gewalt:
Vater! heiter! und hallt, so weit es gehet, das uralt
Zeichen, von Eltern geerbt, treffend und schaffend hinab.
Denn so kehren die Himmlischen ein, tiefschütternd gelangt so
Aus den Schatten herab unter die Menschen ihr Tag.

5

Unempfunden kommen sie erst, es streben entgegen
Ihnen die Kinder, zu hell kommet, zu blendend das Glück,
Und es scheut sie der Mensch, kaum weiß zu sagen ein Halbgott,
Wer mit Namen sie sind, die mit den Gaben ihm nahn.
Aber der Mut von ihnen ist groß, es füllen das Herz ihm
Ihre Freuden und kaum weiß er zu brauchen das Gut,
Schafft, verschwendet und fast ward ihm Unheiliges heilig,
Das er mit segnender Hand törig und gütig berührt.
Möglichst dulden die Himmlischen dies; dann aber in Wahrheit
Kommen sie selbst und gewohnt werden die Menschen des Glücks
Und des Tags und zu schaun die Offenbaren, das Antlitz
Derer, welche, schon längst Eines und Alles genannt,
Tief die verschwiegene Brust mit freier Genüge gefüllet,
Und zuerst und allein alles Verlangen beglückt;
So ist der Mensch; wenn da ist das Gut, und es sorget mit Gaben
Selber ein Gott für ihn, kennet und sieht er es nicht.
Tragen muß er, zuvor; nun aber nennt er sein Liebstes,
Nun, nun müssen dafür Worte, wie Blumen, entstehn.

6

Und nun denkt er zu ehren in Ernst die seligen Götter,
Wirklich und wahrhaft muß alles verkünden ihr Lob.
Nichts darf schauen das Licht, was nicht den Hohen gefället,
Vor den Aether gebührt Müßigversuchendes nicht.
Drum in der Gegenwart der Himmlischen würdig zu stehen,
Richten in herrlichen Ordnungen Völker sich auf
Untereinander und baun die schönen Tempel und Städte
Fest und edel, sie gehn über Gestaden empor –
Aber wo sind sie? wo blühn die Bekannten, die Kronen des Festes?
Thebe welkt und Athen; rauschen die Waffen nicht mehr
In Olympia, nicht die goldnen Wagen des Kampfspiels,
Und bekränzen sich denn nimmer die Schiffe Korinths?
Warum schweigen auch sie, die alten heilgen Theater?
Warum freuet sich denn nicht der geweihete Tanz?
Warum zeichnet, wie sonst, die Stirne des Mannes ein Gott nicht,
Drückt den Stempel, wie sonst, nicht dem Getroffenen auf?
Oder er kam auch selbst und nahm des Menschen Gestalt an
Und vollendet' und schloß tröstend das himmlische Fest.

7

Aber Freund! wir kommen zu spät. Zwar leben die Götter,
Aber über dem Haupt droben in anderer Welt.
Endlos wirken sie da und scheinens wenig zu achten,
Ob wir leben, so sehr schonen die Himmlischen uns.
Denn nicht immer vermag ein schwaches Gefäß sie zu fassen,
Nur zu Zeiten erträgt göttliche Fülle der Mensch.
Traum von ihnen ist drauf das Leben. Aber das Irrsal
Hilft, wie Schlummer, und stark machet die Not und die Nacht,
Bis daß Helden genug in der ehernen Wiege gewachsen,
Herzen an Kraft, wie sonst, ähnlich den Himmlischen sind.
Donnernd kommen sie drauf. Indessen dünket mir öfters
Besser zu schlafen, wie so ohne Genossen zu sein,
So zu harren, und was zu tun indes und zu sagen,
Weiß ich nicht, und wozu Dichter in dürftiger Zeit.
Aber sie sind, sagst du, wie des Weingotts heilige Priester,
Welche von Lande zu Land zogen in heiliger Nacht.

8

Nämlich, als vor einiger Zeit, uns dünket sie lange,
Aufwärts stiegen sie all, welche das Leben beglückt,
Als der Vater gewandt sein Angesicht von den Menschen,
Und das Trauern mit Recht über der Erde begann,
Als erschienen zuletzt ein stiller Genius, himmlisch
Tröstend, welcher des Tags Ende verkündet' und schwand,
Ließ zum Zeichen, daß einst er da gewesen und wieder
Käme, der himmlische Chor einige Gaben zurück,
Derer menschlich, wie sonst, wir uns zu freuen vermöchten,
Denn zur Freude, mit Geist, wurde das Größre zu groß
Unter den Menschen und noch, noch fehlen die Starken zu höchsten
Freuden, aber es lebt stille noch einiger Dank.
Brot ist der Erde Frucht, doch ists vom Lichte gesegnet,
Und vom donnernden Gott kommet die Freude des Weins.
Darum denken wir auch dabei der Himmlischen, die sonst
Da gewesen und die kehren in richtiger Zeit,
Darum singen sie auch mit Ernst, die Sänger, den Weingott
Und nicht eitel erdacht tönet dem Alten das Lob.

9

Ja! sie sagen mit Recht, er söhne den Tag mit der Nacht aus,
Führe des Himmels Gestirn ewig hinunter, hinauf,
Allzeit froh, wie das Laub der immergrünenden Fichte,
Das er liebt, und der Kranz, den er von Efeu gewählt,
Weil er bleibet und selbst die Spur der entflohenen Götter
Götterlosen hinab unter das Finstere bringt.
Was der Alten Gesang von Kindern Gottes geweissagt,
Siehe! wir sind es, wir; Frucht von Hesperien ists!
Wunderbar und genau ists als an Menschen erfüllet,
Glaube, wer es geprüft! aber so vieles geschieht,
Keines wirket, denn wir sind herzlos, Schatten, bis unser
Vater Aether erkannt jeden und allen gehört.
Aber indessen kommt als Fackelschwinger des Höchsten
Sohn, der Syrier, unter die Schatten herab.
Selige Weise sehns; ein Lächeln aus der gefangnen
Seele leuchtet, dem Licht tauet ihr Auge noch auf.
Sanfter träumet und schläft in Armen der Erde der Titan,
Selbst der neidische, selbst Cerberus trinket und schläft.

Friedrich Hölderlin: Sämtliche Werke. 6 Bände, Band 2, Stuttgart 1953
(Friedrich Hölderlin: Obras completas6 volúmenes, Volumen 2, Stuttgart 1953)

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