18-
la pared desnuda de una choza de adobe.
horcones. una casa, alega mi padre. de otrora,
de afuera. fijate si empleás un canto venerable,
adecentado, enfrente de tu hilera de teclas negras.
o la extrañeza. para la postal revisionista de los fogones.
fogatas, dirías vos. datos
biográficos, listas de tus obras, pa, tus jornales.
solicitaría un plus de sentido. preferimos
la limeta. señala la boca del subte:
acá empezaba el zanjeo.
23-
no usaban gabardinas ni zapatos de gamuza,
mi padre y sus compañeros de obra. nunca
profesaron afición por la caza, la pesca, el docto
humanismo, ni se ausentaron los fines de semana
para realizar otras acciones tenaces. venían del campo,
de afuera, de ranchos tapiados e incendiados.
paleaban. sin desechar la proposición de un trago dentro
de sí. acaso tuviesen un plan para sus vidas.
mientras estuviesen juntos, iban a ser compañeros
para siempre. sin doblar la frente ante la patronal.
del lado de la lluvia, de la música verbal del sectario.
hablaban cuando era su turno. cuando había
que hablar, no después. los matarían o algo peor
[dos versos tachados] solos con sus banderas.
25-
pedíamos vino y carne asada, en liniers,
de pie, bajo la general paz. casi la única
serenidad feliz del día. muy cansados
o perdidos. perfectamente obreros del gremio
de la construcción. ¿cuánto hace de eso,
cuándo dejó de ser una excusa hermosa?
¿era nuestra misión en la tierra? padre
me pasó el brazo sobre los hombros,
como si tuviese que defenderme.
en la tarde de la que hablo lloviznaba.
Alberto Cisnero (La Matanza, Argentina, 1975), Los dados de la muerte, edita Barnacle, Buenos Aires
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