domingo, julio 21, 2019

Cesare Pavese / Revuelta















Aquel muerto fue tumbado y no mira las estrellas:
tiene los cabellos pegados al pavimento. La noche es más fría.
Los vivos regresan a casa estremecidos.
Es difícil andar con ellos; se desbandan todos
y uno sube una escalera, otro baja a un sótano.
Hay alguno que sigue hasta el alba y se tira en un prado,
bajo el sol. Mañana, alguno reirá burlonamente,
desesperado, en el trabajo. Después, pasa también esto.

Cuando duermen, parecen el muerto: si hay una mujer,
es más pesado el olor, pero parecen muertos.
Cada cuerpo tumbado se aprieta a su cama,
como al pavimento rojo: la larga fatiga,
desde el alba, bien vale una breve agonía.
Sobre cada cuerpo coagula una suciedad oscura.
Solamente aquel muerto está tendido bajo las estrellas.

Parece muerto también el montón de andrajos que el sol
calienta fuerte, apoyado en una parecita. Dormir
en la calle demuestra fe en el mundo.
Hay una barba entre los andrajos y la recorren moscas
que tienen trabajo; los que pasan se mueven en la calle
como moscas; el andrajoso es una parte de la calle.
La miseria recubre de barba la risa burlona,
como una hierba, y da un aire tranquilo. Este viejo
que podría morir tumbado, ensangrentado,
parece en cambio una cosa y está vivo. Así,
menos la sangre, cada cosa es una parte de la calle.
Y en la calle las estrellas han visto la sangre.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Trabajar cansa. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Griselda García Editora, Del Dock, Cartografías, Buenos Aires, 2018
Versión de Jorge Aulicino


Foto: Cesare Pavese  en la entrega de los premios Stegra, 1950 La Stampa


Rivolta

Quello morto è stravolto e non guarda le stelle:
ha i capelli incollati al selcitato. La notte è più fredda.
Quelli vivi ritornano a casa, tremandoci sopra.
È dificile andare con loro; si sbandano tutti
e chi sale una scala, chi scende in cantina.
C'è qualcuno che va fino all'alba e si butta in un prato
sotto il sole. Domani qualcuno sogghigna
disperato, al lavoro. Poi, passa anche questa.

Quando dormono, sembrano il morto: se c'è anche una donna,
è più greve il sentore, ma paiono morti.
Ogni corpo si stringe stravolto al suo letto
come al rosso selciato: la lunga fatica
fin dell'alba, val bene una breve agonia.
Su ogni corpo coagula un sudicio buio.
Solamente, quel morto è disteso alle stelle.

Pare morto anche il mucchio di cenci, che il sole
scalda forte, appoggiato al muretto. Dormire
per la strada dimostra fiducia nel mondo.
C'è una barba tra i cenci e vi scorrono mosche
che han da fare; i passanti si muovono in strada
come mosche; il pezzente è una parte di strada.
La miseria ricopre di barba i sogghigni
come un'erba, e dà un aria pacata. Sto vecchio
che poteva morire stravolto, nel sangue,
pare invece una cosa ed è vivo. Così
tranne il sangue, ogni cosa è una parte di strada.
Pure, in strada le stelle hanno visto del sangue.

Lavorare stanca, Einaudi, 1952

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