a P.P. Pasolini
Te he visto una mañana de noviembre, ciudad,
despertarte, aprestarte otro día a vivir,
tenaces humos que brillan a los perezosos márgenes orientales
recorridos por la luz tierna como una flor,
un plateado de nubes, más arriba, espesas en el azul
ofuscándose por breves instantes que suscitan temblores
y refulgiendo largo tiempo, luego que el buen clima ha vuelto
y durará, si es nieve aquel violeta lejano
más allá de los bultos que ríen de burgos indiferentes.
Las mortificaciones de la sombra, luego que el sol vence o vencerá.
Tú estabas viva a las nueve de la mañana,
como un hombre o mujer o muchacho que trabajan
y no duermen tarde, tienen los ojos
frescos y atentos al trabajo asignado
en el olor de madera mojada y de hojas quemadas
o en aquel amargo de los árboles siempre verdes
que crecen a tus flancos y se ven desde lo alto,
por lo cual desciendo embriagado a los puentes
llenos de gente en tránsito, aquí silenciosos y blancos
como alas de pájaro que cabalgan en el agua amarilla.
Yo pienso en aquellos que vivieron en esta llaga meridional
calentando en tus inviernos los huesos ateridos de hielo
sin fin, en infancias frías y vivaces,
a Virgilio, a Catulo que alimentó un clima ya templado
pero educó una raza menos complaciente que la tuya,
y por eso sufrió, sufrió, la vida pasó veloz para él,
pasa veloz para mí ahora y no me duele como cuando
las acacias morían un poco para volver a florecer
el nuevo año, porque aquí un año es como otro,
una estación igual a otra, una persona a otra igual,
El amor una riqueza que ofende, un privilegio indefendible.
Attilio Bertolucci (San Lazzaro, Parma, italia. 1911-Roma, 2000), Viaggio d'inverno, Garzanti, Milán, 1971
Versión de Angel Faretta, inédita
Más poemas de Attilio Bertolucci en Otra Iglesia Es Imposible
Te he visto una mañana de noviembre, ciudad,
despertarte, aprestarte otro día a vivir,
tenaces humos que brillan a los perezosos márgenes orientales
recorridos por la luz tierna como una flor,
un plateado de nubes, más arriba, espesas en el azul
ofuscándose por breves instantes que suscitan temblores
y refulgiendo largo tiempo, luego que el buen clima ha vuelto
y durará, si es nieve aquel violeta lejano
más allá de los bultos que ríen de burgos indiferentes.
Las mortificaciones de la sombra, luego que el sol vence o vencerá.
Tú estabas viva a las nueve de la mañana,
como un hombre o mujer o muchacho que trabajan
y no duermen tarde, tienen los ojos
frescos y atentos al trabajo asignado
en el olor de madera mojada y de hojas quemadas
o en aquel amargo de los árboles siempre verdes
que crecen a tus flancos y se ven desde lo alto,
por lo cual desciendo embriagado a los puentes
llenos de gente en tránsito, aquí silenciosos y blancos
como alas de pájaro que cabalgan en el agua amarilla.
Yo pienso en aquellos que vivieron en esta llaga meridional
calentando en tus inviernos los huesos ateridos de hielo
sin fin, en infancias frías y vivaces,
a Virgilio, a Catulo que alimentó un clima ya templado
pero educó una raza menos complaciente que la tuya,
y por eso sufrió, sufrió, la vida pasó veloz para él,
pasa veloz para mí ahora y no me duele como cuando
las acacias morían un poco para volver a florecer
el nuevo año, porque aquí un año es como otro,
una estación igual a otra, una persona a otra igual,
El amor una riqueza que ofende, un privilegio indefendible.
Attilio Bertolucci (San Lazzaro, Parma, italia. 1911-Roma, 2000), Viaggio d'inverno, Garzanti, Milán, 1971
Versión de Angel Faretta, inédita
Más poemas de Attilio Bertolucci en Otra Iglesia Es Imposible
PICCOLA ODE A ROMA
a P.P. Pasolini
Ti ho veduta una mattina di novembre, città,
svegliarti, apprestarti un altro giorno a vivere,
alacri fumi luccicando ai pigri margini orientali
percossi dalla luce tenera come un fiore,
argenti di nuvole più sopra infitti nell’azzurro
offuscandosi per brevissimi istanti, suscitatori di tremiti,
e risfolgorando a lungo, poi che il bel tempo è tornato
e durerà, se è neve quel viola lontano
oltre i colli che ridono di borghi noncuranti
le mortificazioni dell’ombra, poi che il sole ha vinto, o vincerà.
Tu eri viva alle nove della mattina,
come un uomo o una donna o un ragazzo che lavorano
e non dormono tardi, hanno gli occhi
freschi attenti all’opera assegnata,
nell’odore di legno bagnato e di foglie bruciate
o in quello amarognolo degli alberi sempre verdi
che crescono sui tuoi fianchi e si vedono dall’altura
per cui io scendo inebriato ai ponti
fitti di gente in transito, da qui silenziosi e bianchi
come ali d’uccello a pelo dell’acqua giallina.
Io penso a coloro che vissero in questa plaga meridionale
scaldando ai tuoi inverni le ossa legate da geli
senza fine in infanzie intirizzite e vivaci,
a Virgilio, a Catullo che allevò un clima già mite
ma educò una razza meno arrendevole della tua
e perciò soffrì, soffrì, la vita passò presto per lui,
passa presto per me ormai e non mi duole come quando
le gaggìe morivano a poco a poco per rifiorire
il nuovo anno, perché qui un anno è come un altro,
una stagione uguale all’altra, una persona all’altra uguale,
l’amore una ricchezza che offende, un privilegio indifendibile.
a P.P. Pasolini
Ti ho veduta una mattina di novembre, città,
svegliarti, apprestarti un altro giorno a vivere,
alacri fumi luccicando ai pigri margini orientali
percossi dalla luce tenera come un fiore,
argenti di nuvole più sopra infitti nell’azzurro
offuscandosi per brevissimi istanti, suscitatori di tremiti,
e risfolgorando a lungo, poi che il bel tempo è tornato
e durerà, se è neve quel viola lontano
oltre i colli che ridono di borghi noncuranti
le mortificazioni dell’ombra, poi che il sole ha vinto, o vincerà.
Tu eri viva alle nove della mattina,
come un uomo o una donna o un ragazzo che lavorano
e non dormono tardi, hanno gli occhi
freschi attenti all’opera assegnata,
nell’odore di legno bagnato e di foglie bruciate
o in quello amarognolo degli alberi sempre verdi
che crescono sui tuoi fianchi e si vedono dall’altura
per cui io scendo inebriato ai ponti
fitti di gente in transito, da qui silenziosi e bianchi
come ali d’uccello a pelo dell’acqua giallina.
Io penso a coloro che vissero in questa plaga meridionale
scaldando ai tuoi inverni le ossa legate da geli
senza fine in infanzie intirizzite e vivaci,
a Virgilio, a Catullo che allevò un clima già mite
ma educò una razza meno arrendevole della tua
e perciò soffrì, soffrì, la vita passò presto per lui,
passa presto per me ormai e non mi duole come quando
le gaggìe morivano a poco a poco per rifiorire
il nuovo anno, perché qui un anno è come un altro,
una stagione uguale all’altra, una persona all’altra uguale,
l’amore una ricchezza che offende, un privilegio indifendibile.
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Foto: Libri Antichi
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