Desde la barda miré al pueblo por última vez
Obedeciendo a una decisión desesperada
algunos buscan la ruta.
¿Quiénes son los que escapan?
¿Irá entre ellos el hombre del que aprendí el funcionamiento de una
dínamo?
*
La mente espera a que nos metamos en la cama
para dar vueltas y vueltas sobre aquello que nos ocupa.
El sol, al que según Nerval nadie ve en sueños
se incorpora a la noche ordenando mi inconsciente.
*
Anochecía. La 154 había sido recién asfaltada. El Renault se desplazaba
en silencio. Siempre que viajábamos, como una manera de disimular
la distancia, teníamos la costumbre de cantar. Agotado nuestro repertorio,
mi padre contaba alguna de sus clásicas historias de viajante de comercio.
Mi hermana dijo que detrás de los alambrados las cosechadoras parecían luciérnagas.
*
Se me ha hecho costumbre en las mañanas acariciar a Bolita y ver como se enrolla,
parece un perdigón. Soy consciente de que no hago más que molestarlo y por eso se
cierra. Lo acaricio como acariciaría a un perro. Quizás cuando me vaya de este lugar lo
lleve conmigo y lo deje, si es aún posible, en algún lugar húmedo y oscuro, un lugar
cubierto por una mantilla de hojas donde podrá reunirse con los de su especie y vivir lo
que le quede de vida en compañía. No estoy alimentándome bien. Vivo en una
abstracción. Quisiera recobrar para mi cuerpo esos pocos días de conducta en que todo
parecía venidero.
Germán Arens (Bahía Blanca, Argentina, 1967), La novela que no fue, publicará Editorial Agnes, provincia de Buenos Aires
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Foto: Barnacle Editores
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