El buque en la botella
Diminuto navío preso en una botella,
Con tus velas tendidas, tu puente y tu bauprés,
¿Sueñas los anchos mares y la polar estrella
Entre el ruido y el humo de este figón inglés?
Diminuto navío, ¿qué manos marineras,
Rugosas y pacientes, en los ocios del mar
Con amor trabajaron tus pequeñas maderas
E izaron esas velas que el viento no ha de hinchar?
¿Qué viejo navegante en tus maderas grises
Esculpió esta minúscula figura de mujer,
Y al grabar en tu popa esta palabra: “Ulysses”
De la Odisea el genio te transmitió al nacer?
Diminuto navío perdido entre la bruma
Del humo de las pipas, nunca, jamás, los dos
Oiremos las canciones lejanas de la espuma,
Ni soplará en nuestra alma el gran viento de Dios.
En las obscuras albas del bar, en los instantes
En que los viejos astros comienzan a morir,
Vi correr por tus puentes pequeños tripulantes,
Como si al alba fueras tú también a partir.
Oí como cantaban, dentro de tu botella,
Tus vagos hombrecitos, una vieja canción
Al recoger el ancla, bajo la turbia estrella
Que alumbraba la sucia miseria del figón.
Diminuto navío, sigue tu inmóvil sueño:
Los muelles del Oriente, del alisio el cantar,
Del Gulf Stream las baladas, el Caribe risueño,
Los extraños paisajes ahogándose en el mar...
Dile a tus diminutos y vagos marineros
Que recojan las velas, pues nunca has de partir
Del mar por los inmensos y azules derroteros
A las claras riberas donde el sol va a morir.
Aquí nos quedaremos, diminuto navío,
Anclados en la tierra, para siempre, los dos;
Ni en tu pequeño puente ni en el corazón mío
Volverá a soplar nunca el gran viento de Dios.
Los negros de la goleta “Río”
Treinta marineros llevaba la “Río”
Del bravo Rosales bajo el pabellón
Y eran diecisiete valientes morenos
Los que completaban la tripulación.
La luna de sangre los vio en La Colonia:
Seis de ellos cayeron al fuego infernal
Que sobre los buques de Brown vomitaba
Con saña el ardiente cañón imperial.
El sol de Los Pozos, la estrella de Quilmes
En el puente vieron morir otros diez:
Humilde y heroica, su sangre corría
Sobre la cubierta, mojaba el bauprés.
Y cuando las dianas del triunfo se oyeron
Y huyó la postrera fragata imperial,
Quedaba uno solo, de pie, moribundo,
Tocando el glorioso clarín del Juncal.
Diez y siete Negros llevaba Rosales
A bordo del barco que nunca rindió
Sobre las arenas ni sobre las aguas;
Diez y siete negros. Ninguno volvió.
Héctor Pedro Blomberg (Buenos Aires, 1889-1955)
prólogo de Santiago Sylvester,
Barnacle,
Buenos Aires, 2024-2025
Más poemas de Héctor Pedro Blomberg en Otra Iglesia Es Imposible
---
Imagen: Caricatura de Héctor Pedro Blomberg en la revista Fray Mocho, 1924 Ibero-Amerikanisches Institut / Wikimedia Commons
No hay comentarios.:
Publicar un comentario