Eduardo Álvarez Tuñón
(Buenos Aires, 1957)
Salmo XVII, de Francisco de Quevedo
Si la extensión del blog lo permitiese, si existieran traducciones que no la arrasaran, mi elección hubiese sido, sin dudarlo "Tristesse D´Olympio" de Victor Hugo. Pero quizás porque es igual en su grandeza, en su profundidad y en su perfección, me inclino por el "Salmo XVII" de los sonetos metafísicos de Quevedo. Creo, lo cual no significa que sea cierto, que el paso del tiempo y sus huellas sobre los objetos y los seres, es un tema central no solo de la poesía sino de la literatura y la filosofía en sus acepciones más amplias. Desde que empecé a escribir mi obsesión fue "lo perdido", lo que se llevan los días. Este soneto, que solo puede ser leído en voz alta, es uno de los momentos más altos de la poesía castellana y resume muchos textos de la literatura universal que, si se me permite el anacronismo, van desde Virgilio al Tiempo recobrado de Marcel Proust.
Salmo XVII
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo, vi que el sol bebía
los arroyos de hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo y menos fuerte;
vencida de la edad sentí la espada.
Y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
Francisco de Quevedo (Madrid, 1580-Ciudad Real, 1645)
Qué bello y perfectísimo ese QUEVEDO.
ResponderBorrarEl comentario le da condigno marco.
Es una cima inalcanzable, dan ganas de llorar; se llora.
Fantástico!
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