1. La tumba de Merlín
La antigua sabiduría, britona o celta, para la cual los demonios no son aquellos seres que nosotros -o al menos, de entre nosotros, los cristianos- imaginamos, ha de profetizar, con el aporte de ciertos espíritus demoníacos, la ilustre descendencia de Bradamante y Rogelio. Tal cosa ocurre en este canto, y el cantor, el narrador, su voz aclara y pide la colaboración de Apolo para la magna tarea de tallar en verso el monumento que a su juicio merece la casa de Este.
Se trata de dos o tres estrofas, y ya la acción vuelve a aquel monte y al barranco por el que se ha precipitado la guerrera, traicionada por el conde Pinabel. Casi se diría, si el autor lo permite, que el maguntino ríe entre dientes mientras se aleja, llevándose, para completar su mal, el caballo de Bradamante.
Medio aturdida aún, por el golpe, ella se adentra en la caverna.
Toda la estancia, cuadrada y espaciosa,
parecía una devota, venerable iglesia,
pues por columnas alabastrinas, raras,
era sostenida aquella hermosa arquitectura.
Surgía en el medio un bien ubicado altar,
que tenía delante una lámpara encendida:
con esplendente y claro resplandor,
daba luz a todo alrededor.
En devota humildad ella inspirada,
como si viese un sitio sacro y pío,
comienza, con el alma en las palabras,
a elevar sus plegarias, de rodillas.
Chirría una puerta disimulada
enfrente, y aparece otra señora,
desceñida y descalza; a la dama
por su nombre la saluda y llama.
Y dijo: "Oh generosa Bradamante,
no llegada aquí sin querer divino:
tu venida hace tiempo fue prevista:
profetizó el hálito de Merlín
que a visitar estas reliquias santas
vendrías por insólito sendero;
aquí estuve, a fin de revelarte
lo que el cielo ha querido reservarte.
"Esta es la antigua, memorable cueva
que construyó Merlín, sabio hechicero
a quien -si recuerdas haber oído-
lo engañó aquella cruel Dama del Lago...
La tumba está en este lugar; corrupta
yace aquí su carne; aquí deseoso
de satisfacerla, de aquélla cierto,
vivo llegó y permanece muerto.
"El cuerpo muerto alberga un alma viva,
hasta que oiga la angélica trompeta
que al cielo la convoque o a las prisiones,
según su alma sea cuervo o paloma.
Vive la voz, y cuando surja clara,
la escucharás en la tumba marmórea.
Sobre el pasado y lo que nos espera,
responde siempre a quien oírlo quiera.
"Hace un tiempo que a este sacro túmulo
llegué desde una nación remota,
para que hiciese Merlín más claros
los altos misterios de mi estudio.
Porque tuve deseo de verte,
luego me quedé por más de un mes;
Y Merlín, que tu llegada me anunció,
fijó el plazo que ahora se cumplió."
La asustada hija de Amón permaneció
en silencio, y fija en aquel decir;
y con el alma tan llena de sorpresa,
que no sabía si oía o lo soñaba.
Con recatado y avergonzado rostro
(como quien modesto en todo se comporta),
repuso: "¿Cuál es el mérito que tengo
para que profetas digan que yo vengo?"
Pero dichosa de insólita ventura,
Bradamante fue detrás de la hechicera
hasta el recinto de aquella sepultura
que del sabio reunía huesos y alma.
Era una gran arca de piedra dura y tersa,
brillante entera como una llama roja;
tal que la estancia toda, de sol privada,
de luz y esplendor estaba iluminada.
Ya sea porque la natura de algunos mármoles
destellos arranca que remueven sombras,
o por pases mágicos o por encantamientos
y signos en las estrellas observados
(y esto verosímil a mí, al menos, me parece),
descubría el esplendor más cosas bellas,
y esculturas y colores que allí en torno
al venerable sitio hacían adorno.
Apenas la doncella hubo del umbral
elevado el pie en esta secreta estancia,
el vivo espíritu del despojo muerto
comenzó a hablar con clarísimas palabras:
"Conceda Fortuna todos tus deseos,
oh casta, oh nobilísima doncella,
de cuyo vientre saldrá el grano fecundo
que honrará a toda Italia, a todo el mundo."
Promete el mago que capitanes, robustos soldados, sabios príncipes, emperadores, serán la progenie de Bradamante. A continuación, la hechicera lleva a la doncella hasta la primera habitación donde, con el concurso de demonios que toman diversos aspectos, le revela, uno a uno, los rostros, los nombres y las hazañas de sus descendientes.
Bradamante, tendida en un círculo mágico, ve una multitud de seres que cobran vida al conjuro de la hechicera. Son sus hijos, nietos, tataranietos. Comienza por presentarle a su hijo, quien conquistará la Lombardía. Sigue por el hijo de éste, Huberto, que defenderá a la Iglesia. Albertos y Albertazzos, Azzos, Ottones, Hugos, Aldobrandinos, Franciscos y Alfonsos desfilan en ese sombrío carrusel, dando cuenta de una dinastía que será dueña de muchos reinos en Italia y fuera de ella.
Tan larga es la lista de heroicos descendientes, que la maga termina por excusarse ante la guerrera, pues nombrar a todos llevaría días, y cierra el libro de los encantamientos. Las sombras huyen disparadas. La maga promete llevarla al día siguiente hasta el camino por el que llegará a la fortaleza de metal en que está preso Rogelio. “Yo seré tu compañera y conductora -le dice- hasta que salgas de la selva áspera”. *
2. El anillo
Bradamante oye durante toda la noche la voz de Merlín, entusiasta, que habla una y otra vez sobre la simiente de la guerrera y su feliz, próximo, destino.
Cuando el resplandor de la aurora enciende las montañas, las dos mujeres salen a caballo por un camino oculto. Escalan barrancos, atraviesan torrentes, sin detenerse nunca. Con todo, la maga no desaprovecha el tiempo, e instruye a su protegida sobre las dificultades que encontraría si quisiese batirse con el nigromante que retiene a Rogelio. Le recuerda su singular, brillante escudo, que deja inconscientes a los que lo miran. No hay un remedio contra el escudo mágico que no sea, a su vez, de índole mágica. Aunque paradójicamente se trate de deshacer obras de hechicería.
"El rey Agramante de África, un anillo
que fue robado a una reina de la India, **
le ha dado a un barón llamado Brunello,
que pocas millas va adelante de nosotras;
su índole es tal, que aquel que se lo pone
tiene el antídoto contra la brujería.
Sabe trucos y timos Brunello, tantos
cuanto el hechicero aquel sabe de encantos
"Este Brunel, tan práctico y astuto,
como digo, fue por su rey mandando
con la misión de que, con el auxilio
de ese anillo, probado en tales cosas,
libere a Rogelio, el afamado
de esa roca que ahora lo retiene.
Y a su señor Brunel lo ha prometido,
pues Rogelio es de aquél el más querido.
"Para que a Rogelio tú sólo tengas,
y no Agramante, y para obtener
que se libre de la hechizada jaula,
te enseñaré el remedio que ha de usarse.
Tres días irás por la húmeda arena
del mar, que ya está próximo a mostrarse;
llegarás a un hostal, el tercer día.
El del anillo va por esta vía.
"Su estatura, a fin de que lo conozcas,
no llega a seis palmos; tiene rizado
el cabello negro; la piel muy fosca;
deslucido el rostro, aunque muy barbudo;
ojos hinchados y mirar siniestro;
la nariz chata, y las cejas hirsutas;
por el traje corto -lo pinto entero-,
parece a simple vista un mensajero.
"Con él te encontrarás pronto hablando
de aquellos raros encantamientos;
muestra tener, como en verdad tendrás,
deseo de combatir al mago,
pero no muestres que te hayan dicho
del anillo que deshace encantos.
Te ofrecerá él llevarte por la vía
de la roca, y hacerte compañía.
"Tú ve detrás, y en cuanto te aproximes
a la roca, tanto que ya la veas,
dale la muerte: no le tengas piedad,
pon este consejo en obra.
No le des tiempo a que advine
tu pensamiento y esconda el anillo:
mira que desaparecerá muy presto
cuando en la boca el anillo se haya puesto."
Así conversando llegaron al mar,
donde junto a Burdeos va el Garona.
Allí, no sin lagrimear un poco,
se separa una dama de la otra.
La hija del buen Amón, por liberar
de prisión a su amante no trepida,
camina mucho, y llega hasta el lugar
al que Brunel acaba de llegar.
Reconoce a Brunello no bien lo ve:
sus rasgos en la mente había grabado.
De dónde viene, a dónde va pregunta,
y él le responde, y en cada cosa miente.
La dama, ya prevenida, no vacila
en mentirle, y ella también inventa
su patria, su nombre, sexo, arcanos;
y no quita la mirada de sus manos.
Ludovico Ariosto (Reggio Emilia, 1474-Ferrara, 1533), Orlando furioso, 1532; Einaudi, Turin, 1992
Versión de Jorge Aulicino
* El autor cita aquí la selva áspera de la Divina Comedia, exactamente el segundo verso del segundo terceto del Infierno, y también convierte a la maga en el equivalente femenino de Virgilio, aunque el duce de Ariosto no tiene el mismo sentido que el duca con que Dante Alighieri distingue al poeta latino. La maga es guía, Virgilio es conductor. Por otra parte, nunca Dante habría imaginado que Virgilio condescendiese a ser llamado "compañero" o "acompañante" de Dante. La maga no quiere ponerse sobre Bradamante, pero tampoco debajo. Ariosto es en realidad quien la coloca en ese lugar y envuelve la escena en cierta forma de complicidad femenina.
** Se trata de Angélica, la amada de Orlando y de Reinaldo.
La antigua sabiduría, britona o celta, para la cual los demonios no son aquellos seres que nosotros -o al menos, de entre nosotros, los cristianos- imaginamos, ha de profetizar, con el aporte de ciertos espíritus demoníacos, la ilustre descendencia de Bradamante y Rogelio. Tal cosa ocurre en este canto, y el cantor, el narrador, su voz aclara y pide la colaboración de Apolo para la magna tarea de tallar en verso el monumento que a su juicio merece la casa de Este.
Se trata de dos o tres estrofas, y ya la acción vuelve a aquel monte y al barranco por el que se ha precipitado la guerrera, traicionada por el conde Pinabel. Casi se diría, si el autor lo permite, que el maguntino ríe entre dientes mientras se aleja, llevándose, para completar su mal, el caballo de Bradamante.
Medio aturdida aún, por el golpe, ella se adentra en la caverna.
Toda la estancia, cuadrada y espaciosa,
parecía una devota, venerable iglesia,
pues por columnas alabastrinas, raras,
era sostenida aquella hermosa arquitectura.
Surgía en el medio un bien ubicado altar,
que tenía delante una lámpara encendida:
con esplendente y claro resplandor,
daba luz a todo alrededor.
En devota humildad ella inspirada,
como si viese un sitio sacro y pío,
comienza, con el alma en las palabras,
a elevar sus plegarias, de rodillas.
Chirría una puerta disimulada
enfrente, y aparece otra señora,
desceñida y descalza; a la dama
por su nombre la saluda y llama.
Y dijo: "Oh generosa Bradamante,
no llegada aquí sin querer divino:
tu venida hace tiempo fue prevista:
profetizó el hálito de Merlín
que a visitar estas reliquias santas
vendrías por insólito sendero;
aquí estuve, a fin de revelarte
lo que el cielo ha querido reservarte.
"Esta es la antigua, memorable cueva
que construyó Merlín, sabio hechicero
a quien -si recuerdas haber oído-
lo engañó aquella cruel Dama del Lago...
La tumba está en este lugar; corrupta
yace aquí su carne; aquí deseoso
de satisfacerla, de aquélla cierto,
vivo llegó y permanece muerto.
"El cuerpo muerto alberga un alma viva,
hasta que oiga la angélica trompeta
que al cielo la convoque o a las prisiones,
según su alma sea cuervo o paloma.
Vive la voz, y cuando surja clara,
la escucharás en la tumba marmórea.
Sobre el pasado y lo que nos espera,
responde siempre a quien oírlo quiera.
"Hace un tiempo que a este sacro túmulo
llegué desde una nación remota,
para que hiciese Merlín más claros
los altos misterios de mi estudio.
Porque tuve deseo de verte,
luego me quedé por más de un mes;
Y Merlín, que tu llegada me anunció,
fijó el plazo que ahora se cumplió."
La asustada hija de Amón permaneció
en silencio, y fija en aquel decir;
y con el alma tan llena de sorpresa,
que no sabía si oía o lo soñaba.
Con recatado y avergonzado rostro
(como quien modesto en todo se comporta),
repuso: "¿Cuál es el mérito que tengo
para que profetas digan que yo vengo?"
Pero dichosa de insólita ventura,
Bradamante fue detrás de la hechicera
hasta el recinto de aquella sepultura
que del sabio reunía huesos y alma.
Era una gran arca de piedra dura y tersa,
brillante entera como una llama roja;
tal que la estancia toda, de sol privada,
de luz y esplendor estaba iluminada.
Ya sea porque la natura de algunos mármoles
destellos arranca que remueven sombras,
o por pases mágicos o por encantamientos
y signos en las estrellas observados
(y esto verosímil a mí, al menos, me parece),
descubría el esplendor más cosas bellas,
y esculturas y colores que allí en torno
al venerable sitio hacían adorno.
Apenas la doncella hubo del umbral
elevado el pie en esta secreta estancia,
el vivo espíritu del despojo muerto
comenzó a hablar con clarísimas palabras:
"Conceda Fortuna todos tus deseos,
oh casta, oh nobilísima doncella,
de cuyo vientre saldrá el grano fecundo
que honrará a toda Italia, a todo el mundo."
Promete el mago que capitanes, robustos soldados, sabios príncipes, emperadores, serán la progenie de Bradamante. A continuación, la hechicera lleva a la doncella hasta la primera habitación donde, con el concurso de demonios que toman diversos aspectos, le revela, uno a uno, los rostros, los nombres y las hazañas de sus descendientes.
Bradamante, tendida en un círculo mágico, ve una multitud de seres que cobran vida al conjuro de la hechicera. Son sus hijos, nietos, tataranietos. Comienza por presentarle a su hijo, quien conquistará la Lombardía. Sigue por el hijo de éste, Huberto, que defenderá a la Iglesia. Albertos y Albertazzos, Azzos, Ottones, Hugos, Aldobrandinos, Franciscos y Alfonsos desfilan en ese sombrío carrusel, dando cuenta de una dinastía que será dueña de muchos reinos en Italia y fuera de ella.
Tan larga es la lista de heroicos descendientes, que la maga termina por excusarse ante la guerrera, pues nombrar a todos llevaría días, y cierra el libro de los encantamientos. Las sombras huyen disparadas. La maga promete llevarla al día siguiente hasta el camino por el que llegará a la fortaleza de metal en que está preso Rogelio. “Yo seré tu compañera y conductora -le dice- hasta que salgas de la selva áspera”. *
2. El anillo
Bradamante oye durante toda la noche la voz de Merlín, entusiasta, que habla una y otra vez sobre la simiente de la guerrera y su feliz, próximo, destino.
Cuando el resplandor de la aurora enciende las montañas, las dos mujeres salen a caballo por un camino oculto. Escalan barrancos, atraviesan torrentes, sin detenerse nunca. Con todo, la maga no desaprovecha el tiempo, e instruye a su protegida sobre las dificultades que encontraría si quisiese batirse con el nigromante que retiene a Rogelio. Le recuerda su singular, brillante escudo, que deja inconscientes a los que lo miran. No hay un remedio contra el escudo mágico que no sea, a su vez, de índole mágica. Aunque paradójicamente se trate de deshacer obras de hechicería.
"El rey Agramante de África, un anillo
que fue robado a una reina de la India, **
le ha dado a un barón llamado Brunello,
que pocas millas va adelante de nosotras;
su índole es tal, que aquel que se lo pone
tiene el antídoto contra la brujería.
Sabe trucos y timos Brunello, tantos
cuanto el hechicero aquel sabe de encantos
"Este Brunel, tan práctico y astuto,
como digo, fue por su rey mandando
con la misión de que, con el auxilio
de ese anillo, probado en tales cosas,
libere a Rogelio, el afamado
de esa roca que ahora lo retiene.
Y a su señor Brunel lo ha prometido,
pues Rogelio es de aquél el más querido.
"Para que a Rogelio tú sólo tengas,
y no Agramante, y para obtener
que se libre de la hechizada jaula,
te enseñaré el remedio que ha de usarse.
Tres días irás por la húmeda arena
del mar, que ya está próximo a mostrarse;
llegarás a un hostal, el tercer día.
El del anillo va por esta vía.
"Su estatura, a fin de que lo conozcas,
no llega a seis palmos; tiene rizado
el cabello negro; la piel muy fosca;
deslucido el rostro, aunque muy barbudo;
ojos hinchados y mirar siniestro;
la nariz chata, y las cejas hirsutas;
por el traje corto -lo pinto entero-,
parece a simple vista un mensajero.
de aquellos raros encantamientos;
muestra tener, como en verdad tendrás,
deseo de combatir al mago,
pero no muestres que te hayan dicho
del anillo que deshace encantos.
Te ofrecerá él llevarte por la vía
de la roca, y hacerte compañía.
"Tú ve detrás, y en cuanto te aproximes
a la roca, tanto que ya la veas,
dale la muerte: no le tengas piedad,
pon este consejo en obra.
No le des tiempo a que advine
tu pensamiento y esconda el anillo:
mira que desaparecerá muy presto
cuando en la boca el anillo se haya puesto."
Así conversando llegaron al mar,
donde junto a Burdeos va el Garona.
Allí, no sin lagrimear un poco,
se separa una dama de la otra.
La hija del buen Amón, por liberar
de prisión a su amante no trepida,
camina mucho, y llega hasta el lugar
al que Brunel acaba de llegar.
Reconoce a Brunello no bien lo ve:
sus rasgos en la mente había grabado.
De dónde viene, a dónde va pregunta,
y él le responde, y en cada cosa miente.
La dama, ya prevenida, no vacila
en mentirle, y ella también inventa
su patria, su nombre, sexo, arcanos;
y no quita la mirada de sus manos.
Ludovico Ariosto (Reggio Emilia, 1474-Ferrara, 1533), Orlando furioso, 1532; Einaudi, Turin, 1992
Versión de Jorge Aulicino
* El autor cita aquí la selva áspera de la Divina Comedia, exactamente el segundo verso del segundo terceto del Infierno, y también convierte a la maga en el equivalente femenino de Virgilio, aunque el duce de Ariosto no tiene el mismo sentido que el duca con que Dante Alighieri distingue al poeta latino. La maga es guía, Virgilio es conductor. Por otra parte, nunca Dante habría imaginado que Virgilio condescendiese a ser llamado "compañero" o "acompañante" de Dante. La maga no quiere ponerse sobre Bradamante, pero tampoco debajo. Ariosto es en realidad quien la coloca en ese lugar y envuelve la escena en cierta forma de complicidad femenina.
** Se trata de Angélica, la amada de Orlando y de Reinaldo.
El ORLANDO es un relato tan mágico. Un cuento maravilloso -con todo su siniestro, apasionante costado- que puede contarse a los niños en las escuelas, que es lo que precisamente haré.Estoy opinando sobre lo hasta aquí publicado y por mí leído; más no conozco.Gracias.
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