jueves, enero 25, 2018

Pablo Dema / Una amiga















I

Pasé frente a tu edificio esta mañana
y vi la ventana del departamento
en el que solíamos estudiar.

Si vivieras allí todavía,
si te hubieras quedado,
serías una autora
con un par de poemarios buenos;
pasarías frío en el invierno,
trabajarías de cualquier cosa
porque te cuesta dar las últimas materias,
ganarías poco
y no mucho más que eso
sería tu vida.

Pero te fuiste como todas
las estudiantes pueblerinas
para habitar una casa
con calefacción central,
un marido algo recio pero bueno
y unos niños que son
la luz de tus ojos.

Notarás que no abro juicios
ni hablo de chatura.
La aplanadora del tiempo
nos pasa por encima a todos,
a los que somos
y a los que quisimos ser.


II

Querías ser Alejandra
pero el furor lírico
te duró dos cuatrimestres.

Si escribieras todavía
serías
la loca de la familia,
pasarías con tu estampa etérea,
un buzo arratonado demasiado largo
y el pelo cortado a lo garçon.
Serías invisible en la calle
y un par de críticos distantes
te habrían dedicado
una reseña favorable.
Nos veríamos de vez en cuando
comentaríamos con amargura el estado
calamitoso de la nueva poesía
aunque no sabríamos ni por asomo
de qué estamos hablando.

Serías ella,
serías por fin vos misma,
no serías nadie
y estarías sola
con la poesía.


III

Al llegar, un poco de Satie o Leonard Cohen,
un par de tomates, naranjas
y una botella de agua bebida del pico.

Tu flacura blanca
desparramada en la cama,
el cigarrillo y un libro de poemas.

Toda la noche
haciendo la noche,
sólo vos
y tu cuaderno de notas;
a veces
una amante furtiva
despedida al poco tiempo
para producirte una llaga que lamer
en los días siguientes.

Harías
        una literatura salvaje
que haría
        estallar tu antigua furia
contra los paredones del mundo.
Si fueras así,
fotofóbica y neurótica,
adicta al café y a Emily Dickinson
tendrías tal vez
noticias mías.

Pablo Dema (General Cabrera, Argentina, 1979), Filos, Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 2014

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