En mi vida anterior fui perro, un perro
tan bueno que me ascendieron a ser humano.
Me gustaba ser perro. Trabajaba para un granjero pobre,
cuidando y reuniendo su rebaño. Los lobos y los coyotes
trataban de burlar mi vigilancia casi cada noche, y no perdí
ni una sola oveja. El granjero me recompensaba
con buena comida, comida procedente de su mesa.
Puede que fuera pobre, pero comía bien. Y sus hijos
jugaban conmigo, cuando no estaban en la escuela o
trabajando en el campo. Tenía todo el amor que cualquier perro
podía desear. Cuando me hice viejo, trajeron otro
perro, y lo adiestré en los trucos del oficio.
Aprendió rápido, y el granjero me llevó
a la casa para que viviera con ellos. Todas las mañanas
le llevaba sus pantuflas, mientras también él
iba envejeciendo. Yo moría lentamente, un poco
cada día. El granjero lo sabía y de vez en cuando traía
al nuevo perro para que me hiciese una visita.
El nuevo perro me entretenía con sus volteretas
y monerías. Y entonces, una mañana, sencillamente
no me levanté. Me hicieron un bonito entierro
río abajo, a la sombra de un árbol. A veces lo echo tanto de menos
que me siento junto a la ventana y lloro. Vivo en un edificio muy alto
que da a otros edificios muy altos.
Trabajo en un cubículo y prácticamente no hablo
con nadie en todo el día. Es mi recompensa por haber sido
un buen perro. Los lobos humanos ni siquiera me ven.
No me temen.
James Tate (Kansas City, Misuri, Estados Unidos, 1943-Amherst, Estados Unidos, 2015), Return to the City of White Donkeys, Ecco Press, Nueva York, 2004
Versión de Jonio González
Fotos: You Tube
https://www.youtube.com/watch?v=4taiBma2yDI
THE PROMOTION
I was a dog in my former life, a very good
dog, and, thus, I was promoted to a human being.
I liked being a dog. I worked for a poor farmer
guarding and herding his sheep. Wolves and coyotes
tried to get past me almost every night, and not
once did I lose a sheep. The farmer rewarded me
with good food, food from his table. He may have
been poor, but he ate well. And his children
played with me, when they weren’t in school or
working in the field. I had all the love any dog
could hope for. When I got old, they got a new
dog, and I trained him in the tricks of the trade.
He quickly learned, and the farmer brought me into
the house to live with them. I brought the farmer
his slippers in the morning, as he was getting
old, too. I was dying slowly, a little bit at a
time. The farmer knew this and would bring the
new dog in to visit me from time to time. The
new dog would entertain me with his flips and
flops and nuzzles. And then one morning I just
didn’t get up. They gave me a fine burial down
by the stream under a shade tree. That was the
end of my being a dog. Sometimes I miss it so
I sit by the window and cry. I live in a high-rise
that looks out at a bunch of other high-rises.
At my job I work in a cubicle and barely speak
to anyone all day. This is my reward for being
a good dog. The human wolves don’t even see me.
They fear me not.
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