Sólo
unidos venceremos (De una carta de San Martín a O'Higgins)
La sombra
de la patria cruza su frente pálida.
Por la
ventana ve los ágiles veleros.
Mil ochocientos treinta y tantos. Las palomas
suben como la tarde en la plazuela antigua.
Mil ochocientos treinta y tantos. Las palomas
suben como la tarde en la plazuela antigua.
Dejadme
recordar suspirando que he visto
veleros y palomas y a un hombre en medio, solo,
más puro que el crepúsculo,
cerca del mueble donde yace muerto
el poncho desgarrado que anduvo en Chacabuco.
veleros y palomas y a un hombre en medio, solo,
más puro que el crepúsculo,
cerca del mueble donde yace muerto
el poncho desgarrado que anduvo en Chacabuco.
El perfil
de la horca
multiplica en Europa su agudo árbol inválido.
La Santa Alianza a la ávida mandíbula borbónica
promete devolver la juventud de América.
Del general proscrito tiembla la mano augusta
llamando a la unidad de los americanos.
multiplica en Europa su agudo árbol inválido.
La Santa Alianza a la ávida mandíbula borbónica
promete devolver la juventud de América.
Del general proscrito tiembla la mano augusta
llamando a la unidad de los americanos.
Los ágiles
veleros
van a llevar su alerta más allá de las nubes.
Él, el Libertador, el Verdadero,
escribe entre recuerdos, bajo lámparas frías
con su mano por donde va subiendo la Muerte
en la más desolada de las habitaciones
y luego, hambriento mío,
sale a dar de comer a las palomas.
van a llevar su alerta más allá de las nubes.
Él, el Libertador, el Verdadero,
escribe entre recuerdos, bajo lámparas frías
con su mano por donde va subiendo la Muerte
en la más desolada de las habitaciones
y luego, hambriento mío,
sale a dar de comer a las palomas.
Nadie,
ninguno, nadie, ni aun Simón Bolívar
-a quien siempre veré entregando a Miranda-
Ni Rosas, siervo al fin de Londres y de Viena,
vieron como él y como él golpearon
a las puertas de América, despertando al Destino.
-a quien siempre veré entregando a Miranda-
Ni Rosas, siervo al fin de Londres y de Viena,
vieron como él y como él golpearon
a las puertas de América, despertando al Destino.
Una
derrota de carbón contempla
sobre los hombros de los cargadores,
la vieja verdulera de los muelles,
el triste actor de harina y de nostalgia,
la Librería atestada de biblias y Lutero,
y en la pequeña tienda de olores conocidos
gentes que hablan del tiempo y la desgracia.
sobre los hombros de los cargadores,
la vieja verdulera de los muelles,
el triste actor de harina y de nostalgia,
la Librería atestada de biblias y Lutero,
y en la pequeña tienda de olores conocidos
gentes que hablan del tiempo y la desgracia.
¡Dadme esa
carta! Dadme la rosa de las nieblas.
Por un caliente río de ceniza ha pasado
y del polvo del polvo de los huesos yacentes
su grito atruena América, Padre de los Relámpagos.
Por un caliente río de ceniza ha pasado
y del polvo del polvo de los huesos yacentes
su grito atruena América, Padre de los Relámpagos.
Que el sol
de la Argentina
y la estrella de Chile lo recojan.
y la estrella de Chile lo recojan.
Raúl
González Tuñón (Buenos Aires, 1905-1974), Primer canto
argentino, Edición del Autor, Talleres Macland, Buenos Aires, 1945
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Foto: Raúl
González Tuñón (der.) con Héctor Yánover, c. 1973
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