Atamos un gusano de grasa de panceta
a una roca chata con tanza
y la lanzamos desde la orilla
al agua clara
de la bahía. Cayó suavemente
sobre la arena y las algas.
Un tirón nos dijo que había picado
o vimos al cangrejo mismo
aferrado a la grasa en jirones tirando de ella
de manera constante: ese era el truco.
Demasiado pronto, demasiado fuerte
y se dejaba caer desde la sombra
de su piedra, evadiendo torpemente
su destino. Pero suavemente
jalando de la áspera línea
de un puño al otro
y ellos venían a nosotros
como bultos de lava, el agua
escurriéndose por sus lomos.
Silenciosamente tercos
colgaban
de un a pinza improbable
antes de la sorda rajadura cuando golpeaban
contra la pared del muelle o el costado
de los baldes en que los conservábamos.
En hilera
cuatro o cinco de nosotros, chicos de vacaciones
competíamos diariamente hasta que cada
balde era una masa de agua salobre
de temible loza
burbujeante debajo
de su piel del agua salada.
¿Qué fue de todos ellos? –
nuestra fila de baldes, el gran hedor
de nuestro deporte veraniego.
Fue un chico rubio
de Glasgow quien finalmente me hizo caer
patas arriba desde donde
me agaché sobre el muro del muelle.
Cuando me enderecé
estaba hundido hasta la cintura en aguas
infestadas de cangrejos. Nadie
podía sacarme. “Tienes que caminar
hasta la orilla”, gritó mi hermana
mientras mantenía las manos
bien alto por encima de mi cabeza
pensando que al menos podría
salvarlas. Pero, ¡qué hermoso
era todo a mi alrededor! La salpicadura
de verdes parcelas
y lagunas de intenso azul,
los conejos, las flores amarillas
sobre la costa pelada. El cielo
era insondable; todo estaba en silencio.
Y yo estaba ahí
moviéndome lentamente a través
de esa perfecta cuña azul
cargando el terror en una mano, culpa
en la otra, dejando la estela breve
para marcar mi vergüenza.
Tom Pow (Edimburgo, 1950), Landscapes and Legacies, Iynx Publishing, Escocia, 2003
Traducción de Jorge Fondebrider
Nota de edición: Tiree, isla de Escocia, la más occidental de las Hébridas
---
Foto: Tom Pow en tompow.co.uk
a una roca chata con tanza
y la lanzamos desde la orilla
al agua clara
de la bahía. Cayó suavemente
sobre la arena y las algas.
Un tirón nos dijo que había picado
o vimos al cangrejo mismo
aferrado a la grasa en jirones tirando de ella
de manera constante: ese era el truco.
Demasiado pronto, demasiado fuerte
y se dejaba caer desde la sombra
de su piedra, evadiendo torpemente
su destino. Pero suavemente
jalando de la áspera línea
de un puño al otro
y ellos venían a nosotros
como bultos de lava, el agua
escurriéndose por sus lomos.
Silenciosamente tercos
colgaban
de un a pinza improbable
antes de la sorda rajadura cuando golpeaban
contra la pared del muelle o el costado
de los baldes en que los conservábamos.
En hilera
cuatro o cinco de nosotros, chicos de vacaciones
competíamos diariamente hasta que cada
balde era una masa de agua salobre
de temible loza
burbujeante debajo
de su piel del agua salada.
¿Qué fue de todos ellos? –
nuestra fila de baldes, el gran hedor
de nuestro deporte veraniego.
Fue un chico rubio
de Glasgow quien finalmente me hizo caer
patas arriba desde donde
me agaché sobre el muro del muelle.
Cuando me enderecé
estaba hundido hasta la cintura en aguas
infestadas de cangrejos. Nadie
podía sacarme. “Tienes que caminar
hasta la orilla”, gritó mi hermana
mientras mantenía las manos
bien alto por encima de mi cabeza
pensando que al menos podría
salvarlas. Pero, ¡qué hermoso
era todo a mi alrededor! La salpicadura
de verdes parcelas
y lagunas de intenso azul,
los conejos, las flores amarillas
sobre la costa pelada. El cielo
era insondable; todo estaba en silencio.
Y yo estaba ahí
moviéndome lentamente a través
de esa perfecta cuña azul
cargando el terror en una mano, culpa
en la otra, dejando la estela breve
para marcar mi vergüenza.
Tom Pow (Edimburgo, 1950), Landscapes and Legacies, Iynx Publishing, Escocia, 2003
Traducción de Jorge Fondebrider
Nota de edición: Tiree, isla de Escocia, la más occidental de las Hébridas
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Foto: Tom Pow en tompow.co.uk
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