"Pascuas en Nueva York"
Momentos antes de que el aire se congelara
por las chimeneas del Village brotaba delicadamente el humo moldeado
por manos de artistas y a la luz del sol de hielo resplandeciente
se operaban las cristalizaciones preliminares:
charcos y esputos.
Las excepciones confirmaban la regla, no se veía ni un alma
salvo las que, vestidas de cuero y lana, paseaban sus perros inquietos
por la inminencia de la catástrofe
Y se veía al poeta de turno
aunque no dejara de pasar desapercibido
Las palomas imitaban en el vuelo a los murciélagos con un zigzagueo
/histérico y ciego
y él dobló no sabía qué esquinas, una y otra vez
porque estaba de paso en la ciudad y ella lo había seducido:
la cara blanca espolvoreada de hielo, los labios amoratados
sedientos de rouge, aguardiente y drogas.
Empezaba el día de la navidad hundido en el incógnito de
/las humaredas artísticas
que brotaban de las casas como avalanchas de nieve azotadas por el sol
y de las chimeneas gigantescas
Había hombres diminutos y perros mínimo
pero en un número tan escaso que alguno de esos paseantes
podía inspirar una desconfianza sobrenatural.
El poeta bien abrigado que lloraba de frío -copos en lugar de lágrimas
era un vidente: olfateaba la catástrofe
y tenía adicción perruna al callejeo
Descendió, pues, en la calle cuarenta y dos a los infiernos
la Gran Estación Terminal retiene allí en sus concavidades marmóreas
/un resto de calor
y lo redistribuye entre los desventurados:
viejos y agonizantes que fingen esperar el tren entredormidos
/sobre las bancas
que parecen lápidas
Se bajó el Metro vacío, terrible de no ocupantes
por equivocación en la catorce street
En una de las bocas tapiadas del Metro tuvo, antes de huir,
/la entrevisión
de una muchacha que parecía un pierrot, vestida de harapos negros
a la espera de un viejo pascuero de las postrimerías del mundo
con su saco de heroína
Por las chimeneas brotaban nubecillas de nieve, en las vitrinas
/se congelaban
los desperdicios del veinticuatro de diciembre
(regalos para el próximo milenio)
En los cines sin nada pasaban películas de terror
Entró a uno de ellos, pero lo aterrador era el frío;
/lo emocionante estar allí
en la misma ciudad en que el operador ausente proyectaba
/en la pantalla
simulacro en blanco y negro
una maquette de Manhattan flotando en una palangana de agua helada
que emitía un resplandor boreal para luego desaparecer en él.
La película era muda como el poeta y la muchacha vestida de negro que
le devolvió, por fin, la mirada en la oscuridad
Una mirada obviamente glacial, un cuchillo que podía desprender
/el alma del cuerpo
sin dolor
la boca un escupo de sangre lanzado sobre el petrificado montón
/de nieve y todo eso
que significaba graciosamente el horror.
Al salir del cine sin haber conseguido romper el hielo que lo separaba de todo
vio cómo el aire convertido en un solo bloque
oscilaba de un lado para otro, aunque este fenómeno pasara desapercibido
pues el cielo estaba más que transparente
Y se dispuso a participar de la congelación general.
Enrique Lihn (Santiago de Chile, 1919-1988), Al bello aparecer de este lucero, Lom Ediciones, Santiago de Chile, 1997 (Primera edición: Ediciones del Norte, EE.UU., 1983)
---
Ilustración: La última cena, Andy Warhol, 1984
De Lihn en este blog:
Para Andrea
de Estación de los desamparados
La revolución es
Momentos antes de que el aire se congelara
por las chimeneas del Village brotaba delicadamente el humo moldeado
por manos de artistas y a la luz del sol de hielo resplandeciente
se operaban las cristalizaciones preliminares:
charcos y esputos.
Las excepciones confirmaban la regla, no se veía ni un alma
salvo las que, vestidas de cuero y lana, paseaban sus perros inquietos
por la inminencia de la catástrofe
Y se veía al poeta de turno
aunque no dejara de pasar desapercibido
Las palomas imitaban en el vuelo a los murciélagos con un zigzagueo
/histérico y ciego
y él dobló no sabía qué esquinas, una y otra vez
porque estaba de paso en la ciudad y ella lo había seducido:
la cara blanca espolvoreada de hielo, los labios amoratados
sedientos de rouge, aguardiente y drogas.
Empezaba el día de la navidad hundido en el incógnito de
/las humaredas artísticas
que brotaban de las casas como avalanchas de nieve azotadas por el sol
y de las chimeneas gigantescas
Había hombres diminutos y perros mínimo
pero en un número tan escaso que alguno de esos paseantes
podía inspirar una desconfianza sobrenatural.
El poeta bien abrigado que lloraba de frío -copos en lugar de lágrimas
era un vidente: olfateaba la catástrofe
y tenía adicción perruna al callejeo
Descendió, pues, en la calle cuarenta y dos a los infiernos
la Gran Estación Terminal retiene allí en sus concavidades marmóreas
/un resto de calor
y lo redistribuye entre los desventurados:
viejos y agonizantes que fingen esperar el tren entredormidos
/sobre las bancas
que parecen lápidas
Se bajó el Metro vacío, terrible de no ocupantes
por equivocación en la catorce street
En una de las bocas tapiadas del Metro tuvo, antes de huir,
/la entrevisión
de una muchacha que parecía un pierrot, vestida de harapos negros
a la espera de un viejo pascuero de las postrimerías del mundo
con su saco de heroína
Por las chimeneas brotaban nubecillas de nieve, en las vitrinas
/se congelaban
los desperdicios del veinticuatro de diciembre
(regalos para el próximo milenio)
En los cines sin nada pasaban películas de terror
Entró a uno de ellos, pero lo aterrador era el frío;
/lo emocionante estar allí
en la misma ciudad en que el operador ausente proyectaba
/en la pantalla
simulacro en blanco y negro
una maquette de Manhattan flotando en una palangana de agua helada
que emitía un resplandor boreal para luego desaparecer en él.
La película era muda como el poeta y la muchacha vestida de negro que
le devolvió, por fin, la mirada en la oscuridad
Una mirada obviamente glacial, un cuchillo que podía desprender
/el alma del cuerpo
sin dolor
la boca un escupo de sangre lanzado sobre el petrificado montón
/de nieve y todo eso
que significaba graciosamente el horror.
Al salir del cine sin haber conseguido romper el hielo que lo separaba de todo
vio cómo el aire convertido en un solo bloque
oscilaba de un lado para otro, aunque este fenómeno pasara desapercibido
pues el cielo estaba más que transparente
Y se dispuso a participar de la congelación general.
Enrique Lihn (Santiago de Chile, 1919-1988), Al bello aparecer de este lucero, Lom Ediciones, Santiago de Chile, 1997 (Primera edición: Ediciones del Norte, EE.UU., 1983)
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Ilustración: La última cena, Andy Warhol, 1984
De Lihn en este blog:
Para Andrea
de Estación de los desamparados
La revolución es
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