lunes, junio 05, 2023

Richard Murphy / Focas en High Island



La calamidad de las focas comienza con mandíbulas.
Nacidas en cavernas que reverberan
con la malicia sin fin de la lengua del mar
golpeando los guijarros, aprenden a responder ladrando
con  miedo y tristeza y celebración.
La boca del océano se abre cuarenta pies de ancho
y se cierra con un bocado sobre su roca. 

Mecidos por el empuje y la caída negra de la marea,
un macho gris manchado y una hembra atigrada
copulan en el agua verde de la cala.
Observo desde lo alto de un acantilado, tratando de no moverme.
A veces se sumergen y se unen en negros bajíos;
luego asoman por aire, el hocico de él en el cuello de ella,
sus aletas entrelazadas como una cola de pez. 

Ella abre su boca feroz como una flor escarlata
llena de semillas blancas; la mantiene abierta un buen rato
al estallido del sol en la música de su amor;
y llora un poco. Pero debo recordar
qué lejos están sus sentimientos de los míos abandonados.
Si hay lágrimas en esta santa ceremonia
los de ellos son causadas por salmuera y las mías por la brisa. 

Cuando el gran macho retira su vara, ésta brilla
como una vela de cornalina engastada en jade.
La hembra llega a la orilla para alimentar a su cría;
mientras que un viejo rival, mirando el hecho con odio,
nada para atacar al exhausto dios triunfante.
Asoman la cabeza por encima del hirviente oleaje,
sus terribles fauces se abren, chorreando sangre. 

Al anochecer arrastran y lloran a los ahogados,
tocando tristemente al mar su último cuarteto,
un réquiem improvisado que embelesa
la razón, mientras rasga la escala como una red:
Dan lástima temblando por la columna vertebral rocosa
de promontorios, hasta que la amarga lengua del océano
se hincha en su cala y ahoga su dulce canto.

Richard Murphy (County Mayo, Irlanda, 1927 - Sri Lanka, 2018), High Island, Faber, Londres, 1974
Traducción de Jorge Fondebrider




Seals at High Island 

 The calamity of seals begins with jaws.
Born in caverns that reverberate
With endless malice of the sea's tongue
Clacking on shingle, they learn to bark back
In fear and sadness and celebration.
The ocean's mouth opens forty feet wide
And closes on a morsel of their rock. 

Swayed by the thrust and blackfall of the tide,
A dapped grey bull and a brindled cow
Copulate in the green water of cove.
I watch from a cliff-top, trying not to move.
Sometimes they sink and merge into black shoals;
Then rise for air, his muzzle on her neck,
Their winged feed intertwined as a fishtail. 

She opens her fierce mouth like a scarlet flower
Full of white seeds; she holds it open long
At the sunburst in the music of their loving;
And cries a little. But I must remember
How far their feelings are from mine marooned.
If there are tears at this holy ceremony
Theirs are caused by brine and mine by breeze. 

When the great bull withdraws his rod, it glows
Like a carnelian candle set in jade.
The cow ripples ashore to feed her calf;
While an old rival, eyeing the deed with hate,
Swims to attack the tired triumphant god.
They rear their heads above the boiling surf,
Their terrible jaws open, jetting blood. 

At nightfall they haul out, and mourn the drowned,
Playing to the sea sadly their last quartet,
An improvised requiem that ravishes
Reason, while ripping scale up like a net:
Brings pity trembling down the rocky spine
Of headlands, till the bitter ocean's tongue
Swells in their cove, and smothers their sweet song.

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