Stabat Mater
(Fragmentos)
Sobre la mesa, se desprende la luz
de la crisálida: un solo candil, una sola llama,
y en la penumbra de los presagios
los mismos invitados se sientan a comer,
o se sientan a vivir, a convivir, a calumniar, uno a otro,
con la salud desollada de secretos,
y vuelven la mirada cotidiana
al siglo soberano de los cuerpos.
Sobre la mesa, extendida, la noche está humillada,
todos, en el hilo secreto del río que no se encuentra,
esperamos al fin que resucite,
que regrese a nosotros el hijo de verdad, el redundante.
Dice el réprobo, con mis palabras,
dice la herida que sigue estando aquí,
y dice el ojo,
sus vértices marinos, sus cifras aladas;
dice el esposo, otra vez, dejando asombros
tan lentos como la línea, tan altos como el sofisma;
dice la tortura del verbo, la propiedad futura,
la justicia fiel que te va dejando.
Y no es sino enlutada geometría.
(...)
Un dios que siempre huye es nuestro dios,
está siempre en el dónde, donde se deja ver,
está en la precisión, en la última delicia del compás.
Un dios que se vuelve sed en los principios,
que se deja vivir en la insistencia,
un dios todo divino que sucede,
como un fulgor desprendido de otro cuerpo
y que es ese dolor que descubro cuando le hablo.
Es un dios que huye de sus partes, que va,
despedazado, a vivir entre dos hechos fugaces,
entre la vez y la otra vez, como dos veces
que no encuentran la mirada en ningún ojo.
Es un dios que parpadea, que crece callado
como barba florida que ningún profeta reconoce;
es un dios pura espuma entre la piedra
que tiene en el insomnio su epitafio,
y que huye, quizás como la holanda
donde vive la esposa abandonada,
donde se ofrece en pura luz
al deseo que no es mío y que me encarna.
Lo descubro ¿y dónde? ¿y lo dejo de ver?
Necesito el dónde, lo que puede ser ese compás,
la línea eterna de su estar huyendo.
Necesito de nuevo dejarlo en sus orillas, que aparezcan
los principios, las insistencias
de los hechos mismos, el fulgurante
desprendimiento de los cuerpos. ¿Dónde puedo
decir que lo descubro? Es un poder, es un decir,
que tú y yo sabemos que su estancia está siempre en las partes
y que las partes no están dónde está el dónde.
Y otra vez preguntan los principios por las partes,
por las primeras donde se repite el más de la tragedia,
el deseo de no ser luz junto a ti,
de ser sólo mi máscara, la espuma donde cae
esa barba florida que ni el mismo Tiresias reconoce,
y aquella parte del ser donde el ojo
no puede ver el ojo, donde el ojo no es mirada
sino parte, parte de un ojo capaz de ser dolor,
de doler como parte de un principio.
¿Dónde está el silencio para estar en la crisálida?
¿Y por qué se dice demasiado tarde
como la arena persistente donde sueña la esposa
el tejido de la sal en la voz nunca?
Parto copioso, equilibrio feroz,
donde no quiero ser luz si estoy para siempre junto a ti,
quiero solamente quizás el grito mirando su caída,
y a ti junto a la tierra, la tierra del padre que ya fui,
la tierra que ha ido, sin luz, resucitando.
Jorge Aguilar Mora (Chihuahua, 1946), Stabat Mater, Ediciones Era, México DF, 1996
Nota: El título del poema alude al Stabat Mater del siglo XIII, atribuido al franciscano Jacopone da Todi, que describe el dolor de la Virgen ante el Hijo crucificado.
Foto: Aguillar Mora, México DF, 2009 Cafebrería S&L
(Fragmentos)
Sobre la mesa, se desprende la luz
de la crisálida: un solo candil, una sola llama,
y en la penumbra de los presagios
los mismos invitados se sientan a comer,
o se sientan a vivir, a convivir, a calumniar, uno a otro,
con la salud desollada de secretos,
y vuelven la mirada cotidiana
al siglo soberano de los cuerpos.
Sobre la mesa, extendida, la noche está humillada,
todos, en el hilo secreto del río que no se encuentra,
esperamos al fin que resucite,
que regrese a nosotros el hijo de verdad, el redundante.
Dice el réprobo, con mis palabras,
dice la herida que sigue estando aquí,
y dice el ojo,
sus vértices marinos, sus cifras aladas;
dice el esposo, otra vez, dejando asombros
tan lentos como la línea, tan altos como el sofisma;
dice la tortura del verbo, la propiedad futura,
la justicia fiel que te va dejando.
Y no es sino enlutada geometría.
(...)
Un dios que siempre huye es nuestro dios,
está siempre en el dónde, donde se deja ver,
está en la precisión, en la última delicia del compás.
Un dios que se vuelve sed en los principios,
que se deja vivir en la insistencia,
un dios todo divino que sucede,
como un fulgor desprendido de otro cuerpo
y que es ese dolor que descubro cuando le hablo.
Es un dios que huye de sus partes, que va,
despedazado, a vivir entre dos hechos fugaces,
entre la vez y la otra vez, como dos veces
que no encuentran la mirada en ningún ojo.
Es un dios que parpadea, que crece callado
como barba florida que ningún profeta reconoce;
es un dios pura espuma entre la piedra
que tiene en el insomnio su epitafio,
y que huye, quizás como la holanda
donde vive la esposa abandonada,
donde se ofrece en pura luz
al deseo que no es mío y que me encarna.
Lo descubro ¿y dónde? ¿y lo dejo de ver?
Necesito el dónde, lo que puede ser ese compás,
la línea eterna de su estar huyendo.
Necesito de nuevo dejarlo en sus orillas, que aparezcan
los principios, las insistencias
de los hechos mismos, el fulgurante
desprendimiento de los cuerpos. ¿Dónde puedo
decir que lo descubro? Es un poder, es un decir,
que tú y yo sabemos que su estancia está siempre en las partes
y que las partes no están dónde está el dónde.
Y otra vez preguntan los principios por las partes,
por las primeras donde se repite el más de la tragedia,
el deseo de no ser luz junto a ti,
de ser sólo mi máscara, la espuma donde cae
esa barba florida que ni el mismo Tiresias reconoce,
y aquella parte del ser donde el ojo
no puede ver el ojo, donde el ojo no es mirada
sino parte, parte de un ojo capaz de ser dolor,
de doler como parte de un principio.
¿Dónde está el silencio para estar en la crisálida?
¿Y por qué se dice demasiado tarde
como la arena persistente donde sueña la esposa
el tejido de la sal en la voz nunca?
Parto copioso, equilibrio feroz,
donde no quiero ser luz si estoy para siempre junto a ti,
quiero solamente quizás el grito mirando su caída,
y a ti junto a la tierra, la tierra del padre que ya fui,
la tierra que ha ido, sin luz, resucitando.
Jorge Aguilar Mora (Chihuahua, 1946), Stabat Mater, Ediciones Era, México DF, 1996
Nota: El título del poema alude al Stabat Mater del siglo XIII, atribuido al franciscano Jacopone da Todi, que describe el dolor de la Virgen ante el Hijo crucificado.
Foto: Aguillar Mora, México DF, 2009 Cafebrería S&L
Qué alegría que la obra de un excelente poeta como Jorge Aguilar Mora comience a circular en nuestro país!
ResponderBorrarUn abrazo
María del Carmen Marengo