Rehabilitación
Aprovecho el más antiguo derecho de la imaginación
y por primera vez en la vida convoco a los muertos,
observo sus rostros, escucho sus pasos,
aunque sé que el que ha muerto ha muerto de verdad.
Ya es hora de tomar nuestra propia cabeza entre las manos
y decirle: pobre Yorick, ¿dónde está tu ignorancia,
dónde tu confianza ciega, dónde tu ingenuidad,
tu ya-saldrá-de-alguna-forma, el equilibrio de tu alma
entre la verdad comprobada y la no comprobada?
Creí en su traición, creí en que no merecen nombre
ya que la mala hierba se burla de sus desconocidas tumbas
y los imitan los cuervos y las nevascas se mofan de ellos
—pero éstos fueron, Yorick, sólo falsos testigos.
La eternidad de los muertos dura
mientras se les paga con memoria,
moneda inestable. Y no hay día
en que alguien no pierda su eternidad.
Hoy de la eternidad sé aún más:
se puede dar y quitar.
Al que se ha llamado traidor
tiene que morir junto con su nombre.
Pero nuestro poder sobre los muertos
exige una balanza imperturbable:
para que el juicio no se haga de noche
y para que el juez no esté desnudo.
La tierra hierve y ellos, que ya son tierra,
se levantan, terrón tras terrón, puñado a puñado,
salen del silencio, vuelven a sus nombres,
a la memoria del pueblo, a los laureles y aplausos.
¿Dónde está mi poder sobre las palabras?
Las palabras cayeron al fondo de las lágrimas,
palabras, palabras incapaces de resucitar a la gente,
descripción muerta como una fotografía junto al resplandor del magnesio.
Y ni siquiera a un mínimo aliento los puedo despertar
yo, Sísifo asignado al infierno de la poesía.
Vienen hacia nosotros. Y filosos como diamantes
—en las vitrinas brillosas por enfrente,
en las ventanas de acogedores departamentos,
en los lentes rosados, en los vasos,
cerebros, corazones— calladamente van cortando.
Llamando al Yeti, 1957
[GB]
El odio
Miren qué buena condición sigue teniendo
qué bien se conserva
en nuestro siglo el odio.
Con qué ligereza vence los grandes obstáculos.
Qué fácil para él saltar, atrapar.
No es como otros sentimientos.
Es al mismo tiempo más viejo y más joven.
Él mismo crea las causas
que lo despiertan a la vida.
Si duerme, no es nunca un sueño eterno.
El insomnio no le quita la fuerza, se la da.
Con religión o sin ella,
lo importante es arrodillarse en la línea de salida.
Con patria o sin ella,
lo importante es arrancarse a correr.
Lo bueno y lo justo al principio.
Después ya agarra vuelo.
El odio. El odio.
Su rostro lo deforma un gesto
de éxtasis amoroso.
Ay, esos otros sentimientos,
debiluchos y torpes.
¿Desde cuándo la hermandad
puede contar con multitudes?
¿Alguna vez la compasión
llegó primero a la meta?
¿Cuántos seguidores arrastra tras de sí la incertidumbre?
Arrastra solo el odio, que sabe lo suyo.
Talentoso, inteligente, muy trabajador.
¿Hace falta decir cuántas canciones ha compuesto?
¿Cuántas páginas de la historia ha numerado?
¿Cuántas alfombras de gente ha extendido,
en cuántas plazas, en cuántos estadios?
No nos engañemos,
sabe crear belleza:
espléndidos resplandores en la negrura de la noche.
Estupendas humaredas en el amanecer rosado.
Difícil negarle patetismo a las ruinas
y cierto humor vulgar
a las columnas vigorosamente erectas entre ellas.
Es un maestro del contraste
entre el estruendo y el silencio,
entre la sangre roja y la blancura de la nieve.
Y ante todo, jamás le aburre
el motivo del torturador impecable
y su víctima deshonrada.
En todo momento, listo para nuevas tareas.
Si tiene que esperar, espera.
Dicen que es ciego. ¿Ciego?
Tiene el ojo certero del francotirador
Y solamente él mira hacia el futuro
con confianza
Fin y principio, 1993
[GB]
Wislawa Szymborska (Kórnik, Polonia, 1923-Cracovia, Polonia, 2012),Poesía no completa, edición y traducción de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 2014
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Foto: New Directions
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