sábado, enero 22, 2022

José María Alvarez / De "Museo de cera", 2





Príncipe de las tinieblas

                 Maldición! Estamos rodeados!
                                           De algún libro

El limpio cielo
Del Sur El calor de una copa
Mientras escucho a Mozart
Las telas de Velázquez o Rousseau
Estas playas en calma que contemplo
Y aquellas que en Homero
O con Virgilio he divisado tantas veces
Quienes me amaron y yo amé
La lealtad que mi alma
Guarda a determinados
Paisajes rostros libros
La luz de la cabecera de mi cama
Y en ella Stevenson Montaigne
Cervantes Tácito Stendhal
Shakespeare o Borges
Mi cuerpo y mi destino
Que acepto
Eso es todo 


Bell de jour

                 Descálzate y camina sin miedo hasta la cama
                                                                      John Donne


Oh Ángel de esta noche
Bajo el cielo del Sur

Llena otra vez mi copa

Permite a mis sentidos renacer
Gozar de nuevo el cuerpo
De esta mujer que me acompaña
El resplandor de los jazmines en la calma
El avance sereno
Del amanecer que se avecina

Permíteme fumar un último cigarro
Mientras contemplo el mar y la llanura
La ciudad que descansa como un perro
El paso antiguo de los barcos
Sobre la claridad que empieza a levantarse

Permíteme beber la última copa
Y esta embriaguez sagrada El cuerpo
Caliente
De esta mujer Mi vida
Como una música lejana
Sean el telón de fondo
De este momento en que saber
Alcanza su equilibrio
                   entierra
Los ojos del destino
                   Y todo ya angustia cárcel
Persecución amores gloria derrota o luz
Se confunden borrosos
En el bajorrelieve


Meditación
                               Siempre estoy asombrado de mí mismo
                                                                          Oscar Wilde

No hay sabiduría en el más allá.
Ni aquí. Y será lo que fue.
Sé que no hay nada
más allá de la tierra que piso,
del mar o el cielo que contemplo,
de mi cuerpo que extraño.
¿A qué, entonces, responde la eternidad
que mora en mi corazón?


Lectura de Virgilio

                         -No. No con agua. La quiero del mismísimo temple de la Muerte
                                                                                                      Herman Melville
                           Para John le Carré

Sentado en mi terraza yo leía
la Eneida, el corazón prendido
en su belleza recia y broncínea.
De pronto sucedió uno de esos momentos
cuya plenitud sensual es el lazo más hondo
con el misterio que acaso somos.
Leía el Libro VIII, cuando ese verso:
“Devexo interea propior fit vesper Olympo”.
Su belleza me arrebató, como una ola
que te toma bañándote y te eleva.
Y de repente, todo, cuanto me envolvía y yo
ya no existíamos sino por esa
belleza:
DEVEXO INTEREA PROPIOR FIT VESPER OLYMPO.
Cómo traducir la intensidad de esa curvatura
del cielo por la que asciende
ese lucero de la tarde.
También la tarde del mundo estaba muriendo
en sus últimas ascuas. Y yo sentí
su incendio en mi piel, y los cielos y la tierra
se tiñeron de rojo, como si esa estrella
que desde el libro ascendía sobre el poniente
fuera arañada por las cumbres de oro. 

José María Alvarez (Cartagena, España, 1942), Museo de cera, segunda edición completa, Renacimiento, Sevilla, 2016


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