domingo, junio 19, 2016

Giuseppe Ungaretti / La piedad
















1

Soy un hombre herido.

Y me quisiera ir
Y finalmente llegar,
Piedad, donde se escucha
Al hombre que está solo consigo.

No tengo más que soberbia y bondad.

Y me siento exiliado entre los hombres.

Pero por ellos sufro.

¿Acaso no soy digno de volver en mí?

He poblado de nombres el silencio.

¿He hecho pedazos corazón y mente
Para caer en servidumbre de palabras?

Reino sobre fantasmas.

Oh, hojas secas,
Alma llevada aquí y allá...

No, odio al viento y su voz
De bestia inmemorial.

Dios, los que te imploran
¿No te conocen ya más que de nombre?

Me has expulsado de la vida.

¿Me expulsarás de la muerte?

Quizá el hombre sea también indigno de esperar.

¿Hasta la fuente del remordimiento está seca?

Qué importa el pecado,
Si ya no conduce a la pureza.

La carne recuerda apenas
Que ha sido fuerte alguna vez.

Está loca y gastada, el alma.

Dios, mira nuestra debilidad.

Quisiéramos una certeza.

¿Ya ni siquiera te ríes de nosotros?

Y compadécenos, entonces, crueldad.

Ya no puedo más de estar amurallado
En el deseo sin amor.

Muéstranos un indicio de justicia.

¿Cuál es tu ley?

Fulmina mis pobres emociones,
Libérame de la inquietud.

Estoy cansado de clamar sin voz.


2

Melancólica carne
Donde una vez brotó la alegría,
Ojos entreabiertos del despertar cansado,
¿Tú ves, alma demasiado madura,
Al que seré, caído en la tierra?

Está en los vivos el camino de los muertos,

Nosotros somos el aluvión de sombras,

Ellas son el trigo que nos estalla en sueños,

Suya es la lejanía que nos queda,

Y suya es la sombra que da peso a los nombres.

¿La esperanza de un cúmulo de sombra
Y sólo eso es nuestra suerte?

¿Y tú no serías más que un sueño, Dios?

Al menos queremos, temerarios,
Que un sueño se te parezca.

Es fruto de la demencia más clara.

No tiembla entre nubes de ramas
Como gorriones en la mañana
Al filo de los párpados.

En nosotros está y languidece, llaga misteriosa.


3

La luz que nos hiere
Es un hilo cada vez más sutil.

¿Ya no deslumbras tú, si no matas?

Dame esta alegría suprema.


4

El hombre, monótono universo,
Cree aumentar los bienes
Y de sus manos febriles
No salen sin fin más que límites.

Aferrado sobre el vacío
A su hilo de araña,
No teme ni seduce
sino a su propio grito.

Remedia el desgaste levantando tumbas,
Y para pensarte, Eterno,
No tiene más que blasfemias.

Giuseppe Ungaretti (Alejandría, Egipto, 1888 - Roma, 1970), Vida de un hombre (Poesía completa), traducción de Carlos Vitale, Ediciones Igitur, Tarragona, 2015

Foto: Libriantichionline


La pietà

1

Sono un uomo ferito.

E me ne vorrei andare
E finalmente giungere,
Pietà, dove si ascolta
L’uomo che è solo con sé.

Non ho che superbia e bontà.

E mi sento esiliato in mezzo agli uomini.

Ma per essi sto in pena.
Non sarei degno di tornare in me?

Ho popolato di nomi il silenzio.

Ho fatto a pezzi cuore e mente
Per cadere in servitù di parole?

Regno sopra fantasmi.

O foglie secche,
Anima portata qua e là...

No, odio il vento e la sua voce
Di bestia immemorabile.

Dio, coloro che t’implorano
Non ti conoscono più che di nome?

M’hai discacciato dalla vita.

Mi discaccerai dalla morte?

Forse l’uomo è anche indegno di sperare.

Anche la fonte del rimorso è secca?

Il peccato che importa,
Se alla purezza non conduce più.

La carne si ricorda appena
Che una volta fu forte.

È folle e usata, l’anima.

Dio, guarda la nostra debolezza.

Vorremmo una certezza.

Di noi nemmeno più ridi?

E compiangici dunque, crudeltà.

Non ne posso più di stare murato
Nel desiderio senza amore.

Una traccia mostraci di giustizia.

La tua legge qual è?

Fulmina le mie povere emozioni,
Liberami dall’inquietudine.

Sono stanco di urlare senza voce.


2

Malinconiosa carne
Dove una volta pullulò la gioia,
Occhi socchiusi del risveglio stanco,
Tu vedi, anima troppo matura,
Quel che sarò, caduto nella terra?

È nei vivi la strada dei defunti,

Siamo noi la fiumana d’ombre,

Sono esse il grano che ci scoppia in sogno,

Loro è la lontananza che ci resta,

E loro è l’ombra che dà peso ai nomi.

La speranza d’un mucchio d’ombra
E null’altro è la nostra sorte?

E tu non saresti che un sogno, Dio?

Almeno un sogno, temerari,
Vogliamo ti somigli.

È parto della demenza più chiara.

Non trema in nuvole di rami
Come passeri di mattina
Al filo delle palpebre.

In noi sta e langue, piaga misteriosa.


3

La luce che ci punge
È un filo sempre più sottile.

Più non abbagli tu, se non uccidi?

Dammi questa gioia suprema.


4

L’uomo, monotono universo,
Crede allargarsi i beni
E dalle sue mani febbrili
Non escono senza fine che limiti.

Attaccato sul vuoto
Al suo filo di ragno,
Non teme e non seduce
Se non il proprio grido.

Ripara il logorio alzando tombe,
E per pensarti, Eterno,
Non ha che le bestemmie.

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