martes, enero 26, 2010

De Archivo / Tuñón


de archivo

Raúl González Tuñón

El que escribe estas líneas redactó más de un artículo sobre Raúl González Tuñón. Nunca supo si lo hacía como periodista, como poeta, para defender posiciones o para atacarlas. Ahora que se cumplen veinte años de la muerte de Raúl [1994], desea empezar esto de otro modo. Y el deseo es decir: “Sea lo que yo sea, Tuñón fue mi maestro”.
Fue parte de una estirpe de intelectuales y hombres de acción que crearon una tradición secreta, tal vez ya desaparecida. Representaban una pureza que no he visto nunca más en mi vida. Vivían en la austeridad y con alegría. Fueron gurúes literarios y políticos, pero imprimieron a dos generaciones de periodistas y escritores una concepción de las cosas que trascendía la doctrina. Una actitud inmanente: aquellos hombres levitaban.
No es una simple cuestión personal que yo los recuerde en una crónica sobre Raúl. Quisiera mostrar, a través de mi experiencia, que ya no hubo, en el país, maestros de aquella naturaleza. Hombres que hayan marcado a nadie con gestos que creaban una nueva realidad. No fui únicamente testigo de la existencia de hombres así. Que yo sea producto de estos hombres, cuya presencia está viva aún, incluso en mis decisiones más íntimas, subraya que han pasado, para peor o para mejor, los tiempos de tan brutales transferencias.
Estos hechos poseían alguna magia. Cómo puede ser, me pregunto hoy, que las inscripciones en las paredes de París, en 1968, tuvieran un espíritu que misteriosamente se relacionaba con Tuñón. Y cómo puede ser que haya, involuntariamente, algo del Tuñón de "Surprise party en Doorn" o del de la canción a George Brantcroft o del de los poemas rojos a Octubre, en Los Redonditos de Ricota. Y cómo puede ser que haya, sin que ellos lo sepan, jirones de Tuñón en el caprichoso blues sobre el tema folclórico del arriero, de Divididos. El violín del diablo (1926), La calle del agujero en la media (1930), Todos bailan (1935), Versos para el atril de una pianola (1965), El rumbo de las islas perdidas (1969): títulos para orientarse, como puntos luminosos, en un autor que mezcló el music-hall, la copla, el himno, el blues, el vals criollo y el tango más simple, a pura guitarra, si se me permiten estas analogías musicales para describir los matices de sus textos.
Los chicos podrán amar siempre a Tuñón, como él amó al Gran Meaulnes. Tengo frente a mí, ahora, una página de la revista Así, en la que hay una foto del entierro de Tuñón el 15 de agosto de 1974. Los muchachos que sostienen el féretro, entre ellos, su hijo, Fito, tienen el pelo largo, pantalones de botamangas acampanadas y sobretodos de solapas anchas y redondeadas, como los de Los Beatles en El submarino amarillo. No parece una casualidad.
Unos días antes, lo fui a ver al hospital. No recuerdo cuál era, pero al atravesar un patio de aquella ruina descascarada, vi a un enfermo asomado a una ventana entre dos plantas de malvón. Tuve la misma impresión que cuando caminaba la primera cuadra de la calle Amenábar para ir a su casa. La primera vez que lo hice, junto con Daniel Freidemberg y Marcelo Cohen, recorrimos todo a lo largo un muro penetrado de humedad, y desde atrás del muro llegaba la música inesperada de una bandita de plaza. Después, tuvimos aquella sorpresa que todos vivieron cuando iban a su departamento -135 de Amenábar, planta baja, al fondo-: el tren pasaba a dos metros de la ventana del comedor, en el que había sólo una mesa cuadrada y unas bibliotecas, y, contra los lomos de los libros, el retrato de Baudelaire –"el padre de la poesía moderna", decía siempre, como si fuera la primera vez-. Todo esto me parece una organización de hechos casuales.
Lo que enseñaba no estaba en las palabras que decía en esos encuentros. Palabras que, mil veces repetidas, eran sólo relumbrones que insistían en hacernos ver a César Vallejo, cantando la Internacional, con el puño en alto, en el tren que llevaba a un grupo de escritores a un congreso de intelectuales en Madrid, durante los años agónicos de la República; o a Bertolt Brecht, miope y vestido con mameluco azul, fumando un habano durante las sesiones de ese Congreso; o a Hemingway, con la cara colorada de risa, después de disparar contra un conejo y provocar un zafarrancho de combate en el frente de Madrid.
Quiero decir: este submundo, este trasmundo en el que vivía, era una realidad que nade dejaba de percibir, no en el sentido de aquellas palabras, sino en el encantamiento que provocaban. Tuñón estaba en las barricadas de París, en 1968, porque sin duda para él, y quizá en mayor grado que para los surrealistas, la poesía era un modo de vivir. Y ya lo de modo, manera, forma, me va molestando. No una forma, sino la vida tal como es, como se presenta en un satori.
Raúl aprendió esta manera oriental de percibir el movimiento contradictorio y espiritual de la cosas en los tugurios del Paseo de Julio, hoy avenida Leandro Alem; y fue más que surrealista sin conocer a los surrealistas; y decía que había aprendido a escribir leyendo a Baudelaire en malas traducciones y al poeta anarquista porteño Héctor Pedro Blomberg; y superponía Chilecito y París, los puertos petroleros y las alucinaciones del teatro de marionetas; y trasmitía esa rara percepción de un mundo borrascoso y a la vez íntimo y misterioso. Y era, sin embargo, un hombre. Pero no podía, por eso, ser menos que un hombre ético, que vivía honestamente sin hacer gala de su honestidad. No se poseía. No era dueño de sí. Descreía profundamente de su magisterio y de cualquier destino.
San Juan de la Cruz debió explicar a la Iglesia, pero quizá también a sí mismo, que sus "ínsulas extrañas" remitían a Dios. Tuñón, que se decía panteísta, sabía que Dios está en cada fragmento, como fragmento y como un todo. Había cambiado la palabra Dios por la palabra futuro. Y usaba el término saudade no como equivalente de nostalgia, sino como el que define esa sensación de añoranza por lo que siempre está ocurriendo y escapando hacia adelante.
Finura, precisión, lirismo, imaginación alucinada, sobriedad porteña y amor por hampones, revolucionarios, conspiradores, marinos, contrabandistas y personajes de circos de mala muerte, conocidos en la realidad, integraban un registro de súper ficción, que lo hace testimonio del proceso en que se forjó parte de la cultura argentina: reciclajes, costuras; y lo hermana en espíritu con Brecht, el de La ópera de tres centavos: "No digan la verdad como césares –mañana habrá pan-, sino como Lenin: mañana estaremos perdidos, a menos que..."
En este hilo tendido sobre una alegre catástrofe de letras, de ideologías, de paisajes y visiones, vividos de veras, pero extremadamente ficcionalizados, se balanceaba Raúl, el funámbulo. Un sabio y un santo. Alguien a quien sólo se puede llamar maestro en ese amplio sentido cultural y religioso que elude la solemnidad y la jerarquía.

Jorge Aulicino
Clarín, Cultura y Nación, Buenos Aires, 18 de agosto de 1994

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Foto: Archivo de Clarín

5 comentarios:

  1. Buscando a Auden encontré tu blog, excelente..!! un pedido: la traduccion de "Stop all the clocks.." hecha x R Costa Picazo, la tenes..?? sino subí alguna otra buena, por favor...!! Saludos. L

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  2. Extraordinario rescate, Jorge. Y tus palabras, más que prosa, parecen un epitafio. Me acuerdo que Juan Ortiz decía que para él la imagen del poeta argentino era Tuñón. Y todavía sigue siendo así, como lo demuestra tu texto después de tantos años. Me conmovió leerlo. Gracias.

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  3. Querido Jorge, lamento profundamente no haber leído éste texto en el 94', apenas tenía 16 años y era más tonto de lo que soy hoy día con 31 años. Pero quedo emocionado con tus palabras.
    Tuñon es, junto con Gelman -a mi gusto y placer y vivencia- uno de los poetas que más me conmueven y me ayudan a vivir día a día. Gracias por este post.

    Una vez me encontré con un hombre mucho mayor que yo y me relató la anécdota de que Raúl estaba en españa en épocas de la Guerra y en una reunión se anunción que habría de leerse un poema de un 'compañero' -porque nadie ahí sabía quién era el autor- llamado "La rosa blindada" y Raún estaba allí presente. ¡Qué mejor gloria para todo poeta que pueda sucederte festejo tal!

    Te mando un abarazo grande de éste argentino en 'Chilito'.

    Gracias otra vez.
    Manuel.

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  4. Gracias por los comentarios. Para L: subí algunas versiones buenas de Auden por Costa Picazo, fijate. La que mencionás, irá en otra tanda.

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  5. Querido administrador, ahora, ya que casi todo es una efeméride, a 34 años de ese agosto, podría decirse que todo o nada ha cambiado y las dos cosas serían verdad, por no decir taxativamente que son verdad. Al menos, la letra o la música de esa canción que queda ("todo, menos la canción", decía Raúl), lo que resuena ahora, quizá distorsionada, vejada, por qué no decirlo, incluso traicionada, por qué no decirlo, ¿no?, por los unos o los otros, eso que resuena, digo, es la campanilla, la sortija que nos ofreció Tuñón y a la que unos y otros aún estiramos la mano. Le agradezco esta "entrada", "post", como se llame, Irene

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