jueves, febrero 09, 2023

W.H. Auden / Lo primero es lo primero



Desvelado, yací en los brazos de mi propio calor y escuché
una tormenta que paladeaba su condición de tormenta en la oscuridad invernal
hasta que mi oído, como ocurre cuando estoy medio dormido o medio sobrio,
se afanó en desentrañar ese alboroto exclamativo,
trocando sus etéreas vocales y acuosas consonantes
en un discurso de amor indicativo de un Nombre Propio.

Difícilmente la lengua que hubiera escogido yo, y sin embargo, en la medida
en que lo permitían la estridencia y la torpeza, te elogiaba,
reconociéndote como una criatura divina de la Luna y el Viento del Oeste
con poder para domar monstruos reales e imaginarios,
comparando tu aplomo vital con un condado montañés,
verde a posta por aquí, por allá puro azul por si trajera suerte.

A pesar de lo estruendoso que era, a solas como sin duda me encontró,
reconstruyó un día de silencio peculiar
en que un estornudo podría haberse oído a una milla, y me permitió caminar
sobre un promontorio de lava a tu lado, la ocasión tan eterna
como la mirada de cualquier rosa, tu presencia exactamente
tan singular, tan valiosa, tan allí, tan ahora.

Todo ello, además, a una hora en la que más a menudo de lo que quisiera
un diablo sonriente me molesta en hermoso inglés,
prediciendo un mundo en el que todo lugar sagrado
es un yacimiento cubierto de arena al que acuden todos los tejanos cultos,
desinformados y desplumados por sus guías,
y todos los corazones mansos se han extinguido cual Obispos Hegelianos.

Agradecido, dormí hasta una mañana que no dijo
cuánto creía de lo que, según yo, había dicho la tormenta
sino que discretamente hizo que me fijara en lo que había hecho
-unos cuantos metros cúbicos más en mi cisterna
contra un verano leonino-, estableciendo prioridades:
miles han vivido sin amor, nadie sin agua.

W. H. Auden (York, Inglaterra, 1907-Viena, 1973), Zenda, 20 de enero de 2020
Traducción de Eduardo Iriarte



First Things First

by W. H. Auden

Woken, I lay in the arms of my own warmth and listened
To a storm enjoying its storminess in the winter dark
Till my ear, as it can when half-asleep or half-sober,
Set to work to unscramble that interjectory uproar,
Construing its airy vowels and watery consonants
Into a love-speech indicative of a Proper Name. 

Scarcely the tongue I should have chosen, yet, as well
As harshness and clumsiness would allow, it spoke in your praise,
Kenning you a god-child of the Moon and the West Wind
With power to tame both real and imaginary monsters,
Likening your poise of being to an upland county,
Here green on purpose, there pure blue for luck. 

Loud though it was, alone as it certainly found me,
It reconstructed a day of peculiar silence
When a sneeze could be heard a mile off, and had me walking
On a headland of lava beside you, the occasion as ageless
As the stare of any rose, your presence exactly
So once, so valuable, so very now. 

This, moreover, at an hour when only to often
A smirking devil annoys me in beautiful English,
Predicting a world where every sacred location
Is a sand-buried site all cultured Texans do,
Misinformed and thoroughly fleeced by their guides,
And gentle hearts are extinct like Hegelian Bishops. 

Grateful, I slept till a morning that would not say
How much it believed of what I said the storm had said
But quetly drew my attention to what had been done
—So many cubic metres the more in my cistern
Against a leonine summer—, putting first things first:
Thousands have lived without love, not one without water.

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