viernes, noviembre 03, 2017

Ai / Dos hermanos

















Una Ficción

1
La noche cierra su soga.
Nadás hacia mí, salís del sueño
como una anguila
cuando pongo el frasco
a tu lado en la cama.
La muerte me pegó
como la palma de una mano, Bobby.
Imaginate que estás hecho de cristal
y alguien te punza como al hielo
y te rompés,
todas tus células
se desesperan, casi;
es tan bueno. Dallas. Dallas.
Giro hacia la ventana,
luego hacia vos.
¿Te acordás de ese dibujo de colores
de John-John
el humo negro saliendo por el techo
de la Casa Blanca
como rulos de pelo negro?
¿De cómo Jackie le pegó en la mano
y le dibujó otro
con ángeles elevándose?
¿Nuestra propia infancia?
Días tranquilos y elegantes.
La buena vida nos chupaba
más y más adentro
hacia su centro líquido y caliente,
donde, sazonados con la dicción correcta,
colegios y política
íbamos a freirnos crocantes y libres de grasa.
Rey por un día,
eso era.
Yo manejaba el poder,
el Cadillac de oro macizo.
Sí, dale. Fruncí el ceño.
Hablame del pecado del orgullo
y yo te voy a hablar
de la mentira del perdón.
No me mató Oswald,
fue la envidia.

2
“Tengo un sueño, Jack“, decís.
“Estoy en Arlington. Es el atardecer.
Miles de placas funerarias
salen de la tierra
como brazos de alabastro sucio.
Es acá, peregrino,
parecen decir.
Y de pronto estoy en una habitación.
Un hombre cuenta billetes verdes
tienen filo pueden cortar,
husmeo la tapa de un barril
espío
como si adentro hubiera pickles verde oscuro
o peces azul acero,
como si fuera un chico
en una calle llena de gente en Rusia
con una moneda en la mano
y en la otra, la mano de mi hermano.
Y mientras arrastro el pie
e intento decidir,
de lejos me llegan clarines, ruidos de pezuñas
veo la cabeza de mi hermano
salir de pronto de su cuerpo
como una pelotita color rosa
en un chorro de agua, rojo oscuro,
más allá de los techos
hacia el cielo sereno de la noche.
Yo soy ese chico, Jack,
que moja las manos
en el único barril en pie,
en el agua caliente como sangre,
con nada que decir a nadie,
salvo “Mi hermano es la luna“.

3
Adivinanzas, digo,
y levanto la tapa del frasco.
Saco una masa gris, húmeda,
la miro y la vuelvo a poner.
Algunas tribus de Africa
se comen los sesos de sus muertos.
Eso los une;
también los mata.
Bueno Bobby, lo que sea necesario, ¿no?
Miro por la ventana
las vetas rosa profundo del amanecer
rayan la espalda enorme del cielo
luego te alcanzan la cantimplora.
Levantás mi cerebro.
Después mordés, me incendio.
El aire huele a creosota
y me paro frente a vos,
la piel floja y rosa
mis heridas curadas.
Te abrazo
y entrás en mí, desaparecés…
Me miro en el espejo:
Jack Kennedy,
ahora más flaco, casi ascético,
uso el humo de los caños de escape de L.A.
como un traje de piel de tiburón,
mientras el cuarto de la luna
cuelga del cielo,
un péndulo en una cadena de oro. Mi trono.
Me alejo un poco y me hago la corbata.
Bobby, sólo se trata de un show.
Hay que saber entretener,
pararse como P. T. Barnum
en el centro mágico del ojo público,
bajarte los pantalones de vez en cuando
y que la gente pida más,
dárselo
aceptar los bises
hasta que, como el payaso de la canción de Piaf,
el show es todo lo que hay,
y los bravos, los bravos.
Les das lo que quieren, Bobby,
alguien a quien no pueden dejar de querer
como a un padre o a un tío,
alguien que con su mágica caída
los alce del barro
de todos los días de sus vidas.
Dios no hizo al hombre,
el hombre hizo a Dios.
Me aparto del espejo.
Mucha mierda, pibe, me digo.
Dales un milagro.
Dales Hollywood.
Dales Saint Jack.

Florence Anthony, Ai, (Albany, Estados Unidos, 1947-Stillwater, Estados Unidos, 2010), Vice: New & Selected Poems, Norton, New York, 1999
Traducción de Roberto Guareschi

Ref.:
Academy of Americans Poets
Standards
Poetry Foundation

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