Como prolegómeno, y en la sospecha de que la definición es menos teórica que práctica, invito a despejar supuestos y a ensayar algunas herejías:
1. Alejar, provisoriamente, a la poesía de las bellas artes, si es que, en el sentido decimonónico, se entiende por bellas artes a una sublimación de lo existente. Aproximarla a la ansiedad que precede a las vísperas y al desasosiego de saber que somos lo que nunca se ultima.
2. No esperar de la poesía el rasgo convencional de otras fuentes como la ley o la costumbre. La poesía no es convencional, aunque se valga del lenguaje –que parcialmente lo es- y esté en el dominio del pensamiento y de la imagen.
3. Comprender que la poesía no dice más de lo mismo: dice lo otro de lo mismo. A un mundo abarrotado de palabras, aporta una lengua que produce una nueva representación del mundo. Improductiva para el mercado, desconcertante para el lector no iniciado, peligrosa para los dictadores que desconfían de la utilización subrepticia del lenguaje, extralimita los contenidos del saber corriente y los sostiene con su presencia.
4. La poesía no nos saca de este mundo. Nos deja entrever otro mundo, sin sacarnos de éste. Su acción es ética antes que estética. No sometida a ningún programa, esencialmente libre, cumple con el anhelo de la oración: religa.
5. Como señala Gadamer, la poesía entroniza la palabra más “diciente” frente a las formas efímeras del lenguaje comunicativo. ¿Quién recuerda las palabras que dijimos esta mañana cuando nos sirvieron el café o pagamos el diario? Cumplieron su función y se esfumaron. La poesía, en cambio, tiene varias capas y una resistencia de fondo que invita a conservarla en la memoria.
6. No esperar que la poesía cuente algo. La poesía expone, desnuda, inquiere. Si, como de hecho ocurre, potencia los hechos o los sobreactúa, es necesario hacerse a la idea de que emplaza otra dimensión de la vida.
7. La poesía no es música, pero es musical, entendido esto como la instauración de un universo sonoro que nace entrelazado con la dación semántica de las palabras.
8. Escritura de la “magnífica noche blanca que permanece resplandeciente y sin explicación” (esto es de Mallarmé), la poesía propone respuestas a preguntas que nadie hizo y que todos, secretamente, se formulan.
9. Hay en ella menos pensamiento y más lenguaje. Lenguaje sin sujeción a los poderes, en el que antes hablaban los dioses y los héroes; ahora, lo callado y lo indecible.
10. El poeta siente el agobio de utilizar un lenguaje prestado y, con la misma intensidad, la necesidad de liberarse de él, creando uno nuevo con el que quedará solo. Trastévere personal que todo poeta ha sentido alguna vez, impelido por la necesidad de establecer un vínculo con lo sobrenatural que excede al lenguaje.
11. El lenguaje poético crea más realidad. No necesariamente por el lado de la adición, sino por la perspectiva de la mirada. No es casual que su herramienta más reiterada sea la metáfora. “Un poco más de luz” reclaman los poetas cuando se topan con la inexpresividad de lo real, con los límites de lo decible,
con lo inacabado de la vida.
12. Es un arte del conocer y del desconocer. Mejor dicho: un arte del conocer que se instrumenta mediante el desbaratamiento de las apariencias y el rechazo de los lugares comunes.
13. No es ciencia, pero está animada por la curiosidad de la ciencia. La poesía constituye una última red de significación que pone de manifiesto un más allá que, aún en ausencia de objeto real alguno, permanece revelándose y ganando en profundidad. Si se busca un fundamento objetivo, poesía es aquello que produce la percepción de una realidad nueva –única, fresca, singular e inevitable– emparentada directamente con la fuerza evocadora del lenguaje.
14. La poesía es una disciplina de la vida interior. Gracias a su ejercicio se agudiza el pensamiento, cobra estructura verbal el sentimiento, se abren brechas en la noche sin fondo de lo no dicho y en el pozo oscuro de lo inexpresable.
15. Como otro capítulo de su trabajo, la poesía pone en práctica una ecología de la mente. Todos aquellos esfuerzos por fijar en la memoria los viejos poemas de la humanidad aparejan una lección que se traduce en lucidez para captar lo simbólico, velocidad para discernir lo singular en lo general, perspicacia para diferenciar lo principal de lo accesorio, originalidad en el tratamiento de los eternos temas: la vida, la muerte, el amor, la soledad, la solidaridad, la siempre renovada belleza.
16. La poesía es anárquica. En la búsqueda de la palabra que penetre en los pliegues de lo real, desobedece la autoridad normativa, extralimita su significado y devuelve un escenario en el que la tarea de nombrar el mundo todavía no ha sido cumplida. Es voz de lo que no tiene voz.
17. Es una consagración de la forma. En su diálogo con el mundo, dando cita al recuerdo, desmontando las palabras adocenadas por la costumbre para volverlas a montar en otra significación, la poesía está hambrienta de forma. Con ella construye el puente que la conduce hasta el lector.
18. Independizada de su autor, la poesía tiene historicidad propia, a la que se accede por la labor conjunta del poeta –que deja cifradas sus imágenes– y del lector, que las hace suyas en tiempos y escenarios distintos. En virtud de este apoderamiento, el poema se convierte en un lugar de encuentro.
19. Y es, asimismo, una escuela de humildad. Porque su estado de alerta y concentración, de escucha y trabajo, permite comprender que los problemas de un hombre son los problemas de todos los hombres: satisfacer el anhelo de un lugar, vencer al tiempo, dar forma a la vida interior, adoptar una posición crítica ante los atropellos de la historia, domesticar las aporías de lo inalcanzable, procurar un acuerdo con el mundo. Y entonces, cuando el poeta reclama “un poco más de luz” y el lector se aboca a la lectura, la poesía nos recuerda que no estamos solos.
Rafael Felipe Oteriño (La Plata, Argentina, 1945)
Una conversación infinita,
Ediciones del Dock, Colección Época,
Buenos Aires, 2016
Foto:
Academia Argentina de Letras