Y el fresco de la mañana y la corriente de aire perfumado
fueron suficientes:
lo inefable se percibe en los cuartos, se insinúa en las paredes,
brota un poco más lejos, en el reverbero del camino,
y se borra.
Así, todas las veces y durante las cuatro estaciones.
Esfumado, es la ausencia;
favorecido por el relámpago, la sensación y el escalofrío.
Le di mis manos para que no le pesara la deformidad de la historia
y las tomó sólo por momentos.
Juntos atravesamos galerías, arcos de medio punto
y manantiales
en los que el agua rejuvenece.
Así nació la ilusión de que había un lugar y estaba próximo.
Supe que era lo mejor,
sin referencia exacta ni obrar fijo, sin esperar respuesta
ni buscarla:
un vuelo de colibríes que alborota las hojas.
Lo inefable vierte vino en las jarras, da color a las vocales,
pronuncia voces detrás de un muro
cuyo guardián es invisible.
Habla y habla.
De lo inefable son los molinos de viento,
la lluvia sobre el techo y el parpadear de las estrellas.
Nuestros,
los argumentos, las frases en latín y la música de cámara.
Rafael Felipe Oteriño (La Plata, 1945), Viento extranjero, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014
Foto: La Región Ourense
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